Una vez una amiga me dijo: “nos arrebataron la alegría”. Recuerdo su expresión y pienso: no solo eso, también nos instalaron la rabia. Una rabia honda, latente y que, lejos de agotarse con el tiempo, año a año aumentó. Rabia para la que, citando a una película gringa, nunca habrá suficientes piedras.
Hay un rictus y una postura de desprecio que ya tuvimos que ver por mucho tiempo, y que nos cansó. Eso generó una emoción transversal que hoy tiene raíces, una raigambre dura y firme, hundida en un tiempo que ahora parece remoto, pero que aún está vivo en la epidermis como escalofrío que enciende y que quema.Hablar de neurosis, o de cualquier diagnóstico psiquiátrico, resulta un concepto hipócrita, pretendiendo esconder un proceso social e histórico; no se trata de enfermedades de individuos, es un tema social.
Cuando la pregunta fue insistente, pero nunca encontró respuesta; cuando los nudillos se gastaron de golpear puertas que se cerraron de golpe en las narices, inevitablemente quedó una huella emocional que terminó por horadar el ánimo y la personalidad.
Por eso, hablar de neurosis, o de cualquier diagnóstico psiquiátrico, resulta un concepto hipócrita, pretendiendo esconder un proceso social e histórico; no se trata de enfermedades de individuos, es un tema social. No es que un día alguien despertó y tenía un sentimiento socavando su pecho, como por generación espontánea. Ese sentimiento responde a una dinámica, a un código que inscribe una forma relacional desde hace años y que sigue operando todos los días bajo una misma lógica.
No se trata de hacer terapias individuales, para curar un síntoma; no hay terapia que consiga sanar del horror de una injusticia sistemática; la desaparición como forma de construcción de un sistema económico.
Pretender borrar esto de un plumazo es negar la esencia de los seres humanos: la memoria como parte fundamental de la construcción de la identidad y la conciencia emocional, como aspecto fundacional de nuestro yo.
Somos, existimos y esto quiere decir que por lo tanto, necesitamos el reconocimiento de nuestra historia personal y social. Nadie nos puede arrebatar eso; es un derecho tan básico como respirar.
Pese al intenso proceso de privatización; existen límites, o sea, hay cosas que simplemente no se pueden privatizar (léase secuestrar); nuestras conciencias por ejemplo. Somos libres, de pensar y sentir. Por eso la rabia es nuestra; tan nuestra como lo son nuestra risa o nuestro canto.
Por eso sigue creciendo, pero no solo por eso. Se alimenta también de constantes injusticias cotidianas, que repetidamente fueron como cántaro al agua.
En este contexto, cabe preguntarse, en qué germinará esa emoción que de tan constante, ya se ha convertido en sentimiento.
Ojalá sea una rabia metamorfoseada y solidaria, que germine en flor y en fruto, que sea diversa y colorida.
En realidad no estoy segura de que sea así, pero lo que sí tengo claro, es que nos están dando demasiadas razones. Todos los días siguen abonando este sentimiento, con su cadena interminable de abusos e injusticias.
Comentarios