El momento que hoy vive Chile era necesario desde hacía mucho tiempo, las largas esperas en las salas de los hospitales no son solo una muestra de un sistema de salud que no funciona, es una metáfora de una sociedad enferma que ha estado por décadas en una sala de espera.
Hoy tenemos la oportunidad histórica de comenzar a concretar los sueños de justicia que hemos atesorado durante tanto tiempo, mientras nos encontrábamos en esa sala de espera.
El modelo neoliberal ha socavado nuestra sociedad, corrompiendo todas sus estructuras; el culto a lo material como único propósito ha vaciado de sentido a nuestras vidas, haciéndonos caminar como autómatas hacia el deber por cumplir, en una explotación y auto explotación alienantes; lo más duro de todo ha sido ver cómo las actuales generaciones de jóvenes han heredado un mezquino modelo educacional que los entrena como potenciales repetidores de un mismo esquema, anulándolos para estrujarles la adolescencia en pos del cumplimiento mecánico de tareas, pruebas y exámenes, que solo sirven para sostener la maquinaria.Estamos cambiando Chile, debemos tomar las riendas con la tranquilidad y la certeza de que será para mejor, porque lo que nuestro país necesita no es más autoritarismo sino la oportunidad de crecer en una convivencia sana, en una sociedad amorosa.
El 18 de octubre vivimos la manifestación de un sentir colectivo, en el que se gestaron las transformaciones que nuestro país tanto necesitaba; se gestó el despertar de una conciencia común, una conciencia que comenzaba a entender que la vida puede ser más que consumo y competencia, porque es a todas luces evidente que ello solo engendra desigualdad y violencia.
Sin embargo y pese a los avances, existe un discurso que ha ido ganando terreno: muchos creen que el estallido es sinónimo de caos, e incluso le tienen miedo al descontento social. La continua y orquestada cantinela de los medios de comunicación, repitiendo imágenes alarmistas, opiniones, y entrevistas tendenciosas, pusieron el acento en un aspecto de la movilización y muchos terminaron quedándose con esa mirada, sin cuestionar la manipulación mediática.
Sumado a ello, cuando aún seguían en marcha las intensas expresiones de descontento, vino una pandemia que llenó de incertidumbre nuestras vidas. Con ella se extravió la supuesta normalidad, invadiéndonos la sensación de incertidumbre. Pero no solo eso, esta pandemia dejó aún más en evidencia los detonantes del estallido: la violenta desigualdad, las pensiones paupérrimas, el abuso crediticio, el precario sistema de salud, el enfoque bancario de la educación, las relaciones de poder, la inequidad de género, la discriminación hacia las minorías, por nombrar solo algunos.
Hoy tenemos la oportunidad histórica de construir nuevos cimientos, para convivir en una sociedad justa, con mayor equidad, en la que se restituyan principios y valores nobles. Para lograrlo, debemos superar dos grandes peligros.
Uno, el miedo a construir nuestro propio camino. Y es que existe un fenómeno particular de nuestra idiosincracia: la necesidad de someterse y de obedecer a un padre autoritario, a un esposo golpeador, porque es lo único que se ha conocido; la sumisión lleva a dudar de las propias capacidades, de la posibilidad de vivir más allá del yugo del abusador. Este temor hace que muchas y muchos pidan amparo en la misma casa del lobo, pero ojo, nadie, que represente (y que agudice) este orden de cosas, dará el puntapié inicial para los cambios que urgen en nuestra sociedad.
El otro peligro es la rabia, la impotencia y la frustración acumuladas por tantos años; ellos pueden confundir, llegando a desequilibrar los pasos y las acciones a las que nos desafía el presente.
Se acercan las votaciones, es urgente que comprendamos el valor simbólico e histórico que estas representan: se encuentra amenazada la democracia, es así de simple.
Por eso hay que ir a votar, con el compromiso de antes, con la camisa almidonada del domingo. Vivir el rito, comprendiendo que este será uno de los primeros pasos entre otros que ya hemos venido dando.
Estamos cambiando Chile, debemos tomar las riendas con la tranquilidad y la certeza de que será para mejor, porque lo que nuestro país necesita no es más autoritarismo sino la oportunidad de crecer en una convivencia sana, en una sociedad amorosa. Pero esa oportunidad se concretará, solo si nos unimos, para manifestar, esta vez en las urnas, la fuerza de nuestra esperanza.
Comentarios
30 de noviembre
Solo cuando seamos capaces de mirar más allá de nuestras necesidades, de pensar en colectivo dejando atrás el individualismo, el tan anhelado cambio será posible. El estallido y la pandemia nos obligaron a mirarnos y pensarnos ahora debemos convocarnos a permanecer durante ella
0