Es curioso ¿saben?
Durante días, el Presidente Sebastián Piñera sostuvo la teoría política de “guerra interna” contra todo el conjunto de personas movilizadas en las calles. Si bien es entendible que el Mandatario refería a los vándalos que hacen destrozos, el lenguaje construye realidades y su esfuerzo evidentemente tenía el componente de criminalización de todo el grupo, metiendo “a todos al saco”. Pero cuando en La Moneda entró el rector de la Universidad Diego Portales, Carlos Peña, junto a otros académicos del humanismo, ciencias sociales y políticas, el lenguaje rápidamente cambió. Ahora habla de reformas constitucionales y de protestas familiares en la superficie, pese a que en lo interno sigue dominando la agenda legislativa con medidas orientadas a la criminalización de las protestas.
Todo apunta inevitablemente a que el rector de la UDP le hizo entender algo importante al gobernante. Quizá que el tiempo para una reforma a nivel estatal ha llegado antes de lo que pensábamos y que el, al ser el líder de la coalición que resguarda como hueso santo a la Constitución de 1980, debe encausar los esfuerzos transversales para una reforma que esté orientado a una transformación política más que social. Creer que se viene un cambio social fuerte con un proceso constituyente es imaginar castillos en el aire, al menos con la casta política que tenemos, que es capaz de hacer las acciones más deleznables con la sociedad. El aprovechamiento de las demandas nobles de nuestra ciudadanía nuevamente caerán en oídos sordos, y los políticos nuevamente fingirán ojos ciegos como si estuvieran repartiendo justicia finalmente, cuando en verdad han supervisado cada punto.
Peña es un nuevo ideólogo; no solo de la derecha liberal, sino de la política transversal. Metido en la cultura del mercantilismo político, donde las ideas constituyen mercado y los think tanks son la savia vital, el rector reparte ideas de forma gratuita a los dirigentes. Dudo que alguien en esta esfera no lo tenga en estima, y no es para menos. En su columna se puede ver, solo por el uso de lenguaje técnico, que el no habla al mayor número de lectores, sino a una élite que necesita de nutrientes en momentos donde la que nos cae augura un momento difícil para quienes gobiernan, los mismos que ascendieron a punta de comprar conceptos e pensamientos a los mejores postores. Mientras estos últimos, ahora ineficaces e ineficientes ante el ojo político llenan la televisión y las radios para salvar terreno, Peña ha hecho su abordaje maestro y llegado al pedestal que tanto buscaba.
Sin embargo, el rector tiene un talón de Aquiles poderoso. Uno del cuál conoce abiertamente y al que ha dedicado sus mayores esfuerzos en pos de subyugarlo a su control.
Su propia universidad.
En la columna ”El opio de los intelectuales”, el rector hace mención no solo que, en sus ojos, es la percepción de la desigualdad la que ha prosperado en vez de desigualdad real (discrepamos) y de que el principio de realidad ha quedado invalidada por una moral que se propugna a nivel intelectual; sino que comenta que describir la anomia generacional, como el hizo hace semanas atrás refiriéndose al concepto de pulsión, lleva al descontento, a una provocación o insulto.
Peña es un nuevo ideólogo; no solo de la derecha liberal, sino de la política transversal. Metido en la cultura del mercantilismo político, donde las ideas constituyen mercado y los think tanks son la savia vital, el rector reparte ideas de forma gratuita a los dirigentes
El no refiere con esto a la sociedad. El está, coloquialmente dicho, mandando palos a su plantel.
La pasada semana, varios académicos y el estudiantado de la UDP, discreparon de las acciones y opiniones del rector acusando una devaluación de los jóvenes como actores políticos y acusando posibles consecuencias negativas dentro del plantel. Esto, sumado a una carta mandada a El Mercurio por Agustín Squella, miembro del Consejo Directivo Superior de la institución, mandó a Peña a contraatacar con una carta al plantel, asegurando que si bien se aceptan todos los puntos de vista abiertamente describiendo a la institución como “no confesional”, no puede existir un control de la opinión universitaria mediante criterios.
Esto, aparte de no ocurrir en ninguna declaración por parte del plantel, es irónico, teniendo en cuenta esta clase de opiniones, así como ciertas normas que gobiernan la institución de educación superior y su aplicación, así como una conducta de doble estándar que la Rectoría ha tenido frente a demandas justas, en las que concuerdan en superficie, pero en lo interno reniegan por factores netamente económicos.
Peña busca mantener una coherencia discursiva de y de esa manera tener una credibilidad indiscutible ante la esfera política. Pero en la realidad de las cosas él no la tiene, y busca mantener sus pilares fortalecidos en caso de que algún alumno o académico, ose de exponer esta realidad ineludible ante la opinión pública.
Pero si algo hemos aprendido de estos días, es que ningún pilar es eterno aún cuando se hagan todos los intentos de defenderlo. Siempre llega un momento cuando el rey ya no tenga quien lo salve.
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