Hace un tiempo hice una columna llamada «De venganza y tratos vejatorios», en que hablaba sobre la situación de tortura que sufrieron los homicidas de una trabajadora de la Universidad de Chile en el Barrio República, dentro de un centro penitenciario, y el cómo me sorprendió negativamente que la gente celebrase dicha acción como si se brindara una especie de justicia divina, cuando la realidad de las cosas es que, aparte de que estábamos aplaudiendo la acción de criminales contra criminales, y no aplicábamos sino un pensamiento vengativo por sobre uno de justicia.
Durante la mañana del día viernes, presenciamos cómo la Corte de Apelaciones de Temuco hizo pie atrás a la decisión tomada en primera instancia en la formalización de Martín Pradenas, respecto de las medidas cautelares, decretando la prisión preventiva en vez del arresto domiciliario fijado previamente. Entre el festejo suscitado por el alivio de que aún existiese un mínimo de decencia jurídica dentro del Poder Judicial, surgieron voces que aducían que Pradenas debería recibir aquello que provocó bajo la famosa “ley de la cárcel”, es decir, que sea también una víctima de violación por aquellas personas dentro del recinto penitenciario.Sin contar que ninguna acción de la criminalidad es aplaudible, y que el deseo visceral que uno tiene, es entendible pues es común, pero no es justificativo, pues no representa lo que es en sí, sino lo que es en el pensamiento de uno.
Más allá de insistir con mi planteamiento sobre la tranquilidad malsana y degradante que es suscitada en el fuero interno de una persona producto de esto, así como el hecho de que aplaudimos la continuación de un sistema que propicia el crimen mediante el apoyo y respaldo monumental a acciones de criminales contra otros, quisiera hablar netamente de este concepto, de la “ley de la cárcel”, pues lo hemos obviado mucho.
La “ley de la cárcel” refiere a la jerarquía interna que tienen los reclusos del sistema penitenciario respecto de los crímenes y delitos que han cometido, atendida su connotación y su contexto. Así, una persona presa que ha realizado delitos en zonas de alto poder adquisitivo, está a la cabeza de esta jerarquía, mientras que aquellas personas que han robado a su propia clase social, a su propia gente, se encuentran con vapuleos, mientras que las personas que se han caracterizado por asesinar a gente de su propio estrato o de estratos más bajos, o han realizado delitos contra la indemnidad sexual, están en la base, y son tratados como los “perkines”, los segregados, los que están hasta el final en todo.
Bajo ese pensamiento, hay gente que espera que Pradenas reciba el castigo dicho y sufra durante los próximos 120 días de los peores vejámenes imaginables o posibles. Pero a la vez, validan la existencia de lo que conlleva la “ley de la cárcel”. Y es que la “ley de la cárcel” es la manifestación más pura de lo que sucede con un sistema como el actual, con un Código Penal centenario, inadecuado para los tiempos corrientes, carente de revisión de los asuntos de reinserción y desproporcionado a la hora de castigar delitos contra la propiedad, versus los delitos contra la vida y la integridad. Es un sistema que propicia la puerta giratoria y el populismo penal.
Hoy, uno de cada dos personas reclusas en el sistema penitenciario, fueron en algún momento niños, niñas o adolescentes que pasaron por el SENAME, lo que derivó en que estas personas, ante el abandono de la sociedad y de un Estado subsidiario ineficiente (que va a seguir manteniendo el principio de subsidiariedad con el nuevo sistema) decidieron concentrarse en la criminalidad como una forma de mantenerse, pues no había otra opción de subsistencia. Se han propulsado bajo la ley de la cárcel pues no hay otra manera. Mientras tanto, nuestra clase política, en un afán de búsqueda electoral, ha elaborado agendas cortas que suenan como una respuesta adecuada, pero que solo sirven a corto plazo para asuntos que deben tratarse a largo plazo. Pero claro, eso no trae créditos electorales, por lo que no se concentran en ello, lo cual propicia un tratamiento deficiente de la situación.
Apoyar y creer en la ley de la cárcel como una medida transformadora, es obviar todo esto y limitar la credibilidad del discurso, dando pie a validar el sistema en el cual vivimos insertos y que, claramente, hemos intentado cambiar. Eso, sin contar que ninguna acción de la criminalidad es aplaudible, y que el deseo visceral que uno tiene, es entendible pues es común, pero no es justificativo, pues no representa lo que es en sí, sino lo que es en el pensamiento de uno.
Ahora, dudo que nuestra clase política tenga ganas de cambiar. Pues este sábado, un grupo transversal de parlamentarios, presentaron un proyecto de ley para seguir empoderando la institución de la prisión preventiva, y los festejos de las mismas personas que aplauden a la “ley de la cárcel” salieron a flote. Como siempre, la clase política prefiere evaluar ex-post y hacer cambios a corto plazo, en vez de cambiar el sistema y ser mejores a largo plazo.
El círculo continúa. Y lo peor de todo, es que quienes dicen querer acabarlo, son los que lo perpetúan.
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