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No se puede volver a lo que se es

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El día de ayer, entre varias lecturas que realizo en mis tiempos de ocio, me encontré con una columna en La Tercera, por parte de Sebastián Edwards, titulada “Chile, el dolor de volver a los orígenes y la mediocridad”, en la que relata sus temores frente al futuro de nuestro país, asegurando que llegaremos a niveles símiles en factores económicos, sociales y políticos a los del resto de Latinoamérica, y que “volveremos a la mediocridad”.

[texto_destacado]Tal como enuncia el inicio, no se puede volver a lo que ya se es, pues Chile es un país mediocre. Que nuestros problemas sean distintos tradicionalmente al resto de nuestros países hermanos, no significa que nuestra sociedad esté bien, o que nuestra política se encuentre en buena condición, o que nuestra economía tenga buena proyección y de repente, el estallido social y la pandemia derrumbaron todo. Eso es una excusa barata, que solo coopera a mantener las mentiras y el misticismo que operó durante tantos años en nuestra realidad.

Formidable en específico me parece el tratamiento de la política de izquierda, que bajo el clásico pretexto del fin de la Guerra Fría como justificativo para una ligación más económica de los ideales, se destaca y vanagloria en el texto. Se asegura que negociar “no era ni transar ni traicionar” cuando justamente eso es lo que hicieron, aún sin tener el ímpetu o las búsquedas rumbo a ese destino. 

Es comprensible el cómo ocurrió, debido a los problemas de su época, en que tenían a ramas castrenses inamovibles y amenazantes que con cada desaire ponían en riesgo la seguridad de nuestra democracia, en que nuestra institucionalidad debía fortalecerse, y en que el ideal portaliano, escondido por la reducida apertura política de la dictadura, se manifestó creando una especie de esfera de poder respecto de nuestras bancadas parlamentarias y miembros del Ejecutivo ante el empresariado. Pero como hemos dicho hasta el cansancio, el entendimiento y la comprensión no son sinónimos de justificación. 

Por el otro lado, Edwards hace una dura aprehensión a la derecha, aduciendo que su arrogancia y su falta de interés, su segregación y su defensa del modelo las hizo acreedoras de la peor crisis en la historia moderna del país. Y la verdad es que si, pero me opongo a creer que la derecha sola sea poseedora de dichas características, pues nunca he visto que la izquierda chilena diste de dichos calificativos esgrimidos. Desde los liderazgos hasta las plataformas de militancia existe una arrogancia potente y una falta de interés de hacer política por la ciudadanía si no pasa por un crédito electoral por sobre otras personas o grupos dentro o fuera de las esferas.

Y sus reemplazos, de los cuales se habla de forma negativa asegurando que son supuestos herederos de la tradición de la “izquierda latinoamericana”, no son distintos a ellos. Y es porque la tradición portaliana y la construcción de nuestro ordenamiento jurídico los hizo transar de maneras símiles a cómo lo hicieron sus predecesores, al solo entrar en la política chilena. El argumento de la izquierda latinoamericana es como el PS argumentando que siguen teniendo algún aprecio por su historia o como la UDI argumentando ser un motor de cambio popular: en el papel y en la teoría puede ser, pero en la práctica ni luces son posibles de ver. 

Nuestra política es mediocre. Felicitamos al primer alcalde o rostro que hace cosas positivas y lo alzamos como candidato presidencial. Aplaudimos legados de antiguos liderazgos como si fueran incuestionables en su búsqueda. Estamos en el paraíso del mercantilismo político y el mercado de ideas, donde cualquier persona con ideas, por muy malas que sean, con un poco de plata y contactos puede alzarse como líder de opinión creíble. La calidad discursiva de los debates legislativos ni siquiera resulta digna de una junta de vecinos. 

Yo creo que el miedo que tiene Edwards, el de caer en caudillismos o populismos, sin embargo, no es injustificado. 

Y eso pasa porque en Chile la política bien hecha es tan excepcional, que nos olvidamos de hacer las diferenciaciones correspondientes, de si realmente las personas están capacitadas o si tienen el dominio suficiente siquiera. Es un vaso de agua fría en el medio del desierto. Damos gracias al cielo por el favor concedido, aplaudimos y nos tragamos el agua sin ningún reclamo. Pero mientras eso pasa, nos olvidamos que seguimos en el medio del desierto, sin contar que no sabemos si esa agua es bebestible.

Para salir de ese desierto es necesario no solo hablar, sino actuar. Hacer los gestos correspondientes, pues un pacto social no es un camino de a uno. Y eso no es una tarea que le corresponda a la sociedad, pues esta no tiene nada que demostrar. Esta no es la parte del pacto que está en el cuestionamiento.

Dicho eso, yo respondo la pregunta final del señor Edwards: Si, me duele Chile.

¿Pero qué razón tengo para creer que ustedes están realmente dolidos si ni reconocimiento hacen de sus errores?

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