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Gobierno de Piñera ¿Diálogo ilusorio con la sociedad civil?

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La mesa nacional por la infancia pareciera ser la primera movida netamente política del gobierno, entendida esta en su dimensión colectiva, es decir, ya no tan ligada a las acciones unilaterales o absurdamente presidencialistas que se le han conocido en el último tiempo.
Tal como indicaba la página 28 del programa de gobierno de Sebastian Piñera, ya se podía preveer una movida de este tipo («convocaremos a las distintas fuerzas políticas y a la sociedad civil, a concretar una serie de Acuerdos por Chile”, rezaba dicho panfleto).

Ante esto uno podría detenerse, pues, como dice el lema, no todo lo que brilla es oro… ¿Realmente esta instancia se desarrollará como algo de la «sociedad civil» (convengamos que parlamentarios y funcionarios de gobierno no se rigen por estatutos civiles ordinarios, como los nuestros)? Hasta donde se ha dado a conocer, por el comunicado oficial del gobierno, en un 90% la composición de esta mesa no va más allá de puestos burocráticos y/o políticos. Y la paradoja no se detiene ahí, ya que del total menos del 5% corresponde a gente fuera de ChileVamos o el oficialismo.

Por cierto, tampoco podría decirse, de ninguna manera, que esta mesa tiene por motivo cierto baluarte o discusión técnica, algo así como la Comisión de Transparencia y Democracia (o comisión Engel, como le llamó la prensa), toda vez que gran parte de sus miembros no son especializados en el tema, sino meros representantes o directores de alguna entidad. Digo esto no como una forma de pontificar a los expertos, sino en vistas al «parangón» que tiene en el pasado una instancia como esta que, por cierto, tuvo un éxito tremendo.

En otras palabras, solo se busca darle legitimidad a lo que ya está en el programa de Piñera, tratando de eludir el necesario debate legislativo. Porque, guste o no, y valga la redundancia, las instancias prelegislativas no deberían centrarse en aunar gente del poder legislativo; estas corresponden al poder ejecutivo, y en algunos a la sociedad civil, que convoca el debate de aquellos en las comisiones del Congreso, donde se deben decidir y dar de manifiesto las cuestiones relevantes; cualquier otra cosa no es más que un nuevo intento de imitar la vieja cocina de Zaldívar y compañía, curiosamente tan criticada por Boric, frente al miedo de no tener mayoría oficialista en ninguna de las dos cámaras.

Sin embargo, y pese a todo lo ya dicho, la principal razón para no sentarse a una mesa de diálogo, más allá de que esté excesivamente cuoteada por la derecha (26 de 28), o que no tenga ningún ápice de objetividad, o el hecho de que no sea más que una nueva cocina política, tiene relación con el contexto y la coyuntura en que se sitúa esta invitación.

En efecto, mientras Piñera por un lado desmonta la Ley de Aborto en tres causales, haciendo cambios aberrantes al protocolo de Bachelet, incluso en contra de la ley (todo por la vía de reglamentos, es decir, por la «suma potestad» presidencial), y legítima la decisión del TC, reprimiendo como un déspota a quienes se manifestaron en contra de su decisión, por el otro intenta parecer un estadista, suave, diplomático, abierto y pluralista.
Su sector nos tiene acostumbrados a viejas fórmulas de la realpolitik anglosajona, pero nunca habían sido tan obvios. Pues lo de hoy no es más que una consagración del viejo lema instaurado por Roosevelt en la política del big stick: «habla suavemente y lleva un gran garrote, así llegarás lejos».

Tal como lo hizo con el movimiento estudiantil, y tantos más, el 2011, hoy invita al diálogo «cívico»,  mientras se dispone a un agravamiento de la represión y desmantelamiento de los progresos logrados ya en unos 4 años.

Teniendo estos antecedentes, uno puede deducir, ante todo, que el ir a sentarse en una mesa, desde la oposición, en estas circunstancias, fue un groso error. Pero ¿por qué lo harían? Ese es tema de un debate no muy profundizado, el cual tampoco es el meollo de este asunto. Solo bastará enumerar los principales tópicos del porque se llegó a ello:

Tal como lo hizo con el movimiento estudiantil, y tantos más, el 2011, hoy invita al diálogo "cívico", mientras se dispone a un agravamiento de la represión y desmantelamiento de los progresos logrados ya en unos 4 años.

1) Torpeza, necedad y ceguera. Cualquier persona pensaría esto, arguyendo un simple error humano, teniendo bastante fe y confianza ciega en que los congresistas no acuden a su interés personal a la hora de hacer política.

2) Reivindicar el peso político perdido. Lo cual, en síntesis, le viene bastante bien a Boric luego de todo la cancha que le ha quitado RD y Giorgio desde la última elección. El congresista, por cierto, es bastante conocido por su egocentrismo, tanto en su posición como dirigente estudiantil como dentro de la cámara baja.

3) Obtener beneficios locales a futuro. Una estrategia común de los gobiernos sin mayoría en los parlamentos, es el obtener votos, en instancias concretas, a través de estrategias alternativas; así fue como Piñera logró, vía René Alinco y otros cuatro más, la aprobación de varias iniciativas en el periodo 2010-2014. No es algo que no haría Frank Underwood.4) Vinculaciones latentes con la élite. En resumen, luego de la pasada conversación con el ministro Blumel, y la forma en que Boric llegó a la presidencia de la FECH (logrando los votos del Movimiento Gremial), no queda mucha duda de que aún no abandona su pasado de establecimientos educacionales y familia de élite. Es un problema político que muchos identifican al interior del FA, que se ha dado, a la interna, sobre todo a la hora de intentar territorializar su postulado o popularizarlo; nadie podría dudar que ellos todavía se insertan, en demasía y mayoría, en lugares rimbombantes como las universidades tradicionales y el congreso de la república.

Hoy, ante todo, el primer escenario del gobierno de Piñera nos invita a reflexionar sobre la resucitada política de los acuerdos y/o consensos, usufructada de la alicaída concertación, y si esta realmente, en la forma que la gestioan Piñera, representa un diálogo franco y democrático; además del evidente asunto de cuanto pesa la cuna aún en el quehacer político.

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