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Las barras bravas y la sociedad que las concibe

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Una nueva noticia marcó la mañana del martes, y es que a eso de las 10 horas un auto, con pasajeros aún no identificados, ni fines totalmente esclarecidos, se estacionó a la salida de un entrenamiento del club Universidad de Chile y desplegó una ráfaga de cuatro disparos a un grupo de hinchas que salían de dicha cita, quedando tres heridos (fuera de gravedad).

Las reacciones de la prensa y los jugadores no se hicieron esperar, indicando en gran medida que esto se trataría de un ajuste de cuentas entre barras bravas (basados en lo que indicó un “ídolo” de dicho club, quien no fundamentó su grave acusación, siendo citado por ello posteriormente a la fiscalía) y dando todo tipo de enjuiciamientos a lo que sucedió.

Pese a que los hechos no están totalmente esclarecidos, no estaría fuera de la realidad que esto se diera; comúnmente estos enfrentamiento se suscitan en los barrios, no por nada hay líderes de cada lado condenados por lo mismo, otra cosa es el cuando se tocan estos problemas en la prensa y la forma en que se hace.


Antes de condenar (sea legítimo, legal o no) a un par de muchachos por dispararse solamente por tener diferente camiseta, deberíamos pensar cómo llegaron a eso, qué clase de actitud estamos teniendo y si ella no es acaso parte de la misma barbarie que llevo a dichas personas a caer en tal delito.

Haciendo una especie de supuesto ficción, asumiendo que realmente fue una pelea entre barras lo que sucedió, o simplemente colgándome del hecho de que se ha hablado mucho de ellas, tanto en redes sociales como en televisión, me gustaría pasar a analizar -de manera general- cómo nos afectan realmente los niveles en que la sociedad les mira y, en general, todo el entramado social y epistemológico que se escapa al hablar tan a la ligera de esto.

El problema principal o más elocuente, que surge ante estos conflictos entre parcialidades futboleras, es el cómo se comunican y observan. Tanto desde el mundo del fútbol, periodismo y personalidades políticas en general (asumamos, de antemano, que pocas veces las barras bravas -desde ahora BB- han sido miradas con la suficiente seriedad como para entenderlas; dudo mucho que un programa del CDF o un matinal bananero den el ancho para abarcarles, tal como en su gravedad se merecen).

Este ejercicio, a saber, siempre es el mismo: por un lado, nos dicen que se debe repudiar esa violencia desatada, que son nefastos sus efectos y que se necesita generar un cambio. Por el otro, sin embargo, sus soluciones nunca van más allá de que esa violencia no se replique específicamente en el estadio, que no se vea en la cancha, sin importar el origen mismo de ella; en otras palabras, sin importar el hecho de que dicha hecatombe no se inicia en la cancha, sino que se traslada de los barrios hasta ella, directo del fuego de la precariedad.

En efecto, el problema más importante frente a las BB es la sociedad que les concibe de manera superficial, ignorando constante y voluntariamente (consciente o inconscientemente) la sustancia misma de su existencia; a saber, la búsqueda de identidad de todos aquellos marginados por esta sociedad que, al calor de la precariedad, abandono y vulnerabilidad, solo quisieron encontrar un motivo por el cual seguir.

No es muy distinto al como se observaba el conflicto del SENAME hace un tiempo, ese dejo irónico siempre genera muchos más problemas de los que parecen. Lo mismo, en otra medida, se podría ver en el pueblo Mapuche, los estudiantes y pobladores.

Una agrupación como la Garra Blanca o Los de Abajo no son solo un grupo de jóvenes que se juntan domingo a domingo para seguir a su equipo, que jalan cocaína o se alcoholizan hasta quedar inconscientes, si la gente que se niega a cambiar su perspectiva sobre esto se diera un poco de tiempo para verles en el día a día, se sorprendería. Desde actividades sociales, hasta reuniones o mítines constantes; delegaciones nacionales, regionales y locales, junto a sucesivas estructuras de colaboración. Probablemente no sean las reuniones más racionales del mundo, pero les puedo asegurar que su congregación aúna más gente que cualquier mitin partidario, reunión de sindicato o asamblea universitaria. Pues el sujeto popular, tal como a algunos les gusta hablar, no está situado en los antros de debates rimbombantes, sino que huyó hace bastante tiempo a las colinas del refugio y entendimiento de sus pares, ante la mirada inquisitiva de otros grupos que ya no le representaban e identificaban.

Es cierto que estos espacios, ocasionalmente (no tanto como dice la prensa amarillista), están tomados por pandillas y/o bandas de narcotraficantes ¿Pero acaso eso es culpa per sé de ellos o no es solo una expresión de que alguien abandonó ese lugar? Si realmente no estuviera tan desprestigiado a nivel político-social esta pasión, como lo es el fútbol, y se le hubiera dado el mismo espacio y consideración que a cualquier otro frente expresión social, en vez de abandonarlo… ¿se pensaría en algún modo que grupos así iban a cooptar espacios como ese? Y es que cuando hablamos de que las BB son expresión del abandono, no solo estamos hablando de la historia propia de cada uno de sus individuos, sino de cómo se deformó el camino y forma en que antes le concebimos como grupo social.

Su racionalidad si bien es un tema discutido, pues muchos analistas y sociólogos indican que en general la BB es un método de escape social, hay en ellas mucha más ratio de la que se cree (partiendo de la base que la misma actitud de escapar a lo que nos es nocivo, pudiera ser algo en parte racional). No son pocas las tendencias, además, que dentro de ellas han tratado -a su manera- de involucrar a la barra en temas sociales, pese a la forma en que ella le concibe; últimamente ámbitos como la colaboración con los inmigrantes o la desigualdad de género -practicado en la eliminación de muletillas con alusiones violentas a las mujeres- han estado en boga ahí dentro.

Aunque no se crea, hasta en el mismo enfrentamiento desatado y sanguinario entre barras hay suertes de códigos consuetudinarios, donde un miembro no golpea a otra persona que no lo sea, pues se asume que el conflicto es entre BB. Si un tipo como Jhonny Herrera piensa que el afán de esta comunidad es solamente disparar, casi en un ánimo demoníaco, a la gente porque sí y sin razón, es justamente porque es un bruto, sin capacidad de ver más allá de sus narices.

Respecto a la institucionalidad, tenemos un proyecto como Estadio Seguro que, en su momento, solo vino a consagrar aquellos focos inquietos e inquisitivos. El prejuicio, por sobre el análisis; la desidia y represión, por sobre la solución… Sinceremos ahora, de una vez por todas: la gente de fútbol que está en contra de las barras bravas (entre estos el mismo gobierno) no quiere que se acabe la violencia, solamente no quiere verla en los estadios, como si este espacio -en una concepción fanaticamente eurolatra-  fuese pulcro, limpio y sin conexión social; poco deben saber, esas personas, de cómo nació Colo-Colo o la forma en que operan los verdaderos clubes sociales (no estos holding inmobiliarios/corporativos/empresariales, pseudo clubes de fútbol, que cada vez van tomando más forma). Mirada que, por cierto, demuestra su poca base y análisis en sus mismos resultados: al aplicarle presión, solamente creció la violencia en el fútbol, estadio seguro no hizo más que amplificar los índices de conflictos entre barras y contra los policías, tanto adentro como fuera de la cancha. Y esto no es un ánimo por justificar la violencia, sino por entenderla; comprender que no es que la BB sea violenta, sino que en el pueblo hay un nivel de violencia que busca focos aleatorios por donde expresarse.

La concepción chilena que se tiene sobre ellas encarna un poco de ese repudiable espíritu apático del burgués, combinado de manera tremebunda con la enajenación propia de aquél proletario que busca eludir a toda costa su miserable realidad. Es eso mismo lo que hace el juicio moral hacia las barras tremendamente vomitivo, pues en esa mirada solo hay egoísmo, fruto de mayor y peor marginación.

 Antes de condenar (sea legítimo, legal o no) a un par de muchachos por dispararse solamente por tener diferente camiseta, deberíamos pensar cómo llegaron a eso, qué clase de actitud estamos teniendo y si ella no es acaso parte de la misma barbarie que llevo a dichas personas a caer en tal delito. Dimensiones sociales que son trascendentalmente necesarias para progresar y curar; siempre que se quiera eso, y no simplemente hacer una suerte de venganza tribal (pero claro, ahí darían cuenta, una vez más, que en cierto sentido no son muy distintos a lo que buscan condenar).

En fin, el punto más crucial de esto es la inclusión y no discriminación hacia este grupo, solo por ser distinto o mostrar algo que no gusta. No digo que deban estar fuera del estado de derecho o que debiera reinar la impunidad legal hacia quienes dispararon, sino que la sociedad no tiene razones -al menos si se quiere llamar lo suficientemente democrática- como para considerar a la BB fuera de sí misma. No siento ni pienso que en la barra no ocurran cosas que no deban ser cambiadas, pero sí tengo convicción plena de que en otros grupos se dan cosas iguales o peores y no existe esa misma demonización y sátira que se aplica a las BB. La integración pasa también por ver porque tenemos normalizadas algunas cosas y otras no, de manera crítica.

TAGS: #BarrasBravas #Hinchadas Fútbol

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27 de julio

Como una especie de secuela a este mismo problema, ayer rondó una noticia debido a una publicación del mercurio, sobre los presuntos vínculos que tendría Claudio Baeza con la Garra Blanca. El discurso estuvo, tristemente, cargado de una odiosidad tremenda, prosiguiendo en el folleto de la estigmatización y criminalización; para variar, Guarello las hizo de vocero nuevamente. Más allá de la noticia en sí, que ya fue aclarada por el mismo jugador y la dirigencia, me parece el colmo llegar a este nivel de retóricas inquisitivas. Casi como si nuestra sociedad tuviera la necesidad de proscribir ciertos grupos sociales, tildándolos de mafiosos, como tal lo retrató en su momento, por ejemplo, el Plan Laboral de José Piñera emulando la concepción de los sindicatos como verdaderas «mafias», que tiene parte de nuestra sociedad.

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