Hay dos maneras de hacer las cosas: hacerlas bien, o no hacerlas. Punto.
Esa simple frase tiene un grado de dificultad mayor respecto al análisis que debe hacerse cuando se interviene en un área que no nos es familiar. Surgen las interrogantes. ¿podré hacerlo bien… o mejor no lo hago? ¿mis capacidades en otras áreas me permitirán suplir la falta de experiencia en este nuevo emprendimiento o no serán suficientes? ¿el lugar a donde quiero ir se podrá manejar como he manejado el resto de mis emprendimientos o será muy distinto? Son muchas las interrogantes, pero se supone que entre gente inteligente deben hacerse las preguntas correctas antes de emprender el viaje, no cuando ya estás embarcado y tu nuevo barco hace agua.
Sartor. Un grupo de experiencia, buen capital, gran recorrido, éxitos, ejecutivos capaces, inteligentes, ingresa al negocio más pequeño y simple que ha pasado por sus manos, con un cartel de manejo empresarial tradicionalmente mediocre y se pregunta… ¿qué podría pasar sino hacerlo mejor que los anteriores? Respuesta automática: nada, absolutamente nada. Es pan comido.El inversionista ve en las piernas de un chico de 18 una futura transferencia millonaria. El entrenador ve en esas piernas la mejor solución para tapar la subida del lateral derecho contrario. Es imposible igualar las visiones, las expectativas, las realidades
Y ahí están, cuadrando el círculo.
La gente que queda al interior de los clubes cuando hay cambios en la propiedad se golpea en la cabeza… otra vez hacer docencia con estos tipos, comenzar a contarles cómo se compatibiliza un cabrón de camarín con un preparador físico exigente, cómo se logra que un niño de 19 no vuelva mierda el Audi que le dieron por la firma en el cumpleaños de sus amigos reguetoneros, cómo elegir inteligentemente a qué jugadores contratar, a cuales transferir, a cuales esperar por su crecimiento. Un expertise que no se adquiere invirtiendo en bonos ni levantando empresas en dificultades financieras, una experiencia que debe buscar el extraño y difícil complemente de egresados de Harvard con tipos que han pasado su vida entera en una cancha de fútbol viendo cómo rueda el balón. Esos jamás podrán imaginar las dificultades que afronta un alto ejecutivo frente a un balance deficitario. Los otros jamás podrán hablar el lenguaje de la pelota.
El inversionista ve en las piernas de un chico de 18 una futura transferencia millonaria. El entrenador ve en esas piernas la mejor solución para tapar la subida del lateral derecho contrario. Es imposible igualar las visiones, las expectativas, las realidades. ¿de qué te sirve tener la mejor billetera del mercado si el domingo te hacen un tres-cero inapelable? ¿de qué te sirve el dinero si no eres capaz de comprender que necesitas talento, desarrollo, crecimiento a mediano plazo, método? Contratas entrenadores que serán incapaces de hacer camino, dejas ir a los mejores que tienes y contratas mediocres porque no cuestan tanto, despides al psicólogo deportivo porque cuesta muy caro, sólo ves dólares en los zapatos de los mejores que han salido de tu cantera porque ya te los están ofreciendo comprar. Haces todo mal porque no sabes hacerlo, y la única forma de hacer las cosas es hacerlo bien… o no hacerlo.
Si eres dueño de un bar y no sabes cuantos tragos le sacas a una botella de ron, te van a robar. Contrata un barman experimentado. Si tienes un restaurant y compras todo en el supermercado, no te van a cuadrar los números. Compra en la Vega. Si no eres capaz de ver que sin un entrenador de categoría, pero de categoría de verdad, no vas a ninguna parte, si no asumes que tienes que declarar intransferibles a cuatro o cinco canteranos que te ha costado años formar, que tienes que pensar a tres, cuatro o cinco años para que tu inversión rinda, entonces vuelve al lugar desde donde viniste, trata con los economistas con los que hablas el mismo idioma y cómprate un abono para ver el fútbol desde las gradas. No vas a cuadrar el círculo.
Porque lo estás haciendo mal, y sería mejor que no lo hicieras.
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