Tras dedicar un buen rato a tratar de integrar las diversas opiniones políticas en varias columnas publicadas durante la última semana, poco a poco me voy llenando de una profunda incertidumbre, ¿Cómo será el futuro que le espera a mi hijo?.
Según diversos análisis internacionales, Chile era hasta hace un tiempo, uno de los mejores lugares para vivir en sudamérica, con una economía pujante e instituciones sólidas, hasta llegamos a ser merecedores de un aire paradisíaco. Pero claro, la molestia de las regiones con la metropolitana era un símil de la percepción de los grupos sociales más vulnerables con la vida de quienes pertenecían al barrio alto. Por otro lado, los distintos escándalos de corrupción civil, uniformado y político, lentamente nos hacían cuestionarlo todo, y en ese momento surgió la comisión Engel, destinada a dar un giro positivo en por del cuidado de la democracia, no obstante aquello, tal y como el proceso constituyente, del dicho al hecho hay un largo trecho.
En ese momento, desilusionado con la oportunidad perdida por la Nueva Mayoría, aún no me preocupaba por el futuro de mi hijo.
Luego, cuando la izquierda chilena eligió a sus respectivos periodistas ancla, digo, a sus candidatos, voluntaria o involuntariamente, sembraron el camino a quien, nuevamente, impedía el recambio en la centro derecha, no obstante aquello, una mayor apertura, nos hizo creer en los Tiempos Mejores y en la posibilidad de contribuir a nuestro gobierno, craso error, el vicepresidente Larroulet tenía otro plan y, cuidadosamente, la máxima autoridad de Gobierno, centrando la atención en la clase media, olvidó dar el giro social por el que muchos trabajamos, dejando temas como la salud mental, la educación cívica, la educación sexual, la prevención real de la violencia intrafamiliar y la regionalización, en un segundo plano, hoy quizás quinto.
Pero en este momento, el futuro de mi hijo seguía dependiendo del esfuerzo de sus padres.
Tras el estallido social, todos los bloques políticos se atrincheraron, reservando el diálogo para dos tipos de conversaciones, ¿Cómo nos salvamos? y ¿Cómo cagamos al gobierno?, convirtiendo a la ciudadanía en una extensión de la discusión, hasta ahí existía una oportunidad de avanzar, pero tras el cambio de gabinete y, nuevamente, la ausencia de asesores visionarios, las marchas vieron la posibilidad de pedirlo todo a cambio de nada, si, tal y como lo digo, exigir todo, a cambio de nada.
Tras el estallido social, todos los bloques políticos se atrincheraron, reservando el diálogo para dos tipos de conversaciones, ¿Cómo nos salvamos? y ¿Cómo cagamos al gobierno?
Eso es lo que me tiene preocupado, más allá de las pantomimas, cada uno de los personajes que propone una solución, evita reconocer una oportunidad en los encuentros, no hablo del slogan Acuerdo Nacional u otro, hablo de mirarnos a los ojos y ver que, mientras no seamos capaces de pensar en el colectivo, estaremos siendo cómplices de la existencia de grupos de odio y violencia, que no están interesados en la integridad de nadie, ni siquiera en la propia.
Eso me asusta, saber que dichos sujetos, llenos de oportunidades que sus abuelos no tuvieron, hoy dañan el comercio de emprendedores, las oportunidades de estudio de jóvenes esforzados y la economía que nos rige a todos por igual, sin que nadie diga algo al respecto.
Temo que mi hijo crezca en una sociedad donde no se puede opinar, donde si no vas con la minoría escandalosa, tu integridad esté en riesgo, donde la pataleta mal controlada en la infancia, sea considerada arrojo y valentía en la adolescencia, dentro de un país donde la seguridad tenga más restricciones que el vandalismo y donde, la clase política de sermones de una sociedad en la que no creen.
Detesto el baile de los que sobran, con todo mi ser, porque permite que quien lo canta se identifique en un lugar desde donde no se puede contribuir de ninguna forma, lamento enormemente que Todos Juntos no sea nuestro emblema y que las palabras de Nicanor, sean solo un antipoema.
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