Con toda la diversidad que tenemos, lo que nos une es la convicción que nos formaron para cumplir un rol, que es necesario e importante para los otros.
Desde hace un par de años un grupo de ex compañeras de curso de un liceo del sector sur de Santiago venimos reencontrándonos y compartiendo conversaciones para saber en qué estamos, cómo hemos hecho nuestras vidas, cómo pensamos el futuro.
Hace poco, en la última reunión, aparte de recordar otra vez las viejas anécdotas, a las profesoras y los pololeos, evidentemente influidas por la contingencia, pero también porque muchas nos hemos dedicado a la educación, nuestra conversación tomó otro giro y empezamos a hablar de selección, lucro y “calidad” teniendo como referente lo que fue nuestra formación.
Nosotras estudiamos en un Liceo con número, hoy tiene un nombre en inglés, porque en algún momento eso se puso de moda.
Fuimos al liceo del barrio, todas vivíamos en los alrededores: La Cisterna, El Bosque, San Bernardo.
Veníamos de familias muy diversas, algunas éramos hijas de profesionales, otras de técnicos, otras de obreros.
Algunas, pocas, tenían algunos lujos en casa, que compartíamos cuando nos visitábamos auto, teléfono y un televisor. Algunas, pocas, acceso a otros lujos mayores: vacaciones, incluso algún viaje en avión, que compartíamos con regalos, fotos y narraciones.
Teníamos sí, algunas cosas en común. Nuestras familias valoraban mucho los estudios. Tenían puestas las esperanzas en que estudiar nos permitiría progresar en la vida. Eso significaría para nosotras seguir estudiando y preparándonos para ejercer profesiones y oficios diversos. Eso y el deseo que nos convirtiéramos en mujeres independientes y que entráramos al mundo del trabajo.
Nuestros recuerdos nos llevaron a concluir nuestra educación que se marcó por varias cosas.
Éramos diversas, aprendimos de esa diversidad, de las características personales, de nuestras familias, de nuestros orígenes y de nuestras costumbres. Éramos diversas, hoy seguimos siéndolo y eso ha sido parte de nuestra riqueza. Nuestra educación tuvo espacio para el contacto con la realidad, salíamos a terreno, investigábamos, experimentábamos, conocimos diferentes espacios, lo que nos hizo fácil al salir del liceo e incorporarnos también en diferentes realidades. Nos formaron a través del desarrollo de distintas habilidades, la música tenía importancia, el coro, los conjuntos musicales, los festivales de la canción; había interés por mostrarnos un mundo artístico y era habitual que nos llevaran a los museos y los conciertos, teníamos talleres literarios, publicábamos revistas, íbamos al teatro y también lo practicábamos, hacíamos deporte, competíamos en campeonatos inter escolares donde nos encontrábamos con muchos otros y otras estudiantes.
Nos formaron para la participación, a través de los centros de alumnos y el trabajo con la comunidad.
Una mayoría de nosotras estudió en la universidad y hemos desarrollado carreras en las cuales nos sentimos exitosas y felices, otras se formaron profesionalmente en otros ámbitos, el comercio, secretarias, técnicas y también se sienten realizadas y satisfechas.
Pero la última conclusión, al final de la tarde y cuando ya cerrábamos la conversación, nuestro análisis llegó a dos conclusiones.
Recibimos la buena educación que un país, un Estado, se había puesto como misión entregarnos.
Y haber sido educadas por la decisión de un país, a nosotros nos generó una necesidad, como dice Humberto Maturana, retribuir al país lo que habíamos recibido.
Así es como hemos entendido nuestra participación en la sociedad. Así es como hemos desarrollado nuestros trabajos, cada una desde su espacio y su especialidad, la medicina, el arte, la enseñanza y los servicios. Así es también como muchas hemos desarrollado una vida política.
Así es como hoy nos sentimos felices de reencontrarnos.
Con toda la diversidad que tenemos, lo que nos une es la convicción que nos formaron para cumplir un rol, que es necesario e importante para los otros.
Y a esas alturas de la conversación las preguntas fueron:
¿Qué pasará en el futuro con los niños y jóvenes que han recibido una educación de acuerdo a cuánto pagaron sus papás para ello y así entonces cada uno “se las arregló como podía”?
¿Qué pasará con ellos , cuando la idea que está en la base, es que cada uno tiene sólo lo que “se merece” de acuerdo al esfuerzo de sus familias (de dinero para la compra de servicios educativos)?
¿Qué va a ser de ellos si no conocen otras realidades, no les interesa lo que le pase a los otros, porque lo importante es que compitan, con las herramientas que sean necesarias, para llegar primero porque las “oportunidades” son sólo para “los mejores”
¿Cómo es entonces de verdad la formación cuando los énfasis están puestos en una “calidad” que sólo se traduce en puntajes y resultados en pruebas estandarizadas de algunas materias ”importantes” y no hay tiempo para las artes y los deportes?
¿Qué pasará si seguimos insistiendo en que lo único que importa es ser “exitoso” o “exitosa”?
¿Querrán reencontrarse después de años, así como nosotras, para reconocerse y en la diversidad ver cuántas cosas en común tienen?
¿Podrán valorar los recorridos de las vidas de cada uno y una, para sentir como nosotras, que todos han hecho aportes diferentes cosas para este país que los educó?
Espero que ahora sí exista de nuevo esa oportunidad, en que niños y jóvenes puedan recibir la buena educación a la que tienen derecho. Para crecer y desarrollarse diversos y juntos.
Espero que ahora sí, por el bien del país.
Comentarios
28 de julio
Hola Ingrid: Leí tu columna con harta paciencia y pienso que entras en varios prejuicios. Conozco a personas cuyos padres y madres les pagaron educaciones privadas que costaron varios sueldos mínimos y ahora venden café en cadenas internacionales. Y también conozco personas que estudiaron, como tú y tus amigas, en colegios con número y ahora ganan sueldos que los hicieron olvidarse de su origen, de sus luchas y de esa educación que les entregó el Estado. O sea, raya para la suma: el pasto no es más verde del lado del educado en colegio público y tampoco de aquel que pagó mucho por ir a la sala todos los días. Ojo con los prejuicios.
+1
28 de julio
Hola Estrella: Gracias por haberme leído, pero parece que no fui tan clara en destacar el foco en mi texto.No se trata de comparar los éxitos o fracasos individuales que efectivamente provienen de ambos lados. Mi tema es que es más posible que se genere en cada persona una responsabilidad de participar de vuelta en una sociedad que te apoya para que crezcas y te formes que si lo entiendes como el producto solo de lo que tú haces y por lo cual dejas de pensar en el conjunto. Creo que si no se entiende, entonces es un mal texto y habría que escribir de nuevo….
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29 de julio
Ingrid, leí tu columna con atención, principalmente porque en muchos aspectos me sentí muy identificada: liceo con número, el ideal familiar de que la ascensión social se gesta a través de la educación y la idea de tener un rol en la sociedad en que vives. Creo que esos conceptos son transversales a una gran mayoría de chilenos de clase media de los 80. Sin embargo discrepo con la diferenciación que haces respecto a la capacidad de “retorno social” que poseen los estudiantes públicos y privados porque, reconociendo que los desafíos de integración y de reconocimiento de la diversidad son mayores en un colegio privado que un público, la ceguera e inamovilidad ante lo justo/injusto, lo bueno/lo malo o la ausencia de trascendencia, pertenencia o integración no es exclusiva de los colegios privados.
Al final, al igual que tú, espero que todos nuestros niños reciban la buena educación a la que tienen derecho.
Un abrazo
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