Desde que la pandemia comenzó y empezamos a pensar en lo que vendría después, un poco con la esperanza que de todo esto tenemos que salir y una segunda y mejor esperanza es que saldremos mejores, me ha dado vueltas por la cabeza la idea de lo que será esta “nueva normalidad”.
Como siempre ocurre con todo lo que reflexiono, esto ronda sobre la educación, claro, la educación es mi ocupación durante los últimos (¿debo decir últimos?) cuarenta años, o sea, mucha parte de mi vida.
Hace un tiempo escribí una columna aquí mismo partiendo de la pregunta ¿Para qué volver a las aulas? Y, en ese momento, mi preocupación era que vería grandes intentos por querer retornar a las salas de clases, abrir los colegios, en parte por retomar la “normalidad”, también en parte por presumir que los efectos de la salida de las aulas y la enseñanza online produciría efecto impensados. Pero me preocupaba y me sigue preocupando si estamos pensando en lo que significa ese retorno, ¿para que? ¿Para volver a hacer lo que hacíamos antes? , que además seguimos haciéndolo en línea, sin tener demasiada conciencia de lo que realmente era necesario. Mi intuición de vieja profesora me decía que no.
Que antes del retorno debíamos pensar bien en qué nos había pasado, qué habíamos constatado que nos hacía falta, no a nosotros sino a nuestros estudiantes, de la edad que fueran.
Algo decía en esa columna, no habíamos preparado a nuestros estudiantes aprender de manera autónoma y eso nos pasaba la cuenta ahora que no estábamos todo el tiempo con ellos y ellas, no habíamos logrado distinguir los procesos individuales de aprendizaje de los colectivos, cosa que es mucho más evidente cuando se intenta hacer una clase en pantalla, no habíamos generado las condiciones para el trabajo colaborativo de verdad, no habíamos desarrollado muchas de las habilidades que en el papel decíamos hacer y en realidad estaban en una etapa inicial que cuando se requirieron quedaron en evidencia.
Entonces la pregunta de ¿para qué volver? sigue siendo vigente.
Sabemos que hay una necesidad de socialización de los niños, niñas, adolescentes y estudiantes en general que es prioridad, que requieren imperiosamente volver a ser parte de un colectivo, reconocerse en otros iguales, capaces de conversar, acordad, negociar, transar y tantas cosas que para la vida colectiva y la convivencia, son fundamentales.
Sabemos también que se requerirá contención, saldrán a la calle nuevamente, estarán horas lejos de sus casas, tendrán que entender, al igual que nosotros un mundo diferente, frágil, expuesto a los vaivenes de un “miserable bicho” que transformó las vidas de todo el planeta.
Pero creo que además de volver a preguntarnos, ¿para qué volver? Compartiendo la necesidad de recuperar las escuelas, los liceos y las universidades para celebrar la fiesta de aprender, y ser capaces de pensar entre los profesionales de la educación ese para qué y definir qué hacer también hoy tenemos que agregar otras reflexiones.
En las últimas semanas y a partir de la importancia que el presidente Boric ha dado a los niños y niñas, ¡por fin alguien les da la importancia que merecen y además los mira desde su altura y los escucha como corresponde! Justamente a partir de eso, he puesto especial atención a lo que dicen, como lo dicen y a través de qué los expresan.
Observando eso, pongo sobre la mesa el siguiente tema para educadores y educadoras.
Ojalá podamos retomar la escuela y todas las clases presenciales pero, pensemos bien. No somos los mismos, no podemos ser los mismos, nuestros niños y niñas son diferentes y tenemos que hacernos cargo de ello.
Lo que se escucha son reflexiones profundas, que articulan diferentes temas, que expresan emociones, sentimientos, necesidades, esperanzas, proyectos, conocimientos de maneras increíbles, incluso mejores que los adultos.
Y no solo son los niños y niñas que van a “la Moneda Chica” porque podría pensarse que van con un discurso preparado. Son todos los niños y niñas que consultados por diferentes temas por los noteros de la TV, tienen expresiones similares, profundas, reflexivas, concluyentes.
Entonces hoy retomo la pregunta, ¿para qué volver? Y le agrego ¿qué vamos a hacer con todo lo que aprendieron?
Hay una brecha sin duda respecto del curriculum formal, pero una cantidad de aprendizaje a partir de las vivencias en las casas, con los medios de comunicación, con la relación con adultos, con los miles de aprendizajes realizados por las noticias, las conversaciones, la observación.
Los educadores tenemos que pensarlo seriamente, ¿para qué volver? Y ¿Cómo vamos a incorporar todo lo aprendido?
No pretendamos hacer como que este tiempo no existió, existió y nos marcó.
Y ojalá podamos retomar la escuela y todas las clases presenciales pero, pensemos bien. No somos los mismos, no podemos ser los mismos, nuestros niños y niñas son diferentes y tenemos que hacernos cargo de ello.
Nosotros los educadores también debemos ser diferentes.
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