El patrimonio intangible de una sociedad, esa memoria colectiva que sobrevive al paso del tiempo y se transmite de generación en generación, no podría existir de no ser por los códigos que, como finas hebras, ayudan a tejerlo y lo mantienen lo suficientemente sólido como para que pueda pasar de boca en boca y de mano en mano.
De todos esos códigos, el más importante es la lengua: el idioma en el que se expresa la palabra, tanto hablada (la mayoritaria) como escrita. Existen otros: los códigos gestuales, los musicales, los visuales… Sin embargo, el más rico y el más utilizado a nivel global, a lo largo de la historia de la especie humana, es el lingüístico.
Como señalan las muchas declaraciones internacionales que se ocupan del tema, las lenguas son elementos esenciales a la hora de transmitir la cultura y la identidad de una sociedad determinada, junto a todas sus memorias y sus ideas. La desaparición de las primeras implica el empobrecimiento o directamente la pérdida —generalmente irreversible— de todos esos elementos. De ahí la urgencia y la insistencia con la que ciertos organismos internacionales lanzan la voz de alarma en relación a las lenguas en peligro, a la vez que señalan la necesidad de implementar programas de investigación, recuperación, fortalecimiento y divulgación.
Y, sin embargo, el ritmo de desaparición de palabras, frases y pronunciaciones a nivel global no decrece; al menos, si se hace caso a fuentes autorizadas como el Atlas of the World’s Languages in Danger de la UNESCO. Solo en América Latina hay más de 650 idiomas indígenas catalogados como, al menos, «vulnerables» o «en peligro».
Uno de los primeros pasos a la hora de recuperar una lengua vulnerable o amenazada es documentarla. Si bien tal paso tiene que ir acompañado de otras acciones —reducir o eliminar la presión que sufre, apoyar a sus hablantes, habilitar medios y espacios de expresión—, pues una lengua que desee sobrevivir debe ser, ante todo, utilizada cotidianamente, la documentación es fundamental: funciona como una especie de archivo de seguridad, y como un elemento muy útil a la hora de construir cimientos.
Antes de la revolución digital —esa que trajo internet y numerosas herramientas a nuestra vida cotidiana— la documentación lingüística solía moverse casi exclusivamente en círculos universitarios y académicos. Se trataba de materiales manejados por lingüistas, antropólogos, etnólogos, historiadores o sociólogos, y en muy pocos casos llegaba al gran público. De esta manera, cualquier interesado en estudiar una lengua indígena en América Latina solía enfrentarse a incompletos textos divulgativos de las más importantes (quechua, guaraní, náhuatl) o a densos y áridos tratados, gramáticas y análisis lexicográficos, producidos por y para especialistas. La red de redes y las nuevas TICs cambiaron la distribución de esos materiales —muchas bibliotecas universitarias, organismos nacionales e institutos de investigación han digitalizado sus colecciones y las han puesto en línea— e incluso su formato y su forma de producción, que ya no queda en manos de especialistas: los propios hablantes han ido asumiendo la investigación, recolección y defensa de sus lenguas.
Internet trajo mucho más que canales y plataformas: trajo consigo una cultura. Las comunidades que han florecido en su interior han desarrollado y/o recuperado una serie de valores muy interesantes, como el cooperativismo y la colaboración, el acceso y el código abierto, la pluralidad de perspectivas y abordajes, la multidisciplinariedad, y muchos más. La combinación de tales valores con el trabajo académico ha dado lugar a una serie de movimientos disciplinarios más interesantes aún, entre los cuales se cuentan las que hoy se conocen como «humanidades digitales»: el uso de nuevas herramientas, técnicas, comunidades, ideas, metas y abordajes para trabajar en el marco de las ciencias sociales y humanas.
Un ejemplo de cómo una comunidad de interés puede utilizar los espacios y dispositivos disponibles para lograr un objetivo concreto de manera abierta y colaborativa en el campo de los idiomas amenazados es la biblioteca digital «Curt Nimuendajú» de lenguas y culturas indígenas sudamericanas. Se trata de un proyecto brasileño en el cual confluyen (etno)lingüistas profesionales y amateurs de todo el continente para aportar bibliografía que permita crear una colección abierta de documentos relacionados con los idiomas indígenas, en peligro o no. En esta biblioteca, un repositorio virtual concienzudamente organizado, conviven versiones digitales de las primeras gramáticas y vocabularios de los misioneros jesuitas y franciscanos hasta los más modernos artículos sobre fonología y sintaxis de hablas amazónicas publicados en revistas especializadas, pasando por otros documentos que puedan aportar algún elemento útil de debate, investigación o aprendizaje: ediciones agotadas, conferencias, tesis, sitios web, periódicos, etc.
Uno de los primeros pasos a la hora de recuperar una lengua vulnerable o amenazada es documentarla. Si bien tal paso tiene que ir acompañado de otras acciones —reducir o eliminar la presión que sufre, apoyar a sus hablantes, habilitar medios y espacios de expresión—, pues una lengua que desee sobrevivir debe ser, ante todo, utilizada cotidianamente, la documentación es fundamental: funciona como una especie de archivo de seguridad, y como un elemento muy útil a la hora de construir cimientos.
Si bien el trabajo de esta plataforma está dirigido sobre todo a una comunidad académica que pueda hacer uso de determinado tipo de material, también permite el acceso a textos divulgativos que pueden resultar útiles a un público no especializado. Sea como sea, se trata de una ventana libre y abierta a saberes que, de otro modo, estarían confinados a los estantes de algún archivo o biblioteca.
Objetivos más abiertos son los de la iniciativa Rising Voices, perteneciente a la plataforma multilingüe Global Voices, una red internacional de medios ciudadanos activa desde 2005. Rising Voices busca conectar activistas digitales y apoyar sus ideas: una de ellas es la preservación de lenguas aborígenes latinoamericanas.
En el marco de esta iniciativa, el proyecto Lenguas indígenas. Una red de activistas digitales en América Latina reconoce la existencia de un movimiento emergente de activistas que impulsan el uso de sus idiomas nativos en la red, a través de tuits, artículos de Wikipedia, podcasts, etc. Rising Voices ha facilitado la creación de una red que reúne a varios de estos activistas para el intercambio de experiencias —cómo se enfrentaron a un problema determinado, cómo cierta plataforma o herramientas les permitió solucionarlo— y la enseñanza y el aprendizaje de nuevas estrategias. Uno de los resultados más interesantes son los diccionarios hablados (en Emberá Chamí, Wayuunaiki, Tz’utujil, Uitoto, Yanesha…), elaborados con la colaboración del Living Tongues Institute for Endangered Languages dentro del proyecto Talking Dictionaries.
Sea a través de documentos digitalizados organizados en bibliotecas virtuales, sea a través de archivos de videos o pistas de audio, sea a través de una sabia y equilibrada combinación de todos ellos, las multidisciplinarias comunidades preocupadas por la progresiva desaparición de las lenguas nativas de Abya Yala están trabajando en su recuperación, visibilización y divulgación. Para que las memorias del continente puedan seguir siendo tejidas y destejidas.
Serie Palabras habitadas [06]. Saberes, libros y voces latinoamericanos. Una compilación de experiencias bibliotecarias desde Abya Yala.
Lecturas
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