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Voces indígenas en letra de molde

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La primera imprenta americana, instalada en 1539 en la ciudad de México ―capital del recién creado Virreinato de Nueva España― comenzó a trabajar en manos del italiano Juan Pablos, bajo la dirección de Juan Cromberger. Los practicantes del (no tan antiguo) oficio de impresor se multiplicaron lentamente en el valle del Anáhuac y sus alrededores. Las obras que salieron inicialmente de sus prensas fueron sobre todo vocabularios, artes, gramáticas y manuales en lenguas como el nāhuatlahtōlli y el p’urhépecha: libros producidos por y para las órdenes religiosas, que apoyaban un aprendizaje imprescindible para el proceso de evangelización de las sociedades originarias mesoamericanas.

A Lima, la Ciudad de los Reyes, la imprenta llegó en 1583 de la mano de otro italiano, Antonio Ricardo. Sus tipos metálicos plasmaron el runasimi, la lengua de los Incas. La labor se extendió más tarde a la altiplánica Juli, en donde el aymar aru sería graficado por vez primera gracias al jesuita Ludovico Bertonio y sus muchos colaboradores e informantes nativos. Al sureste, otros sacerdotes de la Orden de Jesús llevarían una prensa a las misiones del Paraguay; en medio de la selva, los religiosos y decenas de artistas, grabadores y componedores del pueblo Guaraní crearían algunos de los primeros volúmenes en ava-ñe’é.

Los títulos de las obras más tempranas publicadas usando las principales lenguas indígenas de Abya Yala son ampliamente conocidos en los ámbitos de la historia del libro, la bibliotecología y los estudios culturales regionales: desde la Breve y más compendiosa doctrina christiana en lengua mexicana y castellana (México, 1539) en nāhuatlahtōlli, hasta la Grammatica o arte de la lengua general de los indios de los Reynos del Perú (Valladolid, 1560) del predicador Domingo de Santo Tomás y el Catecismo en lengua española y quichua (Lima, 1583), en runasimi, pasando por la Doctrina christiana en lengua castellana y çapoteca (México, 1567) del dominico Pedro de Feria, en binni záa.

Menos divulgados son los títulos de los primeros tomos dedicados a recoger y documentar idiomas no tan extendidos, e incluso desaparecidos. Los siguientes párrafos pretenden recuperar un puñado de ellos.

En 1548 se publicó la Doctrina cristiana en lengua huasteca, escrita por el agustino Juan de Guevara. Dos años después de esa referencia del idioma téenek fue el turno del dzaha dzahui, con la impresión en la ciudad de México de una Doctrina cristiana en lengua mixteca, elaborada por Benito Hernández. En 1555 apareció un Diálogo de la doctrina cristiana en lengua tarasca, escrita por el franciscano Maturino Gilberti, especialista en el habla p’urhépecha. Al año siguiente, 1556, Juan Pablos preparó en México el Catecismo y doctrina cristiana en idioma utlateco, una variante de la lengua k’iché compilada por el obispo de Guatemala, Francisco Marroquín. Y en 1558 Gilberti retoma su actividad como escritor y salen de imprenta el Arte en lengua de Michoacán y el Tesoro espiritual en lengua de Mechuacá, una labor que continuó en 1559 con un Vocabulario en lengua de Mechuacán y un Diálogo de doctrina christiana en la lengua de Mechuaca, y en 1560 con los Evangelios en tarasco.

El téenek volvió a ser abordado en 1571 con la Doctrina cristiana en lengua guasteca, impresa por Pedro Ocharte en México, y obra de un agustino anónimo. En la misma ciudad, en 1576, Pedro Balli publicó la Doctrina christiana muy útil y necesaria en castellano, mexicano y otomí, con la traducción al otomí o hñähü preparada por el agustino Melchor de Vargas. En 1580 Ocharte sacó de sus prensas la Cartilla y doctrina christiana en la lengua chuchona del pueblo de Tepexic de la Seda, por el dominico Bartolomé Roldán, que recogió el idioma chocho o ngigua. La lengua tupí clásica ―luego llamada língua geral fue impresa en 1595 en Coimbra, Portugal, por Antonio de Mariz, en el Arte de grammatica de lingoa mais usada na costa de Brasil, del jesuita Joseph de Anchieta. Por su parte, Francisco del Canto publicó, en Lima en 1606, el Arte y gramática general de la lengua que corre en todo el Reyno de Chile, la primera obra que estudió el mapudungu, y cuya autoría correspondió al jesuita Luis de Valdivia.

El Arte de la lengua mame, del dominico Jerónimo Larios, se editó en México en 1607, recogiendo el mam de Guatemala. Del Canto y Luis de Valdivia colaboraron nuevamente para lanzar en Lima, ese mismo año, la Doctrina christiana y cathecismo en la lengua allentiac, uno de los pocos libros que recopiló una de las dos lenguas empleadas por el pueblo Huarpe de Argentina y Chile. En Madrid, en la casa de Bernardino de Guzmán, en 1619 se imprimió la Gramática de la lengua general del Nuevo Reyno, llamada mosca; obra del predicador Bernardo de Lugo, fue la primera en chibcha o muysccubun, idioma hoy extinto. En 1637 Juan Ruiz imprimió en México la Doctrina y enseñança en la lengua maçahua, en jñatio, preparada por el licenciado Diego de Nájera Yanguas, un miembro del Tribunal del Santo Oficio. En Lima en 1644, Joseph de Contreras compuso el Arte de la lengua yunga de los valles del Obispado de Truxillo del Perú, escrito por el vicario Fernando de la Carrera, y uno de los pocos documentos que recogió la lengua muchik o mochica. Y en 1683, Diego Fernández de León imprimió en Puebla (México) el Compendio del arte de la lengua de los tarahumaras y guazapares, un trabajo del jesuita Tomás de Guadalajara que puso por escrito el habla rarámuri.

Ya iniciado el siglo XVIII, Miguel de Ribera preparó en México el Arte de la lengua tequima vulgarmente llamada opata, del jesuita Natal Lombardo, en 1702; el libro recoge el tehuima del pueblo Ópata, hoy prácticamente desaparecido. Ese mismo año la imprenta de Joseph de Contreras produjo el Arte de la lengua moxa, con su vocabulario y cathecismo, del jesuita Pedro Marban, que trabajó en las célebres misiones de Moxos, en el actual oriente boliviano. Los herederos de J. García Infanzón publicaron en 1732 en Madrid el Arte y vocabulario de la lengua lule y tonocoté, una joya del jesuita Antonio Machoni, único testimonio de esos idiomas indígenas argentinos.

Los títulos de las obras más tempranas publicadas usando las principales lenguas indígenas de Abya Yala son ampliamente conocidos en los ámbitos de la historia del libro, la bibliotecología y los estudios culturales regionales. Menos divulgados son los títulos de los primeros tomos dedicados a recoger y documentar idiomas no tan extendidos, e incluso desaparecidos.

Los herederos de la viuda de Francisco Rodríguez Lupercio, en la ciudad de México, editaron el primer documento en naáyarite, el Vocabulario en lengua castellana y cora, del jesuita Joseph de Ortega, también en 1732. Otra viuda, la de Miguel Ortega, hizo lo propio con el ayüük, publicando en Puebla el Confesionario en lengua mixe, compilado por el predicador Agustín de Quintana, en 1733. Y en esa misma ciudad, una tercera viuda, la de Miguel Ortega, preparó el Arte de la lengua totonaca, de Joseph Zambrano Bonilla, el cual vio la luz en 1752.

Buena parte de estos documentos ―y muchos otros con similar significado― se encuentran actualmente protegidos en bibliotecas nacionales, y digitalizados para su consulta libre. Su valor no es sólo histórico o lingüístico, al presentar una foto fija de una lengua nativa en un momento determinado del pasado (en ciertos casos, la única foto superviviente de ciertas palabras y estructuras mentales). También muestran los esfuerzos que los impresores hicieron para representar sonidos hasta entonces jamás reflejados en tipos de metal, componiendo grafías que en ocasiones se han mantenido hasta hoy: por ejemplo, los acentos nasales del guaraní o avá ñe’é.

Todos esos documentos forman, en su conjunto, una de las bases del patrimonio tangible de Abya Yala. Una tan importante como olvidada.

Serie Palabras habitadas [11]. Saberes, libros y voces latinoamericanos. Una compilación de experiencias bibliotecarias desde Abya Yala.

Lecturas

  • Biblioteca Nacional del Perú. Biblioteca Digital – Joyas. [En línea]. http://bdigital.bnp.gob.pe/Bvirtual/Joyas
  • Muñoz y Manzano, Cipriano [Conde de la Viñaza] (1892). Bibliografía española de lenguas indígenas de América. Madrid: Est. Tipográfico «Sucesores de Rivadeneyra».
  • Pérez Luna, Julio Alfonso (coord.) (2011). Lenguas en el México novohispano y decimonónico. México D.F.: El Colegio de México.
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