La pregunta aquí es cómo el Estado y sus instituciones incorporan interpretaciones del pasado en los procesos de democratización. Que lo hagan, de qué manera, y con qué resultados, es siempre parte de los procesos de lucha social y política (Jelin, 2000).
La Escuela de Mecánica de la Armada fue el centro del poder político del fallecido almirante Emilio Eduardo Massera. Centro de formación para futuros suboficiales, a partir de marzo de 1976 se convirtió junto a Campo de Mayo en la principal cárcel y centro de exterminio por el cual transitaron alrededor de 5.000 detenidos durante el llamado Proceso de Reorganización Nacional que impulsó la Junta Militar Argentina. El 90 por ciento de ellos murió y/o se encuentran desaparecidos.
La descripción que hace de dicho lugar el informe Nunca Más realizado por la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (CONADEP) es clara y categórica: “no sólo era un centro clandestino de detención donde se aplicaban tormentos, sino que funcionaba como el eje operativo de una compleja organización que incluso posiblemente pretendió ocultar con el exterminio de sus víctimas los delitos que cometía” (1984).Sí, cualquier sociedad desentraña sus responsabilidades, difícilmente podrá comprometerse con sus problemas éticos y relativizará los conflictos vinculados con la impunidad, la justicia, la corrupción y la muerte
En dicho lugar concentraron sus operaciones los Grupos de Tareas 3.3.2 y 3.3.3, que formó Massera quien, además, arengaba personalmente a los oficiales antes de salir en busca de potenciales prisioneros. Lo constituían el vicealmirante Rubén Jacinto Chamorro, alias “Delfín”; los capitanes de fragata Jorge Eduardo Acosta, alias “El Tigre”; Alfredo Ignacio Astiz, alias “El Ángel Rubio”; Juan Carlos Rolón, alias “Niño” y Antonio Pernías, alias “Trueno” y los capitanes de corbeta Adolfo Francisco Scilingo y Ricardo Miguel Cavallo, alias “Marcelo” entre otros.
El casino de oficiales, fue el espacio central de alojamiento y tortura de los secuestrados. Posee tres pisos. Allí los detenidos eran alojados en el tercer piso, denominado “capucha”. También en un altillo, denominado “capuchita”, y en el sótano. Desde este lugar “trasladaban” a los cautivos. Eufemismo utilizado para sacar a los prisioneros que previa inyección de Pentotal -que los represores en son de macabro sarcasmo llamaban Pentonaval- eran subidos a aviones navales y arrojados al Río de la Plata. Fueron los llamados “vuelos de la muerte”.
El tercer piso llamado “Capucha”, tenía pisos de cemento que se pintaban constantemente, sin ventanas, con pequeños ventiluces que daban a los “camarotes”, unas celdas con paredes de mampostería. Frente a los “camarotes” se alineaban las “cuchas”, estrechos cubílos donde se tenían encapuchadas, esposadas y engrilladas a las víctimas. Acá, además, estaba el “Pañol”, sitio donde se almacenaban los bienes robados. Entre la “Capucha” y el “Pañol” se hallaban los baños y tres habitaciones, una de ellas para las prisioneras embarazadas (Martynuk, 2004: 14)
En los juicios por la mega causa ESMA, veintinueve represores han sido condenados a prisión perpetua por cometer Delitos de Lesa Humanidad en la ESMA durante la última dictadura y por arrojar vivos al mar los cuerpos de prisioneros en los llamados “Vuelos de la Muerte”. El mencionado juicio, que incluyó a poco más de 750 víctimas -de las cuales una mayoría murió en las largas sesiones de torturas o fueron arrojados vivos desde aviones navales- duró cerca de cinco años y en los que se juzgó a 54 acusados por delitos de violaciones a los derechos humanos, entre ellos el secuestro, la desaparición forzada, la tortura y el genocidio. Muchos de los responsables han sido juzgados por tribunales federales. Hasta ahora, más de 1.100 represores han sido condenados.
Entre los casos investigados y juzgados se encuentran el secuestro y desaparición de las monjas francesas Leonie Duquet y Alice Dumont; el secuestro y desaparición de Esther Norma Arrostito; la desaparición de la sueca Dagmar Ingrid Hagelin, las Madres de Plaza de Mayo, Azucena Villaflor, Ana Bianco y Esther Careaga y la desaparición de Rodolfo Jorge Walsh, sucesos que ocurrieron en la Escuela de Mecánica de la Armada.
Pese al negacionismo y olvido promovido por intereses vinculados a quienes participaron o usufructuaron de tan oprobiosos regímenes. Sí, cualquier sociedad desentraña sus responsabilidades, difícilmente podrá comprometerse con sus problemas éticos y relativizará los conflictos vinculados con la impunidad, la justicia, la corrupción y la muerte.
Como sostiene Pilar Calveiro, “los campos de concentración son un concepto político que toma su energía de un intento de reconstruir la figura de lo humano bajo el imperio del terror y la tortura. Los campos de concentración fueron el dispositivo ideado para concretar la política de exterminio, esa que separa amigos de enemigos” (2004: 11)
En estos días, el Espacio Memoria y Derechos Humanos (ex ESMA) ingresó a la lista del Patrimonio Mundial de la Unesco, de ese modo el ex centro clandestino de detención, tortura y exterminio pasó a integrar la lista que contempla lugares con un “valor universal excepcional” que pertenecen al patrimonio común de la humanidad. Lo anterior gracias a un trabajo sostenido de largo plazo entre todas las agrupaciones defensoras de los Derechos Humanos, la sociedad y una política pública clara y contundente de memoria estable que ha trascendido a los gobiernos de turno. Que implicará concientizar, educar, recordar, y promover que los horrores vividos no se repitan Nunca Más, ni en Argentina ni en ninguna otra parte del mundo.
Bibliografía:
1. Nunca Más. Informe de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas. Editorial Eudeba, Buenos Aires, 1984.
2. Claudio Martyniuk. ESMA. Fenomenología de la desaparición. Prometeo Libros, Buenos Aires, 2004.
3. Pilar Calveiro. Poder y Desaparición. Los campos de concentración en Argentina. Ediciones Colihue, Buenos Aires, 2004.
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