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¿De qué nos quejamos? El monstruo está en la calle

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Hoy vemos con estupor cómo la juventud se vuelca a las calles para exigir derechos que se han perdido, o bien, no les han llegado, exigen respuestas a múltiples necesidades, pensiones dignas para sus predecesores, justicia laboral, cobros justos en los servicios básicos y enseres de primera necesidad, acceso a salud digna, trato y acceso igualitario a la justicia, y en fin, una serie de demandas, todas ellas justas, pero el drama no se encuentra ahí.

También observamos cómo con arrojo y temeridad desafían a las fuerzas de orden y a los militares, arriesgando sus propias vidas. Y, en nuestra mirada, pedimos que alguien ponga control, vemos con asombro cómo destruyen el bien común para hacer barricadas o cómo saquean comercio establecido y cómo también queman locales, pero, a mi entender tampoco el problema está ahí.

Creo que la idea de aplicar la fuerza y restricciones a las manifestaciones no controlará lo que observamos, en ocasiones, atónitos. Digo esto porque estoy convencido que el monstruo que engendramos, criamos y alimentamos como sociedad, en estos 30 años, se nos escapó y hoy se encuentra suelto en las calles, y no tiene posibilidades de control. Explicaré a continuación, mi aseveración.

Durante estos 30 años, potenciamos la desintegración de la familia. Sí, esto es verdad, cuando en una familia, tanto padre como madre deben salir a trabajar para sustentar el hogar y, además, saben que con el sueldo no pueden llegar a fin de mes, por lo cual deben trabajar horas extras. Sumado a ello, deben considerarse las horas de viaje en el transporte público. El resultado de ello son niños que se atienden y cuidan solos.

Sumado a lo anterior, y no menos importante, es que esos padres, en el mejor de los casos, llegan cansados al hogar, sabiendo que dicha rutina se repite día a día, por lo cual la atención a sus hijos se hace dificultosa. En los casos peores, el cansancio puede desatarse en malos tratos de todo tipo que desencadenan en el rompimiento del núcleo familiar, quedando dichos niños aún más indefensos.

Frente a niños con ausencia de sus padres y por tanto, sin control y enseñanza de hábitos y costumbres, a estos infantes, solo les queda, mientras están en casa, observar una televisión que, obedeciendo a un diseño muy bien pensado, solo ofrece programación idiota. Por ende, entonces, se crían seres idiotas, sin pensamiento autónomo y sin imaginación, sin sueños. La otra opción es que salgan a la calle a encontrarse con otros niños en igual condición y, por ende, son un material de gran valor para las bandas de narcos y otros grupos delictuales organizados, y ya sabemos el resultado. Pero, esto no termina aquí. Porque aquellos niños, cuyos padres, con su esfuerzo han accedido a lo que ofrece y recomienda el consumismo, le han comprado a sus hijos consolas de todo tipo, que, en su gran mayoría, en sus juegos incentivan y perfeccionan la violencia. ¡Qué amalgama más peligrosa!

La idea de aplicar la fuerza y restricciones a las manifestaciones no controlará lo que observamos, en ocasiones, atónitos

Aún nos queda mencionar la educación. No voy a entrar a analizar por qué la educación está como está; no es el sentido de estas líneas. Solo voy a expresar que cuando de manera, nuevamente, perfectamente diseñada, no se les enseña a los niños y jóvenes a pensar, sino solo a repetir, lo que se requería eran máquinas de trabajo y no una sociedad pensante. Ejemplo de ello fue la negativa permanente a enseñar cívica en los colegios, o la disminución de las horas de filosofía.

Entonces, ¿Cuál es el resultado de lo que aquí he expuesto? Pues, nada más y nada menos, el monstruo que engendramos, criamos y alimentamos en estos 30 años; este se soltó y hoy se encuentra en las calles de nuestro país.

No nos quejemos, entonces, por lo que nosotros mismos ayudamos a crear con nuestros silencios cómplices; y las autoridades políticas no digan que no lo sabían o no se dieron cuenta, porque ellos fueron los diseñadores, conscientes de las políticas que dieron como resultado este engendro.

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