Laura, Francisca, Andrea, Estela, Sandra y Olga, son mujeres que viven en sectores rurales del centro y sur de Chile con las que junto con un equipo de investigación tuvimos la oportunidad de compartir entre octubre de 2012 y agosto de 2014, en el marco de un estudio sobre estrategias de sobrevivencia de familias beneficiarias de programas sociales.
Todas ellas y sus familias son lo que la encuesta CASEN clasifica como hogares en situación de pobreza monetaria extrema, es decir, familias que no cuentan con recursos suficientes para cubrir sus necesiddes básicas de alimentación, transporte, vestuario , vivienda y recreación.
Al conversar con estas mujeres pudimos confirmar que la falta de ingresos es el correlato de una superposición de vulnerabilidades que las mantienen en una precariedad muy extrema. La mayoría de ellas fueron madres entre los 15 y los 17 años (como también lo están siendo sus hijas), ninguna tiene un empleo regular, se capacitan en oficios pero no logran emprender en ellos, se endeudan con parientes y amigos y dependen del apoyo del Estado para pagar sus servicios básicos y mandar a sus hijos a la escuela.
Confirmamos también, que entre ellas y sus pares hombres -parejas actuales, padres de sus hijos, ex – maridos o convivientes- hay muchas diferencias que las ponen a ellas en una situación aun más vulnerable y precaria que a ellos. En los pocos casos en que sus parejas se encuentran en el hogar, ellos sí trabajan, sí emprenden, sí tienen acceso al crédito y no tienen responsabilidades ni sobre el hogar ni sobre el cuidado de los niños.
Por eso es que el Estado hace entrega de los bonos para el apoyo de estas familias a las madres, porque son ellas quienes están a cargo de los niños y administran el hogar. Paradójica disyuntiva entre empoderar a la mujer en su rol de reproducción y cuidado y hacerla al mismo tiempo responsable de los escasos ingresos que por vía del Estado llegan al hogar. Un ejemplo más de la multiplicidad de roles que en todos los contextos socioeconómicos tenemos las mujeres y que la institucionalidad no hace sino reforzar.
Paradójica disyuntiva entre empoderar a la mujer en su rol de reproducción y cuidado y hacerla al mismo tiempo responsable de los escasos ingresos que por vía del Estado llegan al hogar. Un ejemplo más de la multiplicidad de roles que en todos los contextos socioeconómicos tenemos las mujeres y que la institucionalidad no hace sino reforzar.
Parádojica disyuntiva en un tiempo de reivindicaciones feministas, que ojalá sirvan de oportunidad para visibilizar estas otra historias, las de mujeres que están ajenas a estos debates, pero vaya que saben de abusos y discriminaciones. Para ellas, por ellas, la igualdad de género es un imperativo ético. Para que ojalá pronto podamos asegurarle a Laura, Francisca, Andrea, Estela, Sandra y Olga, que aunque muy probablemente la de su descendencia también será una historia de lucha, será una en que sus hijas estarán en igualdad de condiciones que sus hijos para enfrentarla.
Por Ignacia Fernández
Directora Ejecutiva
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