Enciende la plancha y prepara un vaso de agua para rociarle con los dedos sobre el pantalón. Fulgencio sigue con la tradición de su abuelo materno, usa camisas y pantalones de vestir, suéter de lana y zapatos tipo mocasines. Siempre con su pañuelo de tela bien planchado y cuidadosamente doblado guardado en la bolsa de atrás del pantalón. Usa el mismo cincho de cuero desde hace cuarenta años.
Ya que tiene su mudada lista se va a bañar con el agua fría del tonel, pero primero lava la muda de ropa del día anterior y la deja secando. Se restriega los carcañales con las piedras pomas que compra en el mercado en el local de doña Juanita que es la vendedora más antigua, con treinta años en el puesto, empezó vendiendo pashtes [1] y hoy en día tiene piedras pomas, bolsas de arena roja, copal, 2 veladoras, siete montes y puros.
Cuando le alcanza el dinero Fulgencio compra pasta dental, pero con regularidad se cepilla con sal y carbón los pocos dientes que le quedan. Se moja el cuello con Agua Florida a la vieja usanza.
Le cuesta mucho ajustar para surtir su mercadería, alquila un cuartito de tres por tres metros en las cercanías del mercado La Presidenta, en la capital guatemalteca. Siempre desayuna en el puesto de doña Julia, que viaja todos los días a las dos de la madrugada desde Ciudad Vieja, Sacatepéquez, hasta la capital para cuando llega el alba ya está colocando sus dos mesas de pino y encima los canastos con camotes y güisquiles cocidos, atol de tres cocimientos, arroz con leche y atol blanco. En la parrilla pone a calentar los tamales de frijol, chipilín y elote. También vende panes con huevo y jamón y jugos de naranja preparados con huevos de pato. Antes vendía con huevos de parlama, pero desde que le explicaron de la extinción de las tortugas dejó de comprarlos.
Fulgencio siempre pide dos tamales de chipilín y un atol blanco que pasa a pagar al mediodía, cuando va a comer su almuerzo: un pan con frijoles y un atol de arroz con leche. Él no tiene puesto, pero todos los días a las siete de la mañana se coloca en la entrada del mercado con la mercadería que carga en una caja de madera que abre como maleta y se cuelga de los hombros.
Se sienta en su banquito plástico y comienza a ofrecer su producto: chicles, bombones, cigarros sueltos y por cajetilla, ricitos y una que otra galleta. Cuando se cansa o se aburre deja el banquito encargado y camina por los alrededores del mercado, hay ocasiones en las que termina en las puertas del Cementerio General y ayudando a los vendedores de flores. Así es como estira los músculos y se airea un poco, después vuelve por su banco y regresa a su lugar. Hay ocasiones en las que se queda dormido y no logra vender, pero algunas personas le dejan dinero en una esquina de la caja.
Él no tiene puesto, pero todos los días a las siete de la mañana se coloca en la entrada del mercado con la mercadería que carga en una caja de madera que abre como maleta y se cuelga de los hombros
No es mucho lo que logra vender al día por eso Fulgencio con setenta y cinco años, analfabeto, sin ningún familiar vivo, al finalizar su jornada laboral ofrece su ayuda a los vendedores del mercado limpiando y sacando la basura, con lo que le dan se socorre para ajustar para la renta y su comida del día a día.
Su cena la prepara en la estufita de mesa que tiene en el cuarto que renta, son verduras que ha salvado de la basura, se lamenta no tener un refrigerador porque si no ahí guardará hasta los huesos de pollo que tiran las de las pollerías y de paso algunos hígados y mollejas para su caldo. Pero tiene un colchón que compró nuevo en la avenida Bolívar, es su lujo más grande, nunca había tenido nada nuevo en la vida, a veces cree que soñar con un refrigerador es pedirle mucho a la vida y ser malagradecido con lo que tiene, si hasta le sobra una almohada.
[1] Pashte: Esponja natural que proviene de la planta de nombre luffa, que en Guatemala y Centroamérica se utiliza para el aseo personal o para lavar platos.
[2] Resina de árbol que se utiliza como incienso en la espiritualidad maya en países de Centroamérica y México.
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