Parece insoslayable hoy en día hacerse preguntas cada vez más universales. Tal vez se comience con cuestiones locales. No han faltado los desaciertos en el gobierno y tampoco, desde luego, en la oposición. Se podría decir que la cosecha, en ambos casos, es generosa.
Pero muy pronto, el pensamiento se dirige hacia las cercanía. En este caso, nuestra querida y aporreada América del Sur. Argentina en su forzada discusión de qué es el peronismo, ese extraño fenómeno que hermana a la extrema derecha con la más radical de las izquierdas. Perú en el punto en que la elección de un fujimorismo trasnochado es una posibilidad casi segura.Una generación que no piense sólo en el nivel de rentas que puede lograr al elegir una profesión. Gente interesada en el quehacer de la política, dispuesta a discutir con buenas maneras. Personas con ideas, con compromiso
Brasil. Oh Brasil. ¿Qué se puede decir de Brasil? Que quienes son paladines de la corrupción masiva enjuician a una Presidenta honesta, aunque imprudente, en una maniobra que se parece demasiado a un golpe de estado. ¿Es necesario hablar de Venezuela? Parece que la situación de ese país está madura para algunos cambios.
Miremos a Europa. Inglaterra a punto de abandonarla. Hollande proponiendo una reforma de las leyes del trabajo claramente patronal. España en la anarquía. Gran parte del resto, aterrados por la “invasión” islámica. Ataques terroristas en Francia y Bélgica, por nombrar sólo los más cruentos.
Los lentos y débiles progresos en materia de medio ambiente parecen demasiado tardíos para detener el calentamiento global y su correspondiente cambio climático.
¿Qué pasa? No, no me refiero a la revista y su particular manera de ver la realidad. Me refiero a qué está ocurriendo en el planeta que nos hace fácil presentar un menú de catástrofes de todo tipo que nos recuerdan las más siniestras películas de terror.
Los astrónomos culpan a Plutón, entrando en Capricornio. Puede ser, no me pronuncio. Lo que sí está claro es que no podemos cambiar la trayectoria de los astros.
Lo que sí, tal vez, podemos es modificar nuestras conductas.
El neoliberalismo que los chilenos tuvimos el dudoso honor de protagonizar cuando los seguidores de Friedman y compañía le dictaban los preceptos económicos a los ministros de la dictadura, parece haber llegado a su fin. Ya estamos entendiendo que ese sistema es muy provechoso para el 1% de la población. Ahora nos damos cuenta de que es muy difícil estar en ese porcentaje. El excesivo bienestar económico que esa gente sufre ( el verbo está bien elegido) ha llegado a una dimensión tal que se acerca al absurdo. Las diversas teorías que proyectan ese bienestar al resto de la gente, comúnmente llamado la teoría del chorreo, no funciona más allá de alguna prenda de ropa o zapatos usados adquiridos a buen precio en la “ropa americana”.
El grueso de la población tiene, sin embargo, ambiciones más altas. Quiere educar a sus hijos, quiere gozar de aceptable salud, quiere tomar vacaciones, quiere mejorar su estándar de vida.
Para cambiar ese estado cosas, en un plazo relativamente breve, será preciso esperar una generación al menos. Una generación de gente que no piense sólo en el nivel de rentas que puede lograr al elegir una profesión. Gente interesada en el quehacer de la política, dispuesta a discutir con buenas maneras. Gente con ideas, con compromiso, con intereses que vayan más al terreno de la ecología, la cultura, las artes que al último modelo de teléfono.
¿Hay algún progreso en ese sentido? A veces, pienso que sí. Otras, en cambio, la respuesta es un claro no. Como por ejemplo, cuando un dirigente de los estudiantes, en actitud de violenta protesta ante la reforma, responde que no ha leído la propuesta, pero que está en contra.
Me aterra descubrir que los actuales dirigentes estudiantiles, respecto a aquellos que admirábamos en 2006 y 2011, parecen indicar un grave retroceso. Ojalá esté equivocado.
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