Este escrito lo redacté a inicios de abril del año pasado, y lamentablemente sigue siendo demasiado vigente tras el escándalo de las fiestas clandestinas en Cachagua:
Mucho se ha reclamado que el Ministro Mañalich fue incompetente con su manejo de la pandemia, con tremenda falta de iniciativa y proactividad, que ha tenido una actitud indolente, irreverente e indiferente con el sufrimiento y temor sociales que esta acarrea en la población y, en particular, con el cuerpo de profesionales de la salud. Crítica que, por cierto, se ha extendido al Gobierno también, pero hay que entender que esta actitud es solo el reflejo del segmento social al cual corresponden todos ellos, y que no es exclusivo de la gente de derecha. El segmento cuico.
Aunque habitualmente se considera como equivalente a cualquier persona perteneciente al estrato socioeconómico alto, en realidad el cuico es una subdivisión del mismo y, muy ocasionalmente, puede hallarse entre la clase media. En general, ser cuico es un tema de actitud frente a la posesión de bienes económicos, generalmente a un sentimiento de superioridad por sobre el resto de la sociedad y, en particular, por aquellos que no gozan de la riqueza material y de poder que ellos tienen. Sin embargo, su caracterización se encuentra incompleta si no se indica la sociabilización que se genera entre ellos. Esta corresponde a una asociatividad entre pares donde excluyen a quienes no comparten una visión sesgada y normativa de la sociedad (“mi forma de vida es la normal y la ideal, y otros requerimientos sociales nacen de la envidia que sienten de mí”), aunque con contadas excepciones, donde muchas veces el foráneo es usado como objeto de bromas y comparaciones malintencionadas, aunque no sea la intención inicialmente, o sí es positivamente incluido, este se autoexcluirá debido a los altos requerimientos económicos que sus actividades de sociabilización habitualmente conllevan, creándose un ambiente social cerrado entre ellos, donde el discurso y las creencias son repetidas y, por tanto, amplificadas y reforzadas, haciendo que este sesgo normativo se convierta en uno de confirmación.
Este sesgo, entre los cuicos, llega al punto de observar con desprecio la sociedad en la cual nacieron y se desenvuelven, buscando separarse de ella en lo máximo posible, como puede verse en las costumbres de hablar con un acento ficticio, denegando o pervirtiendo costumbres populares acomodaticiamente a sus caprichos personales y de grupo, renegando al resto de la sociedad por no ser como ellos y no considerándose parte de la misma, sino una suerte de casta separada que se encuentra “en el país equivocado” y buscan referencias culturales, conductuales y normativas en sectores referenciales del primer mundo, particularmente de Estados Unidos y Europa, al punto que algunos públicamente prefieren autoidentificarse con un apellido extranjero si es que lo tienen como materno o uno familiar al cual no alcanzaron por leyes de denominación personal. Un tercer punto crucial en su caracterización es que consideran que su estatus social es uno de carácter natural e inamovible, ignorando las implicancias de que, en la enorme mayoría de ellos, su posición es heredada y usufructan de bienes y riquezas que no han sido lograda por ellos, o su contribución ha sido prácticamente insignificante y asumen que serán la base de su propia fortuna personal, cuando no heredarán su administración para manejarla en su totalidad a futuro.
Normalmente se les encuentra entre la elite social, dado que, casi en su totalidad, son parte del mayor estrato socioeconómico, y su presencia e impacto en el resto de la sociedad es tan notoria, que, para el resto, muchas veces son sinónimos uno del otro. Sin embargo, una elite social se supone que debe ser culta e ilustrada gracias a los recursos de los que gozan y, al gobernar al resto de la sociedad, deben asumir la responsabilidad de elevar el estado de esta con una actitud responsable, visionaria y levantando a la población moral y educacionalmente, ocasionalmente a expensas personales si es necesario, como era la intención socio-religiosa de la caridad. Pero al cuico eso nunca le ha importado, solo busca aumentar la brecha que los separan de los otros, la brecha económica y la identitaria. La actual pandemia expuso esto de manera obscena y sin tapujos.
Las primeras medidas para la contención del Covid-19 fueron peticiones voluntarias para quienes habían llegado de países afectados, en su totalidad por transporte aéreo, fueran a realizarse exámenes, pagados particularmente, avisaran de su itinerario de vuelo a la autoridad sanitaria y se mantuvieran en sus hogares hasta la entrega de resultados, evitando realizar contacto social por riesgo a infectar a más personas. Todo eso fue ignorado con evidente descaro por ellos, con el foco inicial de contagio en Chillán siendo realizado por un joven que había viajado hacia uno de los países europeos aquejados por la enfermedad y yendo a su gimnasio rutinario, creando un brote de casi una treintena de personas sin esperar a sus resultados del examen del virus, peor si hacemos caso de los rumores de los mismos chillanejos que dicen que es hijo del dueño de la mayor panadería de la ciudad; o del primero que se supo públicamente, aquel que, tampoco esperando a sus resultados del examen, que darían positivo, voló de Santiago a Temuco con tal de ir a un matrimonio en Villarrica y a una discoteque la noche anterior, provocando el segundo mayor brote regional tras la Región Metropolitana; un tercer ejemplo es la señora de Concepción, sospechosa descartada, posteriormente a los hechos, de ser positiva, que fue a una librería del centro comercial de la ciudad, arriesgando a los trabajadores del mismo y a todos con quienes se cruzó en el trayecto solo porque quería cambiar un libro que había comprado el día anterior, incluso ofreciendo una suerte de soborno a ellos al decir que gastaría $200.000 con tal de que la atendieran, solo desistiendo cuando seguridad, tras llamar a Carabineros, le recordó que violar la cuarentena le saldría quince veces esa cantidad de dinero.
Tal como estos, tenemos otros casos individuales, como aquellos que salieron de la región capital en helicóptero para evadir los cordones sanitarios, pero también uno colectivo, y que creó el brote inicial en muchas localidades, y fue el hecho que irresponsablemente decidieron irse, en grupos familiares completos, a sus casas de veraneo en los litorales costeros
Tal como estos, tenemos otros casos individuales, como aquellos que salieron de la región capital en helicóptero para evadir los cordones sanitarios, pero también uno colectivo, y que creó el brote inicial en muchas localidades, y fue el hecho que irresponsablemente decidieron irse, en grupos familiares completos, a sus casas de veraneo en los litorales costeros, que fue profusamente denunciada en la prensa y en redes sociales tanto por los alcaldes de aquellas comunas como por los propios habitantes, que veían como, de manera egoísta e indolente, y en una obvia demostración de ser ladinos y de que no se sentían aludidos por los llamados del Gobierno a quedarse en sus hogares y aislarse socialmente, creyéndose tan separados del resto de la sociedad que los reglamentos que el Gobierno dictaba no eran aplicables a ellos al muy por encima de los “rotos” que son gobernados, y respondiendo virulentamente a las increpaciones, crecientes en tono, frente a su actuar irresponsable de otros actores sociales, llegando al extremo de, por ejemplo, amenazar a los vecinos de Zapallar con una subametralladora de fogueo, indistinguible de la real para el ojo ignorante de las armas, o vociferar que ellos harían que Carabineros les sacaran los ojos y los matasen.
Así, los cuicos se negaron sistemáticamente a cambiar su estilo de vida aún a riesgo de esparcir la pandemia y crear víctimas fatales, tal como ocurrió, porque ellos fueron los principales vectores de la enfermedad en Chile, lo cual terminó de ser aparente cuando el Presidente Piñera ordenó el toque de queda y el retorno a los hogares principales. Obviamente no se indicó a ningún grupo en particular, pero todos sabían cómo los restaurantes, bares y otros lugares de esparcimiento de Vitacura, Lo Barnechea y otras comunas de la zona oriente se mantenían a rebosar de gente a pesar de los explícitos llamados a no aglomerarse para impedir propagar el Covid-19, cómo los litorales costeros se llenaban de familias pudientes que tomaban la cuarentena como una extensión de las vacaciones de verano. Los testimonios, videos y fotos eran cuantiosos y hablaban por si mismos del actuar negligente de nuestra supuesta elite social.
Los valores de respeto, decencia y confianza son los cuales una elite social debe siempre proyectar hacia el resto de los estamentos sociales, dado que, inconscientemente, son el punto más cúlmine de comparación y aspiración que los miembros de una sociedad tienen, por lo cual estos jamás deben transarse. Si ellos no lo hacen, nadie lo hará, porque no habrá un referente observable. Esta ilusión de sociedad superior civilizada de los cuicos se ha roto y se ha visto como realmente es, una no civilizada. Hace ya tiempo que la supuesta clase dirigente ha abandonado sus responsabilidades para con el resto del país y no pone ningún ejemplo de elevación moral o de generosidad material para la sociedad que los mira. En su lugar, se han reducido a una versión menguada de sí misma.
Gente así, que pone en peligro inminente al resto de la sociedad a la cual pertenece, y que no están por sobre ella, por más que se autoengañen con esa ilusión, no merece compasión alguna de sus compatriotas, sino solo su desprecio. Quizás esta sea la oportunidad histórica del segmento cuico de terminar con la pobredumbre moral que yace en su seno más íntimo y que es la misma que infecta al resto de la sociedad chilena. Esta condena no es tan solo por ser el centro de la depravación que se ha convertido en la mayor amenaza biológica que hemos vivido en la historia contemporánea de nuestro país, sino porque fueron ellos quienes desoyeron las advertencias y creyeron que estaban por sobre cualquier aviso de gente que consideran inferiores a ellos, eliminando, a su vez, cualquier atisbo de duda, incluso en quienes no los veían con malos ojos, de su carácter asqueroso y repudiable, que no es justificable por la superioridad de sus habilidades o talentos, porque no los tienen, haciendo del mayor interés público que la sociedad como un todo los apunte y dicten un veredicto de culpabilidad contra ellos.
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