Philip K Dick, uno de los más grandes escritores de ciencia ficción de todos los tiempos, revalorado en la actualidad por las exitosas adaptaciones que de sus obras se han hecho para el cine, narraba en sus novelas y cuentos el establecimiento de sociedades controladas tecnológicamente, bajo entornos opresivos, donde el absurdo del mundo se fraguaba bajo el auspicio de la ciencia, la cual estaba al servicio de los intereses criminales de élites y corporaciones inescrupulosas. Los mundos descritos por K Dick en novelas como Fluyan mis lágrimas dijo el policía, Sivainvi o Ubik, convergen en torno a una misma preocupación, a saber: la neo-esclavitud de la raza humana suscitada por las grandes corporaciones industriales y económicas.
Años antes, en la década de los treintas del siglo pasado, un inspirado Aldous Huxley nos regalaba en su obra Un mundo feliz la descripción de una sociedad manipulada en su totalidad, donde la historia de la humanidad era borrada, y todo atisbo de espiritualidad y de humanismo era sustituido por la idolatría hacia el “confort” tecnológico y la vida mecánica no exenta del disfrute de los más básicos instintos. La sociedad de Un mundo feliz estaba dividida en castas, donde los individuos catalogados como Alfa y Beta eran los principales detentadores del disfrute que el avance científico y tecnológico les ofrecía, teniendo a su servicio a ejércitos de clones y otros tipos de seres infrahumanos, creados ex profeso para servir a ciertas élites que constituían las minorías económicas y de poder (élites que tenían en común el pertenecer a una raza blanca mejorada genéticamente) que organizaban dicho entorno.Las distopías de estos autores han supuesto los legítimos cuestionamientos sobre la proclividad del mundo actual, las inclinaciones de la técnica y el buen o mal uso de la ciencia por sus patrocinadores económicos.
En el mundo de Huxley existen los disidentes denominados “salvajes” que son aquellos grupos humanos que se han negado (o han sido excluidos) a ser sometidos por el orden establecido de aquella dictadura tecnológica, y que no participan de los favores que la ciencia y la técnica dispensan a las élites Alfa y Beta, viviendo, por tal motivo, en condiciones precarizadas y de aislamiento. George Orwell, por su parte, en su obra 1984 coloca al fascismo de Stalin en un dominio global, donde las libertades son pisoteadas por un aparato burocrático-policial omnipotente y en cuya ubicuidad la psique de los sometidos es trastocada, al grado de que la verdad y la mentira conviven o se oponen según el interés del poderoso aparato organizador. En el mundo Orwelliano la vigilancia global y la inexistencia de vida personal son los elementos principales para el mantenimiento del universo establecido. Orwell, Huxley y K Dick nos han descrito mundos monstruosos, que provocan en los lectores la necesidad de analizar la propia realidad, y cuestionar aquello aceptado como natural y aquello establecido como necesario. Las distopías de estos autores han supuesto los legítimos cuestionamientos sobre la proclividad del mundo actual, las inclinaciones de la técnica y el buen o mal uso de la ciencia por sus patrocinadores económicos. Sin embargo el fenómeno actual de la vulgarización y banalización de las distopías ha desembocado en hacer de éstas un instrumento más de la entretención para las masas. Cuando a la distopía se le despoja de su elemento crítico, cuando se le incorpora a la cultura colectiva (mediante películas, series y pobre literatura) y a su imaginario se normaliza lo que en otro tiempo era expuesto en la palestra del debate.
Normalizar lo patológico, la extravagancia, y lo que otrora fuera concebido como carente de sentido es hoy la norma. Y si hemos de atender y dar crédito a lo dicho hace tiempo por Erich Fromm cuando trató de explicar la neurosis colectiva como una reacción de los individuos hacia entornos sociales anormales y opresivos, entonces podemos entender a cabalidad el porqué de la proliferación de las enfermedades mentales junto con sus respectivos ansiolíticos.
Nos encontramos en la época de la posverdad, donde el sentirse perteneciente a un genero determinado, o por determinar (según la preferencia mental o psicopatológica), o el considerar que toda realidad tiene que pasar por el tamiz de la “red social” para ser validada, es más importante que la destrucción de la psique y el sometimiento de las masas a agendas determinadas y deseables, creadas por grupos de poder representados por élites económicas o financieras y por sectores reducidos de la ciencia y la tecnología que han despojado a los seres humanos de su capacidad volitiva. Se existe en tanto se es objeto de consumo, y en tanto se acepta la manipulación. Nuestro presente es una distopía construida mediante la combinación de ciertos elementos (afortunadamente no todos aún) que conformaron aquellas historias imaginadas y temidas por Huxley, Orwell y Philip K Dick.
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