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Pandemia: cambio de paradigma

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Dado los últimos sucesos se hace necesario redefinir la economía en su alcance esencial, denominándola “ciencia de sobrevivencia de la humanidad”. Esta nueva denominación abre el alcance de la economía cambiando su paradigma habitual, eliminando sus fronteras nacionales, haciéndola única y global.

El cambio se impone por dos condiciones, que hizo evidente la pandemia implacable que sufrimos. Por una parte, la certidumbre de que formamos parte de una civilización única y global, un todo único e interdependiente, donde todo influye en todo. Por otra parte, la certeza científica de que hemos sobrepasado el límite crítico de explotación de los recursos naturales, superando la capacidad de recreación de la biósfera para sostenernos.


Vivimos a cuenta del patrimonio natural heredado, comiéndonos nuestras últimas reservas y destruyendo los frágiles equilibrios que han hecho de la tierra nuestro seguro hogar.

Traspasamos un umbral crítico ingresando a una nueva época. Nuestro espacio de sobrevivencia se reduce día a día. Nuestra continuidad como especie está amenazada. Vivimos a cuenta del patrimonio natural heredado, comiéndonos nuestras últimas reservas y destruyendo los frágiles equilibrios que han hecho de la tierra nuestro seguro hogar. Nuestro futuro de momento está cerrado. Luego de haber eliminado a millones de especies en competencia, la especie homo sapiens ya no tiene un futuro asegurado. Podríamos calcular el tiempo que nos resta de vida en las condiciones que operamos.

No hemos tomado real conciencia de la emergencia, prefiriendo cerrar los ojos para no ver la realidad, pero el reloj sigue corriendo y la situación es cada día más apremiante. No podemos imaginar y ponernos de acuerdo en otra forma de vida. No somos capaces de elaborar una estrategia de sobrevivencia a largo plazo. No lo hemos intentado seriamente. Nos parece un trabajo demasiado complejo que sobrepasa nuestra capacidad. No sabemos el tiempo que podríamos tardar en cambiar nuestro patrón de comportamiento global para hacerlo sustentable. Tampoco sabemos si es posible ni si seríamos capaces de elaborarlo y menos de ejecutarlo en tiempo oportuno. Preferimos suponer que no es necesario o que llegará como regalo del cielo sin que nadie se haga cargo.

Todas estas cosas preferimos dejarlas al estrecho y particular ámbito de las ciencias y técnicas compartimentadas, aislándolas y neutralizando allí sus impactos y efectos más críticos para que no contaminen con incertidumbre al cuerpo social más amplio. Otra estrategia, adicional y complementaria, ha sido mantenerlas en una nebulosa imprecisa de cuestiones no del todo resueltas, inciertas, dudosas, cuestionables, opinables, para que no molesten ni nos conmuevan demasiado, evitando las alarmas “innecesarias”.

Un rasgo determinante de la época, de hondas consecuencias y cuidadosamente entretejido con la trama cultural de estos temas, es la mala fe de los líderes y poderosos de la tierra, de todos lados, que encubre, disimula, amortigua y desdibuja los caracteres que definen los tiempos actuales, en su esencia más profunda, que los distinguen de cualquier otro del pasado, que los marcan de manera indesmentible en su extrema gravedad. Dicho proceder constituye una conducta imperdonable, de consecuencias nefastas, elaborada y sostenida para mantener el statu quo que los favorece, para conservar un mundo de privilegios, un mundo que a ojos vistas se va cayendo a pedazos porque ya no tolera la forma que le hemos dado como civilización humana planetaria.

Tal vez sea distinta o menor su culpa o su responsabilidad. Tal vez sea sólo la impotencia de no saber qué hacer en estas circunstancias. Tal vez sea sólo falta de coraje de atreverse a mirar de frente el verdadero rostro de los tiempos y de las ineludibles tareas que demanda. Tal vez sea la desconfianza en los medios de que disponemos para hacernos cargo y resolver los problemas más de fondo que tenemos. Tal vez sea la cobardía de mirar el presente verdadero por temor al devenir. Tal vez sea el deseo de esconder o disimular las debilidades o la vergüenza de confesar ambiciones personales. Tal vez sea sólo el miedo de perder vigencia en su liderazgo y aceptar su inevitable caducidad.

No importa. No interesa. Da lo mismo cuales sean las causas y razones. El asunto crítico es, en cualquier caso, que ello impide avanzar a hacer frente a los problemas más graves que enfrenta la humanidad, que ya no son de unos o de pocos, sino de todos y que por ello son responsabilidad compartida, ineludible, que se hará evidente por uno u otro camino. Impiden avanzar porque son ellos los que mandan, los que tienen los medios, los instrumentos, los recursos, las riquezas, los mandos de todo lo que necesitaríamos disponer para encarar y tratar al más breve plazo los problemas que estamos enfrentando.

¿Y si no lo hacen? ¿Qué cabe esperar?

Se requiere una revolución, tal vez la mayor de todos los tiempos, que cambie nuestro modo de vida y la naturaleza misma de nuestra civilización; que la transforme desde sus raíces, desde sus fundamentos, desde sus más originales conceptos fundantes. Una revolución que cambie de manera radical la relación del hombre con la naturaleza y en especial con la tierra, nuestro verdadero, único y estrecho lugar de residencia, que nos dio la vida y nos ampara desde el origen de los tiempos, pero que ya nos declara con callada elocuencia que no tolera más lo que hacemos y la forma como nos comportamos. Más que una revolución que repare injusticias, que lo hará, una que ponga al día las relaciones de lo que hay y de la forma en que pueden convivir en armonía.

Puede que no estemos diciendo nada muy novedoso. Puede que la pandemia haya abierto la mentalidad de millones a niveles insospechados. No sabemos. La pandemia aún está en marcha y nos sigue comunicando velados mensajes. Vamos comprendiendo de a poco su significado. Su contenido profundo sigue entrando en nosotros por canales que no teníamos diseñados, pero que poco a poco se abren. El organismo sistémico, la tierra y nosotros, está empezando a respirar algo nuevo y de otra forma. Un nuevo aire está entrando. La amenaza mortal ha abierto poros que no sospechábamos y no sabemos aun lo que falta. Ya ha logrado que estemos atentos a algo grande que no detectábamos. Nos abre la puerta a otros posibles. Veamos lo que pasa. Una revolución se abre camino en silencio. Parece inevitable. Nadie puede definir por anticipado sus rasgos. Por ahora sólo se advierte su necesidad.

TAGS: #Coronavirus #SistemaPolíticoEconómico Cambio

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Comentarios

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Alfonso Luco

01 de junio

Buen análisis. Es de toda lógica el cambio que se propone, sin embargo no se vislumbra cerca. El capitalismo ha mostrado ya tantas veces su capacidad de adaptarse a nuevos tiempos e integrar los cambios en su provecho. Este cambio debería ser muy profundo, para lo cual se requiere una conciencia universal de lo que viene. El Corona puede ser un paso.

José Miguel Arteaga

01 de junio

Alfonso, coincido en varias cosas contigo, pero el hecho que el capitalismo haya superado muchos desafíos no asegura su eternidad. El punto crítico es cuales son los tiempos de hoy, cual es nuestro escenario real actual. No podemos adivinar el futuro pero esta pandemia es un ¡basta! Contundente Y profundo. No sabemos aun hasta donde llegara en sus alcances letales y en sus consecuencias políticas y culturales. Estamos destruyendo la vida a niveles no tolerables para todas las especies que pueblan la tierra y que hasta ahora han sobrevivido. Nos están diciendo ¡No más! ¡Así no más! ¡Aprende pronto o serás barrido de la faz de la tierra! El capitalismo, y no sólo el capitalismo sino todos los sistemas que explotan la tierra y arrasan con la vida, deberán desaparecer. Ya no tenemos futuro en la civilización que hemos construido. El tiempo se acabó para todas las excusas posibles. El virus nos tiene contra la pared. Si logramos zafar esta vez saldremos maltrechos y pensaremos mejor como seguimos y a quienes elegimos para conducir lo que viene. Estamos aprendiendo a leer y entender el lenguaje de la tierra y de las millones de especies amenazadas por nuestra voracidad. Somos harto duros de cabeza, pero terminaremos aprendiendo.

Gustavo Collados

01 de junio

buena columna, tiempos revueltos, desequilibrios insostenibles

02 de junio

Ciertamente, el tema es como lo resolvemos. La pandemia abre un espacio de mayor sensibilidad a los temas de riesgos globales, dándoles una urgencia que ayuda a buscar caminos de solución. Ojalá seamos capaces de aprovechar la oportunidad de reformas profundas que nos presenta la naturaleza con métodos tan duros. Creo que estas demostraciones aleccionadoras aumentarán en contundencia en el futuro porque nuestra porfía supera todos los cálculos.

02 de junio

Te felicito, como siempre me parece un excelente artículo. El primer párrafo me choca un poco por cuanto al llamar a la economía como ciencia de la sobrevivencia de la humanidad, un simple mortal como yo se pregunta si acaso no es eso la economía y tomando el diccionario del doctor Google dice que es 1. Ciencia que estudia los recursos, la creación de riqueza y la producción, distribución y consumo de bienes y servicios, para satisfacer las necesidades humanas. 2.Sistema de producción, distribución, comercio y consumo de bienes y servicios de una sociedad o de un país, por lo tanto no es eso. La sobrevivencia no es tema para la economía así definida, pues no tiene que ver con el objetivo de asegurar alimentación para todos y de equidad, entre otros. A lo mejor la respuesta va por denominarla «desarrollo sustentable» como redefinición de la economía, es decir poner como objetivos, primero la sobrevivencia. seguido por el crecimiento, la equidad y la protección de la naturaleza como el eje del problema. Claro, hay que tener cuidado con inventar palabras que se las lleva el viento, como cero residuos, economía circular, agricultura verde, etc,. que conceptualmente de novedosas solo sirven para el marketing, distinta es lo que sería una simple declaración como dice un poema: «verde que te quiero verde». No es el caso, pues la propuesta tuya se refiere a la sobrevivencia que comparto contigo que es lo esencial, sin hablar todavía de parar el cambio climático y su sequía.

03 de junio

Hernán: no es fácil decir algo de la pandemia que sea útil y escape al uso de palabras que se refieran a su relación con el deterioro progresivo de los ecosistemas que soportan la vida. Tu señalas bien que alrededor de esta relación destructiva y del contramovimiento que busca remediarlo, se acumulan un conjunto de expresiones y palabras ya por completo desgastadas, de modo que se hace prohibitivo utilizarlas porque no dicen nada. ¿Qué camino tomar? Para mi la pandemia toca un registro clave del que hay múltiples evidencias, que hemos tratado de ocultar, desdibujándolo, por ingenuidad o de diversas formas “culpables”. Ese registro es justamente lo que no te cuadra por temas de lenguaje. ¡Sobrevivencia de la especie humana! Tu reclamas ese desajuste. En una columna anterior propuse actualizar el concepto griego clásico de economía: “Administración de la casa”. El uso común moderno es todo lo que tu pones de Google, pero limitado a un Estado o países. Lo que yo quise decir, y no encontré forma mejor de hacerlo, es que empecemos a pensar y sentir que TODA decisión económica, siempre y en todas partes, esta tocando ese registro clave, nuestra sobrevivencia de homo sapiens, de modo que esa nota suene siempre que se quiera tocar alguna melodía en el espacio de cualquier economía. En palabras simples: no es mejor una economía “sustentable”. ¡Es la única opción que tenemos! ¡El tiempo viejo se acabó! Dejemos que la semántica arregle sola estas disquisiciones.

J.A.

03 de junio

Muy buena reflexión, comparto que nos estamos suicidando en materia de recursos, y quizás en cuantos temas más, y no, no nos llegaran las soluciones desde el cielo, ya no le importamos. Es cierto que se requiere coraje para abordar esas urgencias, dejar el miedo y hacer algo. Hay sin embargo que exponer algunos matices, el miedo es también a un gobierno mundial, global, a un aparato que puede ser una pesadilla, con más y más poder, si aspiramos a terminar con el presidencialismo por un gobierno parlamentario en lo local, ¿no sería mejor que el poder esté repartido, equilibrado?, por otra parte, la idea de una revolución, siempre la revolución ha llevado al poder a los más violentos, a los asesinos, a los que después asesinan a los que les ayudaron a llegar al poder, ¿no es mejor la concientización, los proyectos, la acción concertada para que paremos y enmendemos rumbo?, y finalmente los poderosos, pienso que hay que revisar en los escenarios actuales cuales son los poderosos, quizás sean los que pueden destruirlo todo en una tarde manejando miles de adoctrinados, zombies.

03 de junio

De acuerdo, J. A. Preocupaciones legítimas, pero que no nos sirvan de coartadas para no movilizar todo lo necesario para avanzar a lo que tenemos más que claro. Terminar con un modo de vida, poner punto final a una civilización que ya dió lo que tenía que dar, pero que, a la vez, no puede continuar en ese camino, porque los recursos se acaban, porque ese tipo de desarrollo en cualquier sistema, en todos los países, ya es inviable. Basta ya del “si, pero …”. El asunto crítico es como salimos de esta en que estamos metidos, una forma de vida que no tiene futuro, que ya no tiene espacio para seguir como veníamos. Concuerdo, hay poderes y poderes. Y hay miles y miles de escenarios distópicos imaginables. Pero que no nos sirvan de excusa, de coartadas escondidamente viciosas, para no hacer nada y tratar de seguir como veníamos. ¿Revolución? Llamemole como queramos. Es una palabra gastada que se usa de mil formas, legitimas y culpables, que puede tener infinitos significados. La pandemia nos esta diciendo con total claridad: ¡ por donde van, no más! ¡Muere o deja vivir! Esta es la ley de la vida por un hecho simple : ¡compartimos el planeta con millones de especies, y nosotros, santos y pretendidos poetas “homo sapiens” quisiéramos seguir haciendo de este paraiso nuestro dominio exclusivo, nuestro propio santuario, nuestra privadisima propiedad! Esgrimamos las mas sabias excusas, si queremos, pero ya muchísimos discursos sobran, se caen a pedazos. La Tierra nos dice ¡No más!

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