Hoy por hoy, se ha transformado en un cliché hablar, a veces en forma peyorativa y otras en forma de halago, de populismo. En función de darle una vuelta al asunto, y sin querer dictar cátedra, me propongo establecer cuales son a grandes rasgos los elementos comunes a todo populismo y ofrecer a la reflexión dos categorías que a mi juicio ayudarían a dar luces acerca de la actual coyuntura.
En paralelo a esta tarea, se busca también comentar acerca de la opinión de Axel Kaiser, ya que su pensamiento podría ayudar a comprender la categoría que se pretende establecer. Este intelectual, cabeza de la Fundación para el Progreso, denunciaba a gobiernos de América Latina como populistas: Chávez,
Lula, Kirchner, Correa e incluso Bachelet eran apuntados con el dedo por Kaiser como populistas. Su actuar al margen de la institucionalidad, sus discursos irresponsables complementados por un gasto público sin freno, son algunos de los indicadores que hacían de estas autoridades exponentes del populismo. Este populismo se entronca con la tradición latinoamericana de caudillos como Juan Domingo Perón o Getulio Vargas y se relaciona más bien con la izquierda ya que denuncia las injusticias del capitalismo y el liberalismo económico y se legitima en el apoyo de grandes masas de población sumidas en la pobreza y sin nada más que ofrecer que su fuerza de trabajo. Chávez, en 1999, llegó al poder en forma democrática apoyado por una población empobrecida y harta de la política tradicional encarnada en el “Pacto de Punto Fijo” acuerdo de 1958 a partir del cual los partidos políticos se repartieron el poder por casi medio siglo. Casos similares se dan en Argentina, Ecuador o Brasil, donde las masas, hastiadas de la pobreza y la corrupción, se volcaron hacia la autoridad gracias a dádivas fiscales, discursos de acción y promesas mesiánicas. Este discurso es lo que se podría llamar un “populismo de proletarios” ya que le habla a las masas empobrecidas que desconfían de la política y del sistema económico. Este es el populismo que denuncia Axel Kaiser.El populismo se puede clasificar en populismo de proletarios o de propietarios, pueden cambiar las políticas y los objetivos de los gobernantes pero los modos y el discurso varían solo en la forma
Sin embargo, existe otro populismo que hoy cobra fuerza y que, al igual que el “populismo de proletarios”, desprecia la deliberación política, las instituciones y los partidos. Este populismo tiene antecedentes en América del Norte. Andrew Jackson, Presidente de Estados Unidos a principios del siglo XIX, llegó al poder apoyado en la promesa de quitar obstáculos a los pequeños propietarios en su camino hacia la fortuna, favorecía a banqueros y especuladores con el objetivo de fomentar la acumulación de riqueza y entregaba a los pobres amplios territorios al oeste para que pudieran empezar de cero y “hacerse la América” (a costa de los indígenas que eran arrinconados por los colonizadores estadounidenses). Hoy Donald Trump entiende que su misión es la misma, por eso la guerra comercial, por eso el muro en la frontera. Son formas de prometer a sus gobernados el retorno de una riqueza alguna vez perdida. Este populismo se podría caracterizar como “populismo de propietarios”, ya que promete aumentar (o recuperar) riquezas y resguardar propiedad, su atractivo radica en la promesa de quitar cualquier obstáculo en la ruta al enriquecimiento (llámese impuestos o intervención estatal cualquiera) y de resguardar la propiedad frente a la delincuencia (ya sea de la corrupción de funcionarios públicos o de delincuentes comunes) y volver a una “edad de oro” de certezas económicas y seguridad individual. Es a este tipo de populismo al que se acercan figuras como el mencionado Axel Kaiser cuando denuncian el estado de corrupción de los poderes del Estado y la injusticia frente a las hordas de delincuentes, para ellos, el liberalismo económico que promueven se traduce a la reducción de impuestos y en disminuir al máximo la acción del Estado en la sociedad.
El populismo no se puede definir entonces a partir del contenido de sus propuestas, ya que varían de acuerdo a las características de la masa a la que se tienen que ganar. ¿Cuáles son las características comunes a todo populismo entonces? En primer lugar el desprecio por la política, entendida como conflicto y competencia por el poder entre partidos, en el Populismo los opositores no son adversarios, son enemigos. El Partido Demócrata en Estados Unidos y la oposición venezolana son para Trump y Maduro no contendientes políticos sino grupos conspiradores que, por intereses mezquinos, ponen trampas al pueblo. En segundo lugar, un discurso anti elites. Los privilegiados, sean demócratas pro globalización o la oligarquía rentista de Ecuador o Argentina, siempre son enemigos de la masa y en ellos fundan sus ataques los populistas de todo cuño. En tercer lugar, todo populista dice encarnar a una mayoría, ya sean masas vociferantes o la siempre atomizada “mayoría silenciosa”, la legitimidad del actuar populista se gana en la calle o en encuestas, y en último término en elecciones que toman un carácter propio de la lucha entre el bien y el mal.
En síntesis, el populismo se puede clasificar en populismo de proletarios o de propietarios, pueden cambiar las políticas y los objetivos de los gobernantes pero los modos y el discurso varían solo en la forma. En el fondo, el populista no cree en la República, se alimenta de pasiones y no reconoce a otros sino a los miembros de la tribu. Es esta la principal amenaza a la libertad.
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