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Los imperativos y las diferencias del liberalismo

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Hoy día se observa un fenómeno peculiar, dos procesos políticos se han entrelazado. Por un lado el centro lucha por ser más liberal que el partido del frente, por otro,  toman fuerza populismos que repiten discursos autoritarios, gastadas retóricas revolucionarias, y apelaciones anacrónicas a la nación; todo en desmedro de la Democracia Liberal. ¡Qué paradoja! mientras la clase política que promueve el Liberalismo se mira el ombligo, la Democracia Liberal cae en un desprestigio sin precedentes en Chile desde el retorno de la Democracia.

Quienes dicen promover los verdaderos principios liberales pierden el tiempo, el liberalismo es un árbol con demasiadas ramas y cualquier intento de “podar el árbol” sería mortal, ya que coartar formas de pensar es una medida esencialmente iliberal.

Este Árbol tiene un tronco donde se establecen los principios comunes del liberalismo. Según Stephen Holmes en “Anatomía del Antiliberalismo”, el Liberalismo florece desde mediados del siglo XVII hasta mediados del XIX (podríamos decir que esa es su etapa clásica). Algunas de las prácticas que caracterizan el tronco liberal son: la tolerancia religiosa, la libertad de debate, las limitaciones al comportamiento policial, las elecciones libres, el gobierno constitucional basado en la separación de poderes, la inspección pública de los presupuestos del Estado para evitar la corrupción y una política económica comprometida con el crecimiento sostenido basado en la propiedad privada y la libertad de contrato. Las cuatro normas o valores nucleares del liberalismo son la seguridad personal (monopolio de la violencia legítima por agentes del Estado, estos últimos sometidos al control y la regulación de la ley), imparcialidad (un único sistema legal que se aplica a todos por igual), la libertad individual (una amplia esfera de libertad con respecto a la supervisión colectiva o del Estado, lo que incluye la libertad de conciencia, el derecho a la diferencia, el derecho a perseguir ideales  que  el prójimo pueda considerar equivocados, la libertad de desplazamiento y emigración, etc.), y la Democracia, o derecho a participar en la elaboración de las leyes por medio de elecciones y la discusión pública mediante el concurso de una prensa libre.

Este tronco liberal que se describe en el párrafo anterior vio crecer sus ramas a la luz de los procesos y acontecimientos que dieron forma al Siglo XX.  La revolución industrial, la sociedad de masas, el socialismo y las experiencias totalitarias determinaron el desarrollo del pensamiento liberal. En el siglo XIX,  la democratización estaba en ciernes, existía una sociedad de clases que era resabio del orden social preindustrial el que no fue completamente permeado por la igualdad ante la ley. La sociedad de clases de este siglo vivía un movimiento democratizador aún incipiente. A comienzos del siglo XX, el mundo comienza a sentir las consecuencias del liberalismo económico desatado y la expansión del capitalismo financiero combinado con la expansión imperialista y la acumulación de poder en el Estado.  El sistema político heredado del siglo XIX se hace anacrónico e incapaz de garantizar estabilidad y la sociedad corre a buscar líderes que, bajo la legitimidad democrática, rehúyen de la política y se transforman en caudillos (Ibáñez del Campo o Arturo Alessandri en el Chile de los años veinte), líderes populistas (Juan Domingo Perón en Argentina), fascistas (Mussolini en Italia) y totalitarios (Hitler y Stalin).

Posteriormente, tras la Segunda Guerra Mundial, la expansión de la Unión Soviética y la expansión del socialismo llevan a Europa occidental y a los Estados Unidos a desarrollar un capitalismo de Estado que abandona el principio del laissez faire liberal del siglo XIX. Los Estados de Bienestar hicieron frente al clamor de igualdad (espoleado por el socialismo) a través de la intervención del Estado en economía, que significó acelerar la democratización de la sociedad a través de la garantía de derechos sociales y políticos para toda la sociedad.

El pensamiento liberal aparece en el siglo XX interpelado por estos cambios  de rumbo, dentro de los cuales la igualdad, espoleada por el constante proceso de democratización que continúa hasta hoy,  toma un papel central.  De acuerdo a Liliana López en el artículo “El liberalismo es Uno y tres”  de 2010, el desarrollo del liberalismo, siempre a partir del tronco común, genera tres grandes ramas que se diferencian en función de la relación de la libertad con otros valores y especialmente con la Igualdad.

Para Hayek, la libertad es un valor absoluto y coherente en sí mismo, es decir, su promoción debe aceptarse con todas sus implicancias, el rol del Estado en esa lógica es quitar los obstáculos en el despliegue de la libertad del individuo pero nunca promover o intervenir en la evolución del sujeto. Bajo esta premisa la única igualdad que es aceptable es la jurídica, la igualdad ante la ley. Para Hayek, la acción del mercado se entiende como un proceso natural producto de la libre interacción de los hombres y agentes económicos, así,  la pobreza y la desigualdad económica son consecuencia de la libertad y, por tanto, no pueden solucionarse por una intervención del Estado que atente contra la libertad económica (que es finalmente atentar contra la libertad).

La libertad es el valor absoluto, aceptar los costos y las implicancias de la libertad es la única forma de garantizarla.

Por otro lado, la autora expone el liberalismo de Norberto Bobbio, quien plantea que existen distintos tipo de libertades que se relacionan a su vez con distintos tipo de igualdad. La libertad negativa (ausencia de coacción) necesita de la igualdad jurídica (ante la ley), la libertad positiva (capacidad de autorrealización y de autogobierno) necesita la igualdad política y la libertad como “poder efectivo” se corresponde con la igualdad social, que se puede traducir en igualdad de oportunidades y el respeto por derechos humanos sociales como condición indispensable para el ejercicio de la libertad. El sentido de justicia de Bobbio, dice la autora del artículo, vendría a ser un punto medio entre el liberalismo de Hayek y la destrucción de la libertad en favor de la igualdad que plantea el socialismo.

Para Bobbio, la libertad negativa (posibilidad de hacer por ausencia de coacción), solo puede ser desarrollada a partir de ciertas condiciones materiales mínimas, que implican la acción positiva del Estado como condición previa para que cada uno pueda hacer lo que todo hombre libre puede hacer. A partir de lo anterior es que Bobbio promueve la “democratización del liberalismo” (un hombre culto es más libre que uno inculto, un hombre sano es más libre que uno enfermo, etc.).

El liberalismo es un árbol, pero es un árbol que convive en un bosque con distintos árboles que representan distintos valores, distintas formas de entender la justicia que conviven en el conflicto inherente a toda sociedad libre

La igualdad como valor, se transforma en precondición  de la libertad, pero la “acción igualadora” del Estado tiene como límite la libertad de los individuos.

La tercera rama del Árbol liberal se nutre del pensamiento de Isaiah Berlin quien pone en el centro de la libertad la capacidad de elegir (independiente de lo buena o mala que sea la decisión) y donde la competencia  y conflicto entre valores es consustancial al hecho de vivir en libertad. Este liberalismo, denominado agonista, rechaza de plano las ideologías que reducen la realidad a sistemas de valoración que pretenden acabar con la multiplicidad de valores y fines que existen en la sociedad.

Es a partir de lo anterior que Berlin entiende que, al no existir una jerarquía de valores, una sociedad libre se caracteriza por el conflicto propio del pluralismo valorativo, que a su vez encierra tras de sí significados múltiples y a veces contradictorios. Es el caso de la libertad negativa (ausencia de coerción) y la libertad positiva (autogobierno), mientras la primera coarta la acción del poder político (restringir el poder del Estado), la segunda se preocupa de quien ostenta ese poder. Ambos principios, como bien sabemos en América Latina, a menudo entran en tensión y hacerlos compatibles es, en términos absolutos, imposible (no se puede dar todo el poder al “pueblo” sin levantar los obstáculos a la coacción sobre los individuos).

Como todo otro valor, para Berlin la igualdad es un valor más dentro del pluralismo de valores que se promueven y enfrentan en una sociedad libre. No debe estar limitada por la libertad absoluta como planteaba Hayek, y tampoco debe ser entendida como prerrequisito de la libertad, tal como planteaba Bobbio.  La libertad como valor estriba en la posibilidad de elegir entre valores a menudo incompatibles. Incluso la misma libertad no es inviolable ya que en condiciones anormales el tronco del Árbol liberal puede ser cortado y tampoco es suficiente, ya que otros valores pueden poner en entredicho la libertad.

El liberalismo es un árbol, pero es un árbol que convive en un bosque con distintos árboles que representan distintos valores, distintas formas de entender la justicia que conviven en el conflicto inherente a toda sociedad libre. Hoy, quienes nos asumimos como liberales debemos cuidar el Árbol más que nunca, existen otros árboles que pueden quitarle todo nutriente a la libertad. La búsqueda de alternativas autoritarias que garanticen seguridad y orden es para muchos más atractiva que la idea de ser libres, para otros, las revoluciones eternas bajo promesas de igualdad económica y social amenazan el pluralismo esencial a la vida de una sociedad libre.

Quienes se reconocen como liberales deben comprometerse con el respeto a las normas y conductas que conforman nuestro tronco común, el lenguaje finalista y mesiánico de quienes buscan saltarse la política y el conflicto de ideas es un canto de sirenas que lleva a la destrucción de la Democracia Liberal.

Promover lo que creemos justo reconociendo el derecho de los demás a hacer lo mismo es lo que hacen quienes dicen defender la libertad individual en tiempos de tensión.

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