Piñera, el obstáculo, secuestrado por sí mismo
En marzo del año 2013 (unos días antes que los diputados Giorgio Jackson y Gabriel Boric presentaran el proyecto de rebaja de la dieta parlamentaria en un 50%), un grupo de académicos del Departamento de Economía de la Universidad de Chile (los profesores Ramón López, Eugenio Figueroa y Pablo Gutiérrez) publicaron un estudio llamado «La parte del león: Nuevas estimaciones de la participación de los súper ricos en el ingreso de Chile».
Entre los distintos resultados que se exponen en dicho documento, es interesante rescatar uno en el contexto del actual estallido social –a punto de cumplir 40 días- que debiera llamarnos a todos a la reflexión y a la acción: A partir de los datos del Servicio de Impuestos Internos para el período 2005-2010, los autores concluyeron que la participación en el ingreso de los chilenos pertenecientes al 1% más acaudalado de la población es del 30,5% del ingreso total declarable. En palabras simples -y expresadas por los propios autores- tenemos que «de cada kilo de torta que produce la economía chilena, 300 gramos son apropiados por el 1% de la población, mientras que el 99% restante de chilenos acceden a los 700 gramos de la torta».La agenda social presentada por el gobierno es una aspirina recetada a un paciente que requiere de una cirugía mayor.
Sabemos muy bien que hay instituciones valiosas como “Fundación Sol” que, hoy por hoy, se han encargado de actualizar estas cifras y de intentar ponerlas en el debate público, pero me pareció interesante recurrir a un texto que coincide en fecha con la propuesta de los diputados antes mencionados. ¿Recuerdan cuál fue la reacción de parte importante de la clase política a la idea de rebajar la dieta parlamentaria? No creían en ella. Los diputados fueron vilipendiados y recibieron hasta burlas. Con el documento mencionado pasa algo similar. No es vilipendiado, pero ocurre algo peor: no se pone sobre la mesa. No hay consenso en que esas cifras son un grave problema, una anomalía. Parte importante de nuestra élite política y económica lo ven como una normalidad, parte del paisaje chileno. No hay nada que cambiar en aquello.
Y uno de los que piensa que esas groseras cifras son normales es el presidente Sebastián Piñera. Sus acciones y declaraciones de los últimos 40 días así lo demuestran.
Sebastián Piñera -es evidente- está en una total y absoluta inacción. Se podrá comprender, con algo de generosidad, que en el día N° 5 del estallido social haya intentado una propuesta de agenda social absolutamente tibia, pobre e insuficiente. Pero con el paso de los días ha resultado totalmente claro que es necesario tomarse la crisis en serio, ponderarla en su real dimensión, y rehacer esa propuesta de agenda social en su totalidad. “A grandes problemas, grandes soluciones” es la consigna obvia que se espera que nuestros líderes tengan en su mente. Pero esa famosa frase no está en el libro de “frases célebres” que el presidente Piñera tiene en su velador. No tiene ninguna capacidad de tomar decisiones que estén a la altura de la crisis. Y es que no cree que el problema sea el modelo en el que él se enriqueció, el modelo que lo convirtió en uno de los hombres más ricos del planeta.
En la crisis financiera de los años 1981-1982, esta golpeó fuertemente a toda la economía chilena, pero particularmente a la banca chilena. Fue una crisis de proporciones que puso en riesgo la estabilidad del país. El Estado comprendió que, para una crisis de esa envergadura, la solución debía ser también de proporciones, poderosa. El Estado chileno gastó en torno al 30% del PIB en “salvar” a la banca. Miles y miles de millones de dólares para enfrentar esa crisis. Había que actuar, y se hizo.
Hoy, la crisis no es financiera ni afecta a los bancos. La crisis es político-social, y afecta a las chilenas y chilenos permanentemente abusados, a los más pobres y vulnerables, a los pensionados, a los estudiantes endeudados, a los usuarios de la salud y educación pública, a quienes aún viven en campamentos, a los que aún no tienen agua potable, a quienes viven en las “zonas de sacrificio”. La crisis afecta a la inmensa mayoría de chilenos. Es evidente que se requiere de una reacción potente, grande, poderosa, a un nivel similar a la reacción que se tuvo el año 1982 frente a la crisis de los bancos. Hay que meterse la mano al bolsillo, hay que hacer que los empresarios “se pongan” en forma generosa y permanente, y, si es necesario, hay que endeudarse. El Fondo Monetario Internacional le acaba de prestar a Argentina 57.000 millones de dólares. ¡A Argentina! Y nosotros somos el “alumno aplicado del curso”, el que ha seguido las recomendaciones y reglas macroeconómicas de los organismos internacionales al pie de la letra, obediente y responsablemente. ¿Cómo no nos van a prestar a nosotros para salir de esta crisis social? Sí, nos prestarán. Y lo que pidamos. Y esto no es “tirar la casa por la ventana”. No. Esto es mejorar la casa, ampliarla, reestructurarla, para que sea una casa amable y habitable por todas y todos. Una casa donde valga la pena nacer y vivir.
¿Qué estamos esperando para tomar medidas y acciones acorde a la envergadura del problema? Digámoslo claramente: la agenda social presentada por el gobierno es una aspirina recetada a un paciente que requiere de una cirugía mayor. ¿Qué espera el presidente para actuar? Aparentemente no puede. Está secuestrado, paralizado, inexistente. ¿Qué lo tiene así? Pienso que él mismo. Piñera está secuestrado por sí mismo. No cree que sea una anomalía la pésima distribución de la riqueza que tiene Chile. No cree en impuestos redistributivos. No cree que hay que intervenir el mercado para hacerlo más justo. Sabe, como dijo el periodista Fernando Paulsen, que será su patrimonio personal y familiar el que también se verá afectado con cualquiera de las medidas que tome para salir de esta crisis. Y ni mencionar que, inexplicablemente, tampoco presenta aún una propuesta o agenda contra el abuso de los delitos de cuello y corbata. Pareciera que también le cuesta, por algún interés en particular, abordar la dimensión de los delitos a la fé pública.
Tenemos un Presidente secuestrado por sí mismo. Y el tiempo se agota. O el presidente reacciona y toma medidas a la altura de la crisis, o será el principal responsable –por obstaculizador de las soluciones- de que esta crisis se agrave y ponga al límite del precipicio a todo Chile.
Aún está a tiempo el presidente de liberarse de él mismo.
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