Los sondeos demoscópicos son el talón de Aquiles del Presidente Piñera y las últimas encuestas publicadas por empresas como Cadem y Adimark -que bajo ningún parámetro pueden calificarse como vinculadas a la izquierda o centroizquierda- muestran una caída en la popularidad del gobierno. En una de estas encuestas, la desaprobación del gabinete aumentó 20 puntos en la última semana, pasó de un 35% a un 55%, avalando la idea de que el acelerado deterioro está vinculado a que el desempeño del gobierno no ha cumplido con las expectativas sembradas, lo que genera una decepción respecto a la gestión de las actuales autoridades.
Después de la elección de Piñera, el viento soplaba a su favor. Al frente tenía una oposición desarticulada y navegaba sin contrapeso político. Asimismo, el entusiasmo que mostraba el mundo de los negocios era una señal de un nuevo ciclo de aumento de las inversiones en nuevos proyectos productivos. El efecto de arrastre de esa victoria electoral, lo que algunos medios han llamado “luna de miel”, parece ahora difuminarse.
Las causas no han sido sólo errores no forzados. También las promesas de campaña han sido tan efímeras como cualquier bien de consumo, lo que equivale a la repetición del pasado en el presente. Aunque el gobierno estaba sonriendo, atribuyéndose los beneficios que el viento de cola habían hecho aflorar en el ámbito de reactivación económica -pero las desigualdades aumentan- y en un contexto donde las “oposiciones” es un mosaico con colores asimétricos y ninguno de sus trocitos ha sido capaz de erigirse como un referente opositor creíble, enredados por disputas identitarias, la apreciación negativa del gobierno aumenta, lo cual no es posible minimizarlo.
El crecimiento económico prometido es una ficción. La realidad muestra cierre de fábricas, despidos masivos de trabajadores en diversas industrias, con el consiguiente aumento del desempleo (saltó a 7,2% en el trimestre abril-junio), lo que resulta especialmente perjudicial para una administración que centra su discurso, promesas y energía en la pronta recuperación del crecimiento económico, de generar más y mejores empleos y, de esta manera, contribuir a un mejor bienestar individual y mayores oportunidades colectivas.
Las promesas desbordadas que los votantes de Piñera esperaban no se cristalizan: ni en términos de crecimiento económico, ni de empleo formal, ni en disminución de la delincuencia, ni de bienestar de la población. Ello se ve reflejado, incluso, en la caída de la percepción de los empresarios e inversionistas sobre el futuro económico a corto y mediano plazo.
También el Informe de Percepciones de Negocios, elaborado por el Banco Central, correspondiente a agosto de 2018, constata un menor dinamismo de la economía en concordancia a las expectativas creadas con la llegada del nuevo gobierno por los diversos agentes económicos entrevistados. Por otro lado, las calificadoras de riesgo y numerosos agentes internos han puesto en duda el desafío de relanzar el crecimiento que prometían los “tiempos mejores”.
Son tiempos complicados para el gobierno, puesto que los milagros de reactivación económica de índole comunicacional no existen, ni tampoco ayudan los chivos expiatorios que lanza el ministro de Hacienda de culpar de todo a la administración anterior, cuyos argumentos se desarrollan más en base de post verdades que en relación a hechos reales, como quedó de manifiesto con los informes de calificadoras de riesgo que indican que el déficit en las cuentas fiscales del país había comenzado durante la primera administración de Piñera y no durante el segundo gobierno de Bachelet.
Para contrarrestar la percepción negativa sobre el repunte de la economía, Piñera ha decidido focalizar su acción en la “seguridad y el orden”. Redadas masivas a lo largo de Chile, expulsión de migrantes condenados por delitos y una promesa de pacificación autoritaria para la Araucanía parecen ser parte de este movimiento
La situación se agrava, además, a causa de la poca “pulcritud” política de varios de sus ministros, con declaraciones desacertadas, que ha generado un rechazo no solo de la oposición sino también en parlamentarios de derecha y columnistas cercanos a ese sector. Las sandeces de tal calibre que han dicho algunos ministros denotan cortedad de miras y falta de sensibilidad social, lo que deja en entredicho la preocupación efectiva y compromiso del gobierno con los más pobres. Sin duda que la baja de apoyo a Piñera y a su gobierno en segmentos sociales –sectores C2 y C3- que en un alto porcentaje votaron en la elección pasada por él, es la causa de esa desafección.
Mientras que su Ministro de Economía recomienda invertir en el extranjero, en contraposición a la necesidad de aumentar la inversión en el país para relanzar el crecimiento en concordancia a las expectativas creadas con la llegada del nuevo gobierno por parte de los diversos agentes económicos. Además, muestra que su real preocupación es velar por los intereses del 1% de los chilenos que tienen los ingresos para invertir tanto en Chile como en el extranjero, ya que el 80% de los hogares chilenos con sus ingresos y gastos no llegan al fin de mes. El otro 19%, sólo para solventar todas sus necesidades, en estricto sensu, tiene que acudir al endeudamiento (encuesta INE de presupuestos familiares e ingresos personales).
Y el ministro de Educación notifica al país que no está entre las prioridades del gobierno financiar la infraestructura de las escuelas públicas donde asisten las hijas e hijos de los sectores más vulnerables.
Para contrarrestar la percepción negativa sobre el repunte de la economía, Piñera ha decidido focalizar su acción en la “seguridad y el orden”. Redadas masivas a lo largo de Chile, expulsión de migrantes condenados por delitos y una promesa de pacificación autoritaria para la Araucanía parecen ser parte de este movimiento. Es la estrategia comunicacional para encubrir su fracaso en su relato en torno al crecimiento y enfrentar la percepción sobre el rumbo del país que viene en descenso en forma sostenida. Se trata de centrar el debate en los temas que generan un clima dominante que contribuya a formar actitudes sociales y un clima político que reditue a favor de la derecha.
Por último, en tanto las “oposiciones” sigan siendo formaciones sin cohesión, con más incertidumbres que determinaciones, la consecuencia política más obvia es que la izquierda y el centro, en su conjunto, van a tener que esperar bastante más tiempo del previsto para ser una oposición eficaz al Gobierno de derecha. A Piñera sus “opositores” le están poniendo las cosas un poco menos difíciles.
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Patrick H. Fisk
Vamos por parte.
1- Es muy cierto que el actuar de ciertas autoridades designadas por el Presidente Piñera nos tiene un tanto disconformes, no tanto por la ejecución, sino por el manejo mediático y sus catastróficas declaraciones, ahí tienes razón, no votamos para que un Ministro viniera a representarnos hablando tonteras contraproducentes, pero de ahí a estar defraudados, es una exageración.
2- Es muy cierto que muchos lamentamos como se comporta la economía y nos entristece la perdida de empleos en empresas como Maersk, Iansa y similares, pero ojo, tenemos claro que la debacle de esas empresas no es culpa de este gobierno y tampoco sostenemos que sólo del anterior, por lo que defraudarnos del gobierno, también es una exageración.
3- Quizás con lo único que estamos disconformes es con la lentitud en el despido de operadores políticos, quienes felices ocuparon los cargos que dejaron los despedidos por el Gobierno de la Presidenta Bachelet y tras salir a apoyar descaradamente al Candidato Guillier, ahora se presentan como «independientes» y «funcionarios de carrera». Ojo, entiendo que dependen de lo público porque no saben desenvolverse en el mundo privado, pero que más encima quieran jefaturas… eso molesta.
Y aquí el punto principal, NO NOS ARREPENTIMOS DEL VOTO PORQUE LAS OTRAS OPCIONES ERAN NEFASTAS PARA CHILE, por ahora estamos más preocupados de cuidar a Chile Vamos y los equilibrios internos, es decir más OCUPADOS que DEFRAUDADOS.
Saludos