Los chilenos conocemos de primera mano lo que significa el fascismo: ocurre que en nuestro país éste se manifiesta de una forma extraordinariamente hipócrita y brutal. De hecho, a pesar de que hace más de cuatro décadas la derecha nos impuso el terrorismo de Estado, que luego sería legalizado a través de la Constitución de 1980 para finalmente ser refrendado por la clase de políticos que nos gobiernan desde los ’90 hasta la fecha, siempre son esos sectores políticos los que, cínicamente, nos hablan de falta de tolerancia y hasta de terror. Lo hacen para infundir miedo entre la población, para que a través del movimiento social y popular no intentemos esos cambios que no solo son racionales sino que también son necesarios para mejorar nuestra convivencia. Nos inculcan temor porque se trata de controlar la situación aunque para ello deban recurrir al pánico social, a sus medios de comunicación que todo lo falsean y a una derecha que de ese modo intenta que la gobernabilidad neoliberal no se le escape de las manos. Entonces, debemos preocuparnos por denunciar las auténticas motivaciones de aquellos fundamentalistas de derecha que son partidarios del libertinaje de los mercados y así de la violación masiva de los derechos humanos.
No exagero al plantearlo de esa manera- como un régimen que viola los derechos del hombre- porque no es lo mismo un país en el que todos trabajamos para satisfacer nuestras necesidades, que requiere de un tipo de control menos brutal, que uno donde el empleo es la obligación exclusiva de un grupo, mientras el resto es marginado. Es decir, la represión será distinta si prevalece una economía neoliberal o si estamos en presencia de un sistema democrático, más justo y popular en el sentido que reivindica la cultura de la producción por sobre la economía de la especulación. Por eso en Chile la dominación es muy cruel, sin ninguna consideración por los derechos de los trabajadores, de los estudiantes ni mucho menos de los delincuentes. En esas circunstancias y respecto de la delincuencia, por ejemplo, sabemos que la derecha solo puede pensarla desde una posición de mano dura. Pero, asociar el delito con la pobreza es una forma muy sutil, pero efectiva, de discriminar a los sectores más vulnerables socialmente hablando. De hecho, los pobres son los que se encuentran más expuestos a los actos vándálicos, a los robos y demás porque ellos no viven en guetos urbanos con vigilancia privada y con la simpatía y plena colaboración de la policía. En realidad los delincuentes, los de verdad, los que se roban nuestro trabajo, esfuerzo y vidas están en en los centros del poder global.
Sin embargo, son los casos de Bolivia, de Ecuador, de Venezuela y en menor medida de Argentina, Brasil y Uruguay los que nos muestran que cuando los trabajadores nos organizamos por nuestras demandas (cuando en esas circunstancias nos apoyamos en el movimiento social para conquistar los derechos que nos corresponden) es la cultura de la vida la que se impone, la que siempre triunfa. Y lo hace a través de la solidaridad y del compromiso por nuestros semejantes, a partir de la batalla por un gobierno popular y del pensar la política como acción de transformación, en beneficio del bienestar común.
los pobres son los que se encuentran más expuestos a los actos vándálicos, a los robos y demás porque ellos no viven en guetos urbanos con vigilancia privada y con la simpatía y plena colaboración de la policía.
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