Hemos escuchado muchas veces decir «se acabó la transición a la democracia», como si quienes lo dijeran fueran los narradores omnipotentes de una novela. Otros creen que pueden inaugurar una nueva transición como si se tratara de un puente. Otros más piensan que estos últimos veintiocho años han sido una cola de la dictadura.
Pero la verdad es que todos somos actores, y no jueces, de una historia que no sabemos nunca si se acaba o no. Y aunque no tengamos claro si estamos o no en transición, es posible percibir que las elecciones de 19 de noviembre marcaron un antes y un después en nuestra historia democrática reciente. Los logros de EVOPOLI y el Frente Amplio, por ejemplo, sorprendieron a todos los analistas, al cambiar las expectativas de los políticos, las encuestas y los medios. ¿Deberíamos sorprendernos tanto de lo que ocurrió? A continuación expongo mi opinión: no deberíamos sorprendernos, debido a las reformas electorales que se hicieron en los últimos años. Con el fin del binominal, la nueva ley de cuotas y la redistribución de los distritos, se ha producido un giro de renovación política inédito en Chile desde el retorno a la democracia.
Si analizamos las elecciones de diputados en Chile desde 1994 hasta 2014, podemos observar que, en promedio, alrededor de 77 diputados fueron reelectos durante el período, abarcando seis elecciones, equivalente al 64% de la cámara.
Soy optimista de que los cambios serán buenos para el país. Aumentará aún más la representatividad, y nos permitirá dar una nueva oportunidad de continuar los esfuerzos por la libertad y la igualdad y el desarrollo.
Mientras, para el próximo 2018, de los 155 diputados electos que el nuevo sistema ha designado, contaremos con cerca un 58% de legisladores nuevos, es decir, que nunca han sido diputados, en ningún distrito, antes. Además, contamos ahora con un 22,5% de la Cámara de Diputados conformado por mujeres (antes no superaba el 8%). Estos datos confirman lo que se debió haber esperado todo el tiempo, desde que el marco legal de nuestro sistema electoral cambió: que la élite política se renovaría.
Algunos piensan que el final del sistema binominal puede significar el derrumbe de un equilibrio que llevará al quiebre de la democracia. A ellos es importante recordarles que el estancamiento no es lo mismo que la estabilidad, y que la acumulación de poder no es sana para la democracia, cuando esta no tiene mecanismos institucionales para redistribuir el poder.
Otros sostienen que el nuevo modelo electoral no fue suficiente para producir los cambios necesarios y más justos, pues, como pudimos ver, hubo quienes ganaron con muy pocos porcentajes de votación. Mi consejo es que seamos cautos con los cambios. La democracia es más sensible cuando se le hacen reformas radicales. Implementar bien las transformaciones es hoy en día lo más importante para que el país pueda seguir el camino democrático que busca (y en Chile tenemos un vasto listado de casos de mala implementación).
Por mi parte, soy optimista de que los cambios serán buenos para el país. Aumentará aún más la representatividad, y nos permitirá dar una nueva oportunidad de continuar los esfuerzos por la libertad y la igualdad y el desarrollo.
Sin embargo, hay algo que no pudieron mejorar las reformas: la baja participación electoral. Nuestros siguientes pasos en corregir la democracia deberán ir de la mano de profundizar las leyes de probidad y robustecer nuestras instituciones.
Los ciudadanos debemos volvernos más fiscalizadores (¡Aprovechemos la Ley de Transparencia!). Pero, sobre todo, debemos ir a votar. Sólo así podremos continuar dando pasos para salir de esta interminable «transición».
Comentarios
21 de noviembre
Termina la tesis wn! saludos
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