La semana pasada el medio CNN publicó una nota en la que informó que el nuevo superintendente de educación, Jorge Avilés, postuló a Becas Chile para un magíster en Estados Unidos, a pesar de que era crítico de la gratuidad.
Sin embargo, esa observación por parte de CNN es fútil. Primero, porque explican erróneamente el propósito de Becas Chile. Segundo, porque confunden a propósito la naturaleza de las becas y de la gratuidad.
CNN fue poco preciso al decir que Becas Chile tiene la finalidad de financiar estudios en el extranjero en el ámbito profesional y técnico. Esta afirmación es un error porque el objetivo de Becas Chile, según su propio sitio, es “insertar a nuestro país en la sociedad del conocimiento y dar un impulso definitivo al desarrollo económico, social y cultural de Chile”. Luego, el financiamiento de los estudios en el extranjero es el método -la forma y no la finalidad- para cumplir esos objetivos.El superintendente no cree en la gratuidad, cree en las becas. La derecha, en general, se ha manifestado a favor de esa postura. No debería sorprender a nadie que quienes sean elegidos por el gobierno para los altos cargos en materia de educación sigan esa forma de pensar. Y aunque a muchos les indigne, es absolutamente legítimo pensar eso.
Las becas para postgrados y la gratuidad para estudios de pregrado no son lo mismo. El fundamento ideológico de cada una de ellas es distinto, por lo tanto, su naturaleza y fin también lo son.
Las becas de postgrado son mecanismos para el financiamiento de los estudios de magíster, doctorado, postdoctorado y pasantías de perfeccionamiento (entre otros), los cuales pueden llegar a tener valores dos o tres veces más altos que el pregrado (en su valor real, no el referencial). El objetivo principal de estas becas es incentivar a los universitarios a hacer estudios de postgrados, puesto que, debido a sus altos costos, muy pocas personas están dispuestas a optar por carreras académicas. Además, requieren alargar los estudios universitarios, a veces, hasta 8 años más de lo que dura una carrera profesional. Ideológicamente se centra en la creación de capital humano avanzado. Las becas no discriminan socioeconómicamente, sino por rendimientos académicos, publicaciones, calidad del trabajo, etc.
La gratuidad de los estudios de pregrado, en cambio, se centra en la idea de emparejar la cancha. Nadie debe quedarse fuera de la educación superior por razones económicas. La gratuidad asegura la educación como un derecho. El objetivo de la gratuidad es hacer transferencias de recursos desde el Estado a las Universidades para poder garantizar el acceso de todos los estudiantes. El límite socioeconómico que se pone a este derecho (60% más vulnerable) es en virtud de la capacidad que tiene el Estado para financiar esta política. El espíritu de la ley de gratuidad es la universalidad.
La diferencia, en otras palabras, es que la gratuidad responde a la oferta, y las becas a la demanda. Muy pocos están dispuestos a endeudarse por un doctorado, porque es un estudio que complementa, pero que no define el futuro económico, laboral o social. Pero todos están dispuestos a endeudarse por el pregrado, porque se considera un factor determinante en las expectativas de vida. Por eso las becas de postgrado son selectivas académicamente y la gratuidad no.
El superintendente no cree en la gratuidad, cree en las becas. La derecha, en general, se ha manifestado a favor de esa postura. No debería sorprender a nadie que quienes sean elegidos por el gobierno para los altos cargos en materia de educación sigan esa forma de pensar. Y aunque a muchos les indigne, es absolutamente legítimo pensar eso. En mi opinión personal, las becas y la gratuidad no son contradictorias, sino complementarias.
Necesitamos que los medios de comunicación dejen de hacer polémicas ficticias y aprovechen su propio poder para presionar al mundo político a mejorar la situación de miles de personas que, al poner sus talentos y habilidades a disposición de la sociedad, han hecho sacrificios enormes para crear nuevos conocimientos.
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