El martes 26, Claudio Alvarado (director ejecutivo del IES) publicó una columna en la que cuestionó la posición de Evópoli en la derecha y asimiló al partido liderado por Hernán Larraín Matte con el Frente Amplio, por su postura sobre la Ley de Identidad de Género.
Su hipótesis plantea que «ambos –Evópoli y el FA– apuntan en último término a propiciar el más autónomo desenvolvimiento posible de un individuo cuyas elecciones se asumen soberanas, independiente de su edad, fundamentos o efectos». Su argumento, que «el foco de la izquierda hoy son los pretendidos derechos del individuo, comprendidos de modo abstracto, absoluto e ilimitado».
Tal análisis, o es muy superficial, o es simplemente malintencionado. El hecho de que causas como el feminismo o la identidad de género sean promovidas por Evópoli no significa que este sea un partido de izquierda. Por el contrario. Sino, varios otros representantes de la derecha también deberían serlo bajo esa lógica. Ejemplo concreto es el del alcalde Felipe Alessandri, quien ha promovido y apoyado protocolos de inclusión para estudiantes transgénero en los establecimientos de la Municipalidad de Santiago y lanzó un programa de Educación no Sexista; o el mismo presidente Sebastián Piñera al promulgar las leyes que hoy en día se están discutiendo en el Congreso.Son las personas las que deciden e informan al Estado sobre su nueva identidad, y no el Estado el que se impone sobre las personas diciéndoles cuál es su nombre y género.
Además, esta aparente relación es un error, porque históricamente han sido las corrientes liberales, y no las de izquierda, las que han defendido el derecho de un individuo a la búsqueda de su propio camino para alcanzar la felicidad (a través del libre emprendimiento, la libertad de expresión, la libertad religiosa, etc.). En este sentido, fue la izquierda la que adoptó banderas liberales y no viceversa (probablemente para distinguirse culturalmente del conservadurismo en las últimas décadas mientras el liberalismo se encontraba desaparecido del partidismo en Chile).
A continuación, Alvarado sostiene que la defensa de la Ley de Identidad de Género sería una política que amplía la capacidad de intervención del Estado (aunque no explica por qué). Lo que es curioso de esta afirmación es que, hasta el momento, la citada ley busca el cambio registral del género y nombre de algunas personas. O sea, que cuando alguien decide hacer ese cambio, pueda ir al Registro Civil, y se admita tal transformación en su carnet. En otras palabras, son las personas las que deciden e informan al Estado sobre su nueva identidad, y no el Estado el que se impone sobre las personas diciéndoles cuál es su nombre y género.
De sus ideas se desprende desdén, en cuanto considera el liberalismo como una ideología fracasada, pues se acercaría a la izquierda en la búsqueda por defender los derechos individuales. A Claudio Alvarado no le parece bien que el individuo esté por sobre las instituciones de la Sociedad Civil. Para él, el Estado debe proteger el derecho de reunión por sobre los derechos de identidad de los individuos. Esta es una interpretación bastante utilitarista del liberalismo en función de su propio pensamiento: reconoce que la libertad de asociación es fundamental, y que es legítimo que las personas, agrupadas, busquen influir en las políticas del Estado, pero no cuando los individuos buscan definir sus propias vidas, aunque se asocien para ello.
En este aspecto, pareciera que él se acerca más a la izquierda que Evópoli, pues asume que el Estado debe velar por proteger a la sociedad antes que a los individuos.
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