Conocidas las declaraciones en que Gerardo Varela mandaba a los apoderados de colegios del Estado a hacer un bingo para financiar costos de infraestructura, los medios destacaron esta noticia como una nueva “torpeza” del ministro de Educación, centrándose solamente en la desfachatez con que dijo esto, ya que era mejor fijarse en las formas.
En las redes sociales, en cambio, muchos reclamaron que esto era una “ofensa” para los niños y una “falta de respeto” para los padres, sin detenerse en que, más que cualquier otra cosa, es una postura ideológica en la que esas observaciones morales no tienen ninguna cabida.
A Varela no le importa mucho lo que puedan decir desde la otra vereda con discursos sentidos y lágrimas en los ojos. Él está convencido de que el Estado- aparato del que forma parte a su pesar- no debe influir en la vida de las personas, y cree que las sociedades son más “libres” sin normas a las que los seres humanos deban atenerse para educarse, recibir un buen sistema de salud y tener seguridades previsionales que garanticen reales grados de certezas.
Pero no es solamente él quien piensa esto. Es todo el gobierno. De lo contrario, habríamos visto una reacción más rotunda por sus palabras; sin embargo, eso no ocurrió. Lo que presenciamos fue silencio de algunos y el apoyo incondicional de un Presidente Piñera que, con camisa blanca y tono resuelto, desde México, dijo que lo importante era “el fondo”. ¿Y cuál era el fondo? Sencillo: que el objetivo es lograr una “gran revolución en educación” sin medir costos, ni reparar en nimiedades como, por ejemplo, que el Estado haga el trabajo que le corresponde por ley.
¿Realmente alguien esperaba otra cosa? ¿Sinceramente hay quienes se sorprendieron de las palabras de un ministro que, si es que uno lo piensa, ha terminado siendo el verdadero vocero del gobierno? Parece que sí. Había bastante gente, sobre todo en la oposición, que estaba segura de que, a pesar de su marcado sesgo ideológico, la administración piñerista tenía otra concepción de cómo deben funcionar una sociedad. Y esa es la gran razón por la que la derecha gobernará por mucho tiempo.
¿Por qué los opositores no salen de la zona de confort y hacen una confrontación ideológica a lo que dijo el ministro? ¿Tanto les cuesta rearmarse y realmente convencer a la ciudadanía de que lo de Varela no es un exabrupto, sino una forma de mirar el mundo? ¿No es tal vez la hora de ponerse a hacer algo que sea más importante y relevante que sacar al titular de Educación? No se sabe. Parece que no entienden-o quieren hacer como si no entendieran- que, aunque este salga de su cargo, los inquilinos de La Moneda seguirán pensando igual. Por lo que parece importante hacer algo a más largo plazo.
¿Sinceramente hay quienes se sorprendieron de las palabras de un ministro que, si es que uno lo piensa, ha terminado siendo el verdadero vocero del gobierno?
Pero en las filas «progresistas» el largo plazo parece fatigar, ya que algunos de los miembros del Frente Amplio prefieren dar entrevistas a ciertos medios, donde hablan de cualquier otra cosa que no sean temas de izquierda, mientras sus principales líderes, Gabriel Boric y Giorgio Jackson, se pasean diciendo que, para mostrar su poca ambición de poder y su pureza de alma, se retirarán luego de la política para trabajar desde otro lado.
Para qué hablar de la ex Nueva Mayoría, ahí ni siquiera vale la pena detenerse mucho.
¿Entonces qué hacemos? ¿Cómo afrontamos esto si es que, frente a un manifiesto ideológico del gobierno, no hay nadie que quiera responderle haciendo política? Es complejo, pero sobre todo triste. Porque tal vocería de Varela, en cualquier sociedad realmente politizada, daría para unir fuerzas tras un proyecto. Acá, por el contrario, eso no pasa. Es un tema demasiado estructural para un progresismo que anda preocupado de que no lo ofendan.
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