La imagen de caos y de irritación social que vive el país está lejos de aquella dibujada por Piñera días atrás que Chile era un “oasis” respecto de otros países de la región, cruzados por turbulencias y la protesta furibunda.
El alza del pasaje en el Metro, que generó una convocatoria de los estudiantes la semana pasada a una “evasión masiva” del tren subterráneo y a acceder a los andenes saltando por encima del torniquete, se fue extendiendo por toda la ciudad y sumando apoyos. Se establecieron los horarios de cada una de las estaciones en los que “evadir” de forma masiva y fue la mecha que incendió la pradera y para que la olla de presión reventara. Ha sido la punta del iceberg de un malestar mucho más profundo que arrastra la sociedad chilena, como las alzas de otros servicios básicos (electricidad, agua, medicamentos, el precio de los arriendos, los bajos salarios y las misérrimas pensiones). Las protestas responden, por tanto, a que existe un gran descontento social que es malticausal.
La impunidad en que actúan los grandes conglomerados económicos para evadir impuestos y las condonaciones discriminatorias que reciben por parte del Servicio de Impuestos internos son otros de los tantos reclamos sociales que siguen sin respuesta. A las grandes empresas se les condona intereses y multas y al dueño de una vivienda de clase media por estar atrasado en el pago de las contribuciones o de los dividendos de la hipoteca con el banco, se solicita judicialmente el remate de la misma. En tanto, grandes mansiones del sector oriente pagan contribuciones mínimas aduciendo ser inmuebles rurales.
Por otro lado, los desfalcos y corrupción financiera en Carabineros y Ejército, donde se encuentran imputados varios generales, han contribuido aún más a la sensación de que existe una élite privilegiada -en el sector público y privado- desconectada e insensible de las penurias y carencias que vive el otro Chile del 99% de sus habitantes. Todo eso hace aumentar el malestar y la crispación ciudadana contra el abuso de poder de una élite económica y política.
La sensación de abuso de poder terminó por acumular un descontento que no solo apunta al gobierno sino a toda la élite política y económica. El desprestigio ha permeado a todas las instituciones, al igual que la sensación de aumento de las desigualdades, discriminaciones y la corrupción, sensación que se ha extendido transversalmente en la sociedad, lo cual genera malestar y bronca que incita a este tipo de estallidos sociales que ha sido un golpe dirigido contra al mentón del establishment político y económico.
Deja perplejo la irracionalidad que esta violencia se haya centrado en el Metro, un medio de transporte que simboliza la integración y que es de todos pero especialmente de aquellos que más lo necesitan. Al vandalizar el Metro se está destruyendo un servicio público esencial para vivir en comunidad e invaluable para mejorar la calidad de vida de millones de personas de sectores populares y segmentos de ingresos medios.
De un lado miles de personas que de manera democrática, pacífica y modélica protesta contra una élite que los excluye, por otro lado un puñado de violentistas, que se conduce más como una turba irracional cuya prioridad es la destrucción y el saqueo. Hace mal la derecha y el gobierno quedándose sólo con la segunda imagen y la oposición haciendo lo mismo con la primera. O tienen un panorama completo de lo que está ocurriendo o errarán en su diagnóstico y por tanto en la aplicación de la solución.
El gobierno tiene una importante cuota de responsabilidad en haber permitido que este malestar se desbordara. Las desafortunadas declaraciones de algunos de los ministros, relativizando el impacto del alza del transporte, o ironizando sobre el aumento del IPC, son prueba una vez más de la manifiesta falta de comprensión con las inquietudes sociales. Si un gobierno no sabe dimensionar lo que ocurre en la sociedad, quiere decir entonces que está completamente desconectado de las preocupaciones de la gente. A eso se debe añadir que durante la hora peak de los desbordes y en los lugares donde se estaban ocurriendo estos hechos de violencia, los Carabineros se retiraron en vez de contener y dispersar a las personas que estaban protagonizando los incendios y desmanes.
Todo indica que el gobierno tenía planeado que la protesta se desbordara para estigmatizarlas y tener los argumentos para sacar a los militares a la calle a través de decretar el Estado de Emergencia, criminalizando el malestar social que permea a la sociedad.
Se ha visto un gobierno que no logra controlar el orden público y una clase política casi paralizada ante el estallido de manifestantes cansados de lo que consideran abusos de poder y falta de representatividad
Lo que parecía que sería una protesta con algunos incidentes aislados se convirtió en una crisis política y social que el Gobierno chileno ha decidido enfrentar con represión. Una respuesta que ha hecho incrementar los cacerolazos y los bocinazos de los automovilistas en señal de desafío al gobierno.
Se ha visto un gobierno que no logra controlar el orden público y una clase política casi paralizada ante el estallido de manifestantes cansados de lo que consideran abusos de poder y falta de representatividad; un país colapsado donde el caos y el descontrol es total: los supermercados están cerrados, los escolares y los universitarios no irán a clases, las filas en las bencineras que aún tienen combustible son interminables y la mayoría de los santiaguinos no podrá llegar a sus trabajos por falta de transporte público. Es la crisis política y social más grande desde la recuperación de la democracia.
El escenario se complicó mucho para el Presidente Piñera, que próximamente será anfitrión del Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico (APEC), a la que asistirán líderes mundiales como Donald Trump. Los episodios de estos días marcarán un antes y un después en el Gobierno de Piñera, que ya registraba una alta desaprobación. Por ahora, no se sabe cuánto durará el Estado de Emergencia ni el toque de queda. Pero lo que sí parece es que ninguna de estas medidas haya tenido efecto, ya que los problemas que motivan las protestas persisten y la gente está dispuesta a seguir con las movilizaciones.
Las protestas han marcado un punto de inflexión para toda la élite política chilena, que no ha sabido ni interpretar ni canalizar el descontento que ha emergido en forma de manifestaciones desde 2006 en adelante. Frente a este estallido social se hace necesario acordar un nuevo “pacto social” con el propósito de hacer las transformaciones profundas en el país para incluir a las millones de personas que hoy manifiestan su indignación.
La oposición, debido a su fraccionamiento y dispersión han sido incapaces de catalizar y canalizar “orgánicamente” la protesta social. El resultado ha sido un estallido social inorgánico que irrumpe con una violencia irracional, sin pliegos de peticiones, ni vocerías o buscando negociaciones con la institucionalidad y que, lamentablemente, es aprovechado como campo abierto para que se desarrolle la anomia social y para el actuar de grupos anarquistas y el lumpen.
La solución a este fenómeno de un país colmado de bronca y frustraciones; de abusos e inequidades, no es dejarle un espacio al lumpen para saquear e incendiar bienes públicos y privados, sino con un proyecto de país que trace una línea clara entre el legítimo malestar y el inaceptable vandalismo del lumpen y el anarquismo y que ponga como objetivo central un desarrollo económico sustentable e inclusivo, de una meta compartida y que dé sentido a las penurias cotidianas del 90% de la población (la mitad de la fuerza laboral recibe un salario menor a $400.000).
Es el camino a seguir para encauzar la bronca y diluir la violencia que el espíritu primitivo tiende a desatar.
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Javi-Al
Asi es, creo que muchos compartimos su idea, pero el país no alcanza la claridad de cómo seguir un camino que encauce la bronca, he visto unas 10 listas de peticiones. En mi caso no tengo gurues, no tengo a quien creerle, estamos en la era de la posverdad. Lo que si se nota es que ambos extremos ideológicos se estan dando con todo lo que tienen.