La batalla cultural se perdió. Eso es lo que ha rondado en mi cabeza toda la noche mientras veía a los camiones en horario prime en La Moneda. Todo se convirtió en el caos que algunos querían que fuera y el gobierno se mostró incompetente como se quería que se mostrara. Incluso los dirigentes de camiones circularon por Palacio, como no lo ha hecho ningún estudiante nunca, con su voz fuerte hicieron una conferencia de prensa en la casa de gobierno a vista y paciencia de todo Chile, y de una administración que les dio la razón aunque muchos supiéramos que no la tenían.
[texto_destacado]¿Dónde estaba Bachelet para defender a su gobierno en medio de las acusaciones? Dejó a Jorge Burgos -su principal opositor- a cargo del tema. Una vez más, Burgos hizo lo que él creyó que se debía hacer sin preguntarle a su superior directo; nuevamente puso las supuestas ideas que fundamentan a la Nueva Mayoría en entredicho, al asentir en todo lo que un grupo de fanáticos que dicen no serlo hablaban mientras nosotros -insisto- sabíamos que todo lo que se decía no era cierto. Era un grito político y poco democrático el que se impuso ayer. Fueron los encapuchados sin capucha los que se pasearon por los pasillos de La Moneda sin que mediara ninguna muestra clara de que la institucionalidad no está para berrinches reaccionarios.
Pero lo peor de todo, creo yo, es que se permitió que la simbología golpista se adueñara de nuestra agenda. Los camiones en nuestra historia no son cualquier cosa, simbolizan el comienzo de la debacle y el autoritarismo de los mismos que convirtieron su miedo a una revolución imaginaria -porque independiente de la calidad del gobierno, si somos estrictos y serios, la UP no fue una revolución- en una valentía que se respaldaba por medio de la campaña del terror, del incitar al desabastecimiento y a todo complot, el que terminó con el broche de oro comandado por la traición vestida de uniforme. Es complejo -muy complejo- jugar con esos símbolos aunque el contexto no sea el mismo. Hay un sentimiento histórico con el que no se puede jugar.
Pero el caso es que lo hicieron y tal vez tiene que ver con que se sienten dueños de la historia y en cierta forma lo son y lo demostraron. Por lo mismo es que fueron capaces de traerla de vuelta, como si no quisieran hacerlo a propósito. Como si no se acordaran de sus clásicos métodos de presión. Y como si realmente todos fuéramos tan estúpidos para creer que llamar a cacerolazos y luego a camiones no fuera una manera psicológica de recordarle al gobierno de turno que acá hay una hegemonía cultural que no puede cambiarse, y que una vez que se busque hacerlo, harán lo posible por hacer valer su voz.
Es una lástima, pero seguimos siendo el mismo Chile. Seguimos teniendo los mismos jefes y estos siguen haciendo valer su visión de la misma manera. Y esto es porque no nos dimos cuenta de que para el trabajo de reconstrucción de la democracia se necesitaba más sofisticación que hubo. Se requería tener algo más que buenas intenciones de cambio, se necesitaba hacer los cambios necesarios para que esas predominancias culturales no fueran tan obvias y así no mantener en permanente vigilancia una mirada de superioridad que creíamos dormida, pero que solamente estaba dormitando en tranquilidad hasta que le dijeron lo que no quería escuchar. Hasta que se comenzó a hacer democracia de verdad y no esa plasmada de ciertos acuerdos en los curiosamente solamente ganaban unos. Los mismos. Los de siempre.
Es urgente que seamos una democracia con gente que expresa sus ideas políticas y no las oculta para luego dar el zarpazo.
Por lo tanto, es más necesario que nunca transparentar las posiciones. Es urgente que seamos una democracia con gente que expresa sus ideas políticas y no las oculta para luego dar el zarpazo. Porque si esto no sucede, lo cierto es que habremos dejado que esta derrota cultural se perpetúe por siempre.
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Arturo
La forma de hacer política de la izquierda es primero que nada declarar para todos lados que casi TODOS están de acuerdo con cambiar las cosas hacia donde la dirigencia de izquierda quiere apuntar, y los que no son lo peor, golpistas, traicioneros, anquilosados, etc. O sea, se necesita dividir en país en dos: los bonachones que quieren los cambios, y los malditos que quieren lo contrario.
Lo que pasa en el tiempo es que las personas pueden ser engañadas durante un rato con el canto de sirenas; pero después de un rato, la paciencia se empieza a colmar, y en algún minuto hay una reacción. Y ahí salen los vociferantes e histéricos a gritar que se está armando un golpe, que los malos de la película izquierdista están creando caos y desabastecimiento, etc…Basta mirar a Venezuela, cuando Chavez sacaba a los militares a las calles cada vez que un «pajarito chiquitico» le decía que venía un golpe imperialista…
Lo bueno es que ha quedado claro, dada la baja aprobación del Gobierno y sus medidas, es que cada vez son menos los chilenos que se tragan el discurso. Finalmente se constata que la gran mayoría quiere mejoras y ajustes, y no redibujar la realidad, quid del discurso «revolucionario».