Tanto en las redes sociales, como en los medios de comunicación es común hoy el uso del llamado lenguaje inclusivo… todos y todas, amigues, y otras palabras y expresiones “neutras” están siendo adoptadas por gran cantidad de personas como el lenguaje normal. En ese mismo sentido el discurso políticamente correcto incluye términos como “perspectiva de género», paridad, discriminación positiva y una, en el papel, potente batería de conceptos e ideas tendientes a generar mayor igualdad entre hombres y mujeres, pero, no basta, si solo se trata de la adopción vacía de un lenguaje por la mera conveniencia… no basta.
Si bien es cierto, el lenguaje construye realidad, y, por tanto, es un aporte el uso de uno inclusivo, la simple repetición de fórmulas verbales “adecuadas”, “políticamente correctas” o como parte de un diseño comunicacional intencionado e interesado, pero carente de contenido real y un correlato en los hechos, no pasa de ser una pobre representación puede terminar por vaciar de contenido y matar la magia de las palabras.Construir una sociedad igualitaria no es una moda pasajera o una estrategia política rentable, es un imperativo ético ineludible y una reparación de justicia elemental
Vivimos los estertores de un modelo patriarcal agonizante, sin embargo, la resistencia cultural al cambio sigue estando profundamente arraigada en un porcentaje no menor de nuestra población, y desde luego, en la clase dirigente (compuesta mayoritariamente por hombres como el buen lector ya adivinó). En ese contexto, asistimos, con estupor, a un triste baile de máscaras, en que prácticamente todos los dirigentes políticos de nuestro país confluyen en un discurso pródigo en modernidad e inclusión, pero sus actuaciones delatan sus verdaderas convicciones, su atávico temor a la creciente influencia femenina en las esferas de decisión, su machismo antes evidente y hoy solapado, e, incluso, su misoginia. Partidos políticos que se declaran “feministas” y lo gritan a los cuatro vientos, pero que en sus estatutos y estructuras internas, discrimina brutalmente la participación de la mujer en sus cuadros dirigenciales y un Estado que se vanagloria de tener un ministerio dedicado al tema, pero que, en la práctica, no pasa de ser una repartición pública sin mayor peso en las grandes decisiones gubernamentales, son ejemplos evidentes de esta tendencia.
No basta con una justicia que corrige a último minuto un ultraje como permitir que un violador en serie de mujeres enfrente un juicio con arresto domiciliario, no basta ministras de la mujer con una visión del mundo y el feminismo propias del siglo pasado, no basta con los PMG de género en la administración pública, que los diversos ministerios cumplen solo para obtener un bono, no basta con una Ley de cuotas en el congreso y nada en las municipales, no basta con paridad solo en la Convención Constituyente.
No basta con acuerdos incompletos a última hora para permitir a las mujeres quedarse con sus hijos pequeños durante una pandemia feroz, a los que se llega no por convicción sino por conveniencia, porque la indolencia inicial es la genuina visión de una clase política empantanada en dogmas ideológicos que se “venden” renovados y modernos, pero que no pasan de ser caras amables y jóvenes atrapadas en recetas anacrónicas y prejuicios culturales internalizados como un cruel orden natural.
Simplemente, no basta.
Construir una sociedad igualitaria no es una moda pasajera o una estrategia política rentable, es un imperativo ético ineludible y una reparación de justicia elemental, y, por tanto, requiere generar un profundo cambio cultural, un proceso de concienciación que vaya más allá de las declaraciones y la retórica vacía, y que se traduzca en una verdadera toma de conciencia, un convencimiento individual y colectivo de la necesidad de concretar el sueño de una sociedad sin la sombra opresiva del patriarcado reinante hasta hoy, y eso, se demuestra, no se declara.
En este sentido, lo esperable sería que los Partidos Políticos, nuestros representantes y nuestro gobierno, tomarán decisiones que afecten el corazón del equilibrio de poder en nuestra sociedad, como paridad real en los órganos internos de los Partidos, en los Directorios de las empresas Públicas y Privadas, igualdad salarial y en todas las prestaciones previsionales, profundas reformas que permitan la real inserción de la mujer en el trabajo, sin que la maternidad sea considerada un “costo” que solo la ellas deban “pagar”, y finalmente, un real compromiso con la igualdad de género debiera implicar el construir un nuevo pacto político, económico y social cuya alma sea la restauración del verdadero orden natural… uno dual y equilibrado, ni patriarcal, ni matriarcal, sino genuinamente igualitario, y eso, requiere un cambio radical en nuestra política y sociedad.
Chile necesita paridad real en las próximas elecciones municipales, regionales y parlamentarias, Chile necesita paridad real en el próximo y sucesivos gabinetes, Chile necesita más mujeres tomando decisiones, Chile necesita una Constitución que consagre la igualdad de género de un modo nítido y definitivo, Chile necesita más de su clase política, porque lo que ha hecho hasta ahora, aunque represente un avance significativo… no basta.
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