Hace unos días, Boaventura de Sousa lanzó su libro “La Cruel Pedagogía del Virus”, donde expone que esta pandemia evidencia que “el capitalismo neoliberal ha incapacitado al Estado para responder a emergencias”, y su afirmación se demuestra al ver como los mercados desaparecen, se repliegan, toman distancia, sin asistir a los pueblos y sin dominio de los Gobiernos, decretando que aquella libertad que se les entregaba no necesariamente traería beneficio a todas las personas.
Es así como el Estado vuelve porque la gente lo necesita, pero lo hace incapacitado, consecuencia de una serie de decisiones neoliberales: recortes de políticas sociales, privatización de la educación, la salud, el sistema de pensiones, la falta de infraestructura, todas ellas resultados de este modelo que han dejado secuelas más fatales que nunca, porque ahora sí ha sido determinante lo que en otro momento parecía una acción más de la maquinaria capitalista: comprar carros lanza aguas, por sobre ventiladores mecánicos.Podrá crecer la deuda externa, habrá crisis, y más adelante la economía se podrá reactivar volviendo a alimentar la misma sociedad capitalista que hoy se ha detenido, en cambio; las vidas no volverán.
El uso de recursos en salud, y también en educación, siempre será considerado una inversión pública, no así la compra de implementos para la represión o la violencia, que se terminan traduciendo netamente en gasto. Es una muestra clara de algo que hoy se hace muy evidente en nuestro país y en varios otros: la economía ha estado primero, la vida de las personas después. Y lo más duro es que podrá crecer la deuda externa, habrá crisis, y más adelante la economía se podrá reactivar volviendo a alimentar la misma sociedad capitalista que hoy se ha detenido, en cambio; las vidas no volverán. Quizás no aprendamos lo suficiente y volvamos a lo mismo, y se nos someta a la austeridad con la justificación perfecta para recortes en lo público, mientras por otro lado surgen las mismas desproporcionadas utilidades a las que nos han acostumbrado. Habrá que resistir y ser astutos a la hora de enfrentar la doctrina del shock que se les hace preciso aplicar, quien gobierna tiene privilegiada posición para insistir en la imposición de ideas neoliberales que podrían reactivar un modelo que corresponde acabar de una vez, tienen el sartén por el mango, por lo mismo no solo debemos resistir a la pandemia, también a los manotazos de ahogado de este obsoleto paradigma que profundizó aún más la crisis.
Pero nuestra preocupación va por un ámbito específico, es momento de renovar nuestro sistema educativo. La educación se ha detenido, aunque medianamente, y predomina en muchos territorios la ahora llamada “cruel pedagogía del virus”. Nuestros estudiantes siguen aprendiendo contenidos diferentes a los declarados en el curriculum. Por más que prioricemos, como se ha propuesto últimamente, la mayor enseñanza la está dando un virus pandémico que nos ha sometido a las miserias que el neoliberalismo ha ido dejando en el patio trasero. Ahora es urgente estar atentos, debemos ser promotores de una reconstrucción que considere lo aprendido de los daños profundos de este modelo que ha hecho sinergia con la crisis sanitaria, donde si el capitalismo educativo se nos adelanta, profundizaremos prácticas poco democráticas, atentando contra la convivencia y el sentido colaborativo, como el prescindir del acompañamiento de un pedagogo o imponer lo virtual por sobre lo presencial, dejando fuera la confrontación, la complejidad de las relaciones sociales y todo aquello que es promotor de entes constructores de tejido social. Imaginemos el espíritu de pedagogías como la de Paulo Freire ejercida mediante las herramientas virtuales, no cabe, es ilógico. Y si no nos anticipamos, a nivel más macro, seguiremos permitiendo la segregación, sosteniendo colegios para ricos y para pobres, aun sabiendo que quienes han sufrido más pérdidas en EE.UU., en Brasil, y podría ocurrir igual en Chile, serían los que están vinculados a las escuelas con mayor complejidad sociocultural.
Para nosotros ese no es el camino y para muchos otros es evidente. Pero nada nos libra de caer en las ahora agónicas manos del neoliberalismo, que puede imponer su sentido de supervivencia y dilatar su existencia. Más aún cuando no siempre deciden los pueblos.
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