Estamos estudiando un concepto del humanismo que se comprenda desde nuestra época de modernidad tardía. Nos orientamos hacia un testimonio temprano del humanismo europeo en la figura de Pico Della Mirandola y su discurso de la dignidad humana del siglo XV. Nos interesa indicar hacia la diferencia en la percepción de la condición humana, considerando que, en el siglo XXI, habitamos un tiempo que puede llamarse de pesimismo respecto de esa condición.
Pico es en cierta forma un continuador de Petrarca, siglo XIV, y de su concepción de que nada es más admirable que el alma humana, cuya medida supera toda grandeza. Perteneció a una estirpe que mostraba un interés especial por el pensamiento de la figura humana, la que era dibujada como de un carácter excepcional dentro del mundo, echando sobre ella una mirada tan luminosa cuanto optimista.
Como dijimos, pareciera que este pensamiento en la admiración se volcó al pesimismo y varias formas de oscuridad, en tanto el recorrido histórico de la modernidad llegó a dar lugar, en el siglo XX, a formaciones históricas del poder humano como los totalitarismos nazi y soviético, con Stalin y Hitler y sus actos de crueldad con los millones de muertos asesinados manteniendo las formas de una racionalidad que exponía así sus posibilidades más bestiales.
Pero Pico Della Mirandolla pertenece a una historia anterior. Una donde se exponían los primeros atisbos de aquella razón que se desarrolló extensamente por la cultura europea moderna. Fue parte de un tiempo que cultivó el tratamiento más optimista sobre la excelencia de la dignidad humana. Ella dio origen a la tradición humanista que recorre la historia posterior.
Pico habita un siglo que sufre la crisis definitiva de los tiempos medievales. La lectura, el cultivo profundo y admiración por las obras de la llamada antigüedad latina y griega –y otras tradiciones de las culturas preeuropeas-, se enfrentan con una sociedad todavía regida y regulada por una jerarquía eclesiástica y religiosa que había llegado a sufrir un creciente desprestigio y perdida de su legitimidad social.
No fue ese, sin embargo, un período que transitara al ateísmo. Se reaccionaba frente a una escolástica dominante que había exacerbado, por ejemplo, la figura del “pecado original” señalando hacia una condición de cierta miseria humana en esta Tierra. Los humanistas de ese tiempo procuraban la formación de una nueva concepción del Dios cristiano que para ellos continuaba presidiendo el mundo. Se trató de la búsqueda e instalación de una nueva espiritualidad.
Los autores creyentes del Quattrocento anhelaban encontrar las razones que permitieran celebrar la condición humana, recuperando una confianza primigenia en nuestras cualidades. Se interesan por los escritos de Agustín de Hipona en su prédica de la “encarnación del Verbo” y de la corresponsabilidad del ser humano para su propia salvación. Para tomar un ejemplo muy abarcador cabe recordar que la concepción agustiniana se dirige de las cosas del mundo hasta el ser humano en su intimidad, y de ella continuándose en la consideración de la divinidad. Es la condición misma de propiedad de un alma lo que relaciona con la divinidad y con el mundo.
Los autores creyentes del Quattrocento anhelaban encontrar las razones que permitieran celebrar la condición humana, recuperando una confianza primigenia en nuestras cualidades.
Dice Pico:
“entremos en nosotros, entremos en los aposentos íntimos del alma (…) y conozcamos felizmente en nosotros todos los mundos, y, con ellos, también al Padre y la patria celeste”
Se trata de una concepción “milagrosa” y feliz de la excelencia humana. El milagro está adentro, en un atisbo de la subjetividad moderna. Pico se remite a escritos que llama “árabes” y al nombre de uno de ellos para identificar “lo más admirable en este escenario del mundo”. Es tal la admiración que comunica de la grandeza de la dignidad y valor del ser humano, resumidos en el sentido de la libertad como libre albedrío –como decisión para una forma u otra de vida y figura-, que manifiesta explícitamente su insatisfacción con los argumentos predominantes de su época que las dibujaban. Hay que poner esa libertad incluso como don divino.
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