Un posthumanismo ha sido anunciado, no más iniciado el siglo XXI, por el filósofo alemán Peter Sløterdijk. Lo ha formulado indicando hacia la manipulación biológica y genética de la descendencia humana en tanto camino para resolver lo que se entiende como el fracaso epocal de la educación, el cultivo de las letras y el humanismo, en la consecución de un “mejor ser humano” (de un «hombre mejorado»).
La confianza moderna permanece todavía en la tecnología, dice el mexicano Ricardo Rivas. Persiste su papel como medio efectivo para conseguir un mayor control sobre el mundo natural, y para la misma evolución de los cuerpos humanos: su diseño y el del mundo señala el nuevo énfasis en la dirección del desarrollo de nuestra especie. La tecnología sería una última (y la primera) herramienta de liberación, la que se vuelve un medio de transformar la estructura “màs ìntima” del ser humano.Habría que encontrar un humanismo que destacara por su autolimitación, por la modestia, ahora, de sus pretensiones, pero que fuera capaz de recuperar y sostener, dice Rivas, la propuesta de la dignidad humana
Se trata de reemplazar una “domesticación humanista por la cultura” para abrir posibilidades de existencia donde el “viejo humanismo” no llegaba siquiera a imaginar. La programación de la vida humana se justifica en el nombre de fines “nobles” de matriz posthumana. El mejoramiento vía una “máquina espiritual” (Kursweil), la “vida eterna” o “vida para siempre” –como victoria sobre la muerte y el daño biológico-, la recreación corregida de la mente (“inteligencia artificial”), son parte de los nuevos temas.
Su propósito principal es proclamar el fin del humanismo tradicional de Occidente y su “idea del hombre”, la que ha permanecido, se dice, sometida a la síntesis de materia y espíritu, de ser finito y contingente, circunscrito a unas coordenadas de espacio-tiempo.
A este estadio de evolución civilizatorio –el de una especie de completación de un ciclo: humanismo, antihumanismo, posthumanismo-, Rivas quiere oponer una cierta rehabilitación y recuperación de un momento de la tradición anterior. Se trata de que, con los materiales del humanismo optimista y su evolución ya conocida, pasando por su momento pesimista y su finalización, de “ensamblar una adecuada visión de lo humano” apta para la comprensión de un nuevo siglo.
De un pensamiento ahora “contracultural” –en resistencia de las formas posmodernas devenidas hegemónicas-, que, en un horizonte secularizado quiere tener, para todos, algo que recordar y recuperar. Se trata de la manera singular de un retorno histórico que no es nuevo como retorno –y baste para ello recordar el inicio del humanismo como recuperación del mundo antiguo greco-romano que permitió el origen de una inmensa novedad histórica-. En este giro histórico destaca el poder de eficacia posible de las formas recuperadas, eficacia que habría que buscar, tal vez, en su relación con ciertas condiciones históricas materiales actuales de la existencia humana.
La declaración de 1948 universal de los derechos humanos debe considerarse, dice Rivas, como un “logro civilizatorio” dentro de una concepción humanista extendida como valor planetario –que parece, por un momento, retomar unas fuerzas reactivas, confundidas antes por el suceso de las guerras mundiales-. El problema aparente envuelve el factor de “expectativas e intenciones”: de la declaración no ha seguido el nivel de las realizaciones, y, nuevamente, la propuesta que reclama una validez universal se ha mostrado eminentemente débil, dejando las grandilocuencias a merced de la buena (o mala) voluntad de las naciones e individuos. En cambio, se requiere, se dice, aportar un “fundamento sólido”.
Habría que encontrar un humanismo que destacara por su autolimitación, por la modestia, ahora, de sus pretensiones, pero que fuera capaz de recuperar y sostener, dice Rivas, la propuesta de la dignidad humana. Una propuesta dentro de una doctrina del “error” humano. A la iniciativa tecnológica –concebida como “arrogancia”- del posthumanismo de un tiempo efectivo de globalización económica y cultural, quiere oponer la doctrina recuperada de una “ley natural” que entregue una nueva consistencia histórica a la afirmación de esa dignidad. Se trataría, precisamente, de un proyecto contracultural ya que la mención de una tal ley no goza, hoy en día, por ejemplo, de “buena recepción entre filósofos y juristas”. Esto implica entonces una lucha contra la eficacia de los tiempos.
El carácter religioso que ella podría mostrar constituiría, a la vez, un estigma moderno y una fuerza de los pueblos, conservada paradójicamente junto a las formas de la secularización. El retorno que Rivas está proponiendo mira hacia uno de la espiritualidad de Occidente. Una “naturaleza humana” obtendría su sustento en el postulado de la dignidad como una forma de pasado salvado de la “corrosión de los tiempos”. Se trata de ciertas “cualidades inherentes” de una moralidad diversa de los relativismos. De cierta “objetividad” emergente. De un resultado de la complejidad efectiva de la vida que implica una dificultad o rechazo de la definición. De algo a restaurar en la idea de la tradición enfrentada a esa complejidad, que tiene que ver con concepciones del intelecto, de la voluntad y de la libertad.
La noción, ahora, de unos “derechos humanos” descubriría allí nuevos alcances y limitaciones. Una nueva lectura hasta los clásicos griegos, nueva dentro de un ejercicio ya recorrido, podría contener unas ideas por eso mismo “clásicas”. La deriva del humanismo hasta sus debilidades contemporáneas, constituiría un fenómeno a dilucidar: la incierta posibilidad de su restitución dada una tradición que ha cambiado, precisamente, la “naturaleza” de la posición material del ser humano en la Tierra.
Se mirarían frente a frente el posthumanismo de la claridad tecnológica –lo que progresivamente se puede efectivamente hacer con la vida y el entorno humano, en la lógica de unos “saltos” o “revoluciones”-, y un nuevo humanismo (o un movimiento en ese sentido), que se plantearía nuevamente lo humano con la fuerza optimista del que constituye sin embargo el “mayor” enigma, la tarea de una experiencia feliz de lo originario del “enigma antropocéntrico”.
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