#Cultura

Pregunta por el despliegue de lo posmoderno: el modo de las ´crisis`

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Pregunto por la constitución reciente de un tiempo del mundo con el nombre de posmodernidad. Precisamente este carácter de reciente, de apenas comenzado (y entonces quizás ya terminado), nos instala respecto de las categorías modernas de diferencia entre novedad efímera y acontecimiento histórico (“real”). La pregunta si hayamos una temporalidad que acepte este nombre de “post”, y se trate de espejismo y simulacro. O, quizás, se trata todo de otra vuelta por las largas sombras de la modernidad, por donde se va a retornar a la posibilidad de los juicios conformes a los principios de razón, progreso y universalidad.

El cuestionamiento de las ideas de la cultura contrasta respecto de un trasfondo de experiencias. El filósofo y escritor español Narbona, pone como acontecimiento de alguna manera inicial de lo posmoderno –o habría tal vez que decir: como un hito de mera referencia–, el hecho y significado de la caída del Muro de Berlín en el año mismo de 1989. Con esta medida, apenas un poco más de 30 años después, pregunta por la salud de lo posmoderno. Yo planteo que en este período también hay otras experiencias históricas que requieren de especial atención en el orden del sentido. Así con los fenómenos de crisis ecológicas que evolucionan hasta la posibilidad de la catástrofe planetaria con el calentamiento global y la pérdida de biodiversidad -–a lo que tal vez haya que agregar, ahora mismo, la experiencia de encontrarnos con el fenómeno planetario del corona virus.


La posmodernidad traería un beneficio con el dialogo de saberes, pero también el desarraigo. El vagabundeo incierto ha reemplazado la guía de una autoridad. El pasado de las ideas y la cultura deviene de un interés relativo

Resulta sorprendente la posible coexistencia del simulacro y la catástrofe. ¿Cómo habita la época esta paradoja? Con indiferencia tal vez; o quizás con las herramientas de una época del mundo fundamentada como modernidad, que consagra las “crisis” como el hálito mismo de su dinámica histórica: la «crisis» es consustancial al modo moderno, ya sea por la novedad siempre necesaria, por la destrucción y sustitución de lo antiguo, o por lo relativo de lo hasta entonces acumulado. Así es como si los trastornos ecológicos se dan por las tecnologías “sucias”, la mejor solución son unas superiores tecnologías “limpias” –que ya están disponibles a la vuelta de la esquina. Se salvaría así el proyecto histórico del progreso y la razón expondría otro rango de sus capacidades.

Pero, entonces, aquello llamado posmodernidad habría sido un breve interregno en el despliegue de lo moderno. Una de sus «crisis» y entonces una de sus respuestas. El aspecto universal de lo moderno se manifestaría como capacidad de soportar la catástrofe y disolverla en uno más de los hechos de su historia.

La mentalidad de “solución de las crisis”, sin embargo, puede poner de manifiesto a la razón occidental como instrumento de una dominación universal, donde los valores pesan sólo por la eficacia. Como elemento de un poder que se puede también mostrar como brutal.  Y la posmodernidad, entonces, como complemento que refleja su vaciado de sentido concreto. Así, la conquista del planeta habría de decir aquella de la civilización ilustrada contra la “barbarie”. En cambio, la posmodernidad delataría este rasgo señalando simplemente que “existen otras formas de interpretar lo real”. Que modernidad es una tradición más.

Autoafirmada –probablemente como todas las tradiciones–, y, por eso, un arma colonizadora general. Hasta la aparición de algún sentido del límite. Por ejemplo, el limite ecológico planetario. O como forma de otra “barbarie”: los campos de Auschwitz como una culminación del siglo XX, y un descreer del proyecto en un creciente malestar en la cultura y en las biografías. La modernidad significa, de pronto, un cierto sufrimiento subjetivo vago pero ineludible. Los otros y lo otro hasta ahora prejuiciosamente despreciados reflejan un valor que parece un descubrimiento. El plan del progreso hacia lo mejor –la realización progresiva del Espíritu hegeliano– deviene algo muchas veces indefinido. La posmodernidad puede aparecer como una pacificación del espíritu de Occidente que se abre a la diferencia. La idea de “tradición” –circunscrita hasta entonces a una Europa de Grecia, Roma y Jerusalén- adquiere un sentido múltiple. Hay otros signos que celebrar.

La posmodernidad parece una afirmación de la pluralidad frente a la universalidad. Que lo universal no es ni viable ni deseable (Lyotard). Que la razón debe considerar lo heteromorfo y distinto de los consensos locales y provisionales. Que hay que sustituir la “historia universal” junto con los acontecimientos cruciales para delimitar una época de otra en un calendario de valor planetario (Vattimo). “Historia” ya no debe decir el relato de las clases dominantes y naciones imperiales, sino un conjunto de relatos lejanos muchos a la idea de Occidente (Benjamin). El ideal europeo de humanidad es un ideal más entre otros muchos, no necesariamente peor, pero que no puede pretender, sin violencia, el derecho de ser la esencia verdadera del hombre.

La posmodernidad traería un beneficio con el dialogo de saberes, pero también el desarraigo. El vagabundeo incierto ha reemplazado la guía de una autoridad. El pasado de las ideas y la cultura deviene de un interés relativo. Habitamos ahora un mundo de nómadas en medio de innumerables dialectos. La verdad se ha vuelto contingente y finita. Las convicciones universales han desaparecido y ya no hay argumentos seguros. Entre ellos, la concepción del individuo se puede diluir en la masa que acepta y vocifera dogmatismos. Al mismo tiempo, de acuerdo con lo razonable, retroceden otros dogmatismos a costa de dejarnos suspendidos en la posibilidad cierta del relativismo general. Ausente de absolutos ya no se puede afrontar los hechos de la realidad desde una esperanza.

Como un hecho singular en el mundo de las ideas, uno que por contraste delata también este relativismo, se destaca un bien universal en los llamados «derechos humanos». Su trascendencia recuerda precisamente los argumentos por el bien, y refleja una recuperación de la condición humana como una nota exclusiva en el orden de la Naturaleza. Algo objetivo lucha aquí contra lo convencional.

Hay pues reacciones a los tiempos presentes. Algunos quieren, en contra de las hegemonías actuales, reivindicar una tradición que se mide en lo que aparece como obra de la filosofía, la democracia, la ciencia, el derecho, el arte o la ética. Se trata de rearmarse de verdades superando el nihilismo, estudiando otra vez el humanismo –en una propuesta de otro Renacimiento para un Occidente ampliado y nuevamente optimista. Herencia de la modernidad, la posmodernidad habría sido un período de depuración y catarsis que se abre a otra concepción compleja de la dignidad del mundo, de la humanidad y la Naturaleza.

TAGS: #Modernidad #Postmodernidad Crisis

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