Habitamos un tiempo donde ya ha ocurrido una experiencia, al parecer excepcional en la historia de los pueblos y culturas, de transformaciones en el mundo y sus representaciones, y que se conoce con el nombre de tiempos modernos. Ellos han comenzado por allá por los siglos XV y XVI en la Europa que salía del Medioevo. Se han expandido por todo el planeta, primero a través de la colonización de territorios, y, ahora, en lo que aparece como la globalización.
Para las filosofías modernas el asunto del conocimiento o entendimiento humano se muestra como cuestión privilegiada. Es que en estos mundos lo que se llama la razón está desplazando los fundamentos religiosos y tradicionales de las concepciones del mundo y el universo.
Los europeos modernos fueron los primeros en adquirir la disposición afectiva de confianza en las posibilidades autónomas humanas de habérselas con las cosas. El meollo de esta confianza comenzó a descansar en las facultades pensantes y en las formas de una de ellas llamada de la razón.Lo que llamamos salud mental se conforma en una sostenida e íntima experiencia de los sufrimientos y las alegrías, y todos parecemos estar navegando esas aguas
Entre los productos culturales más relevantes de la nueva racionalidad descubrimos las llamadas ciencias modernas. Se trató de probar las capacidades del entendimiento para penetrar en los órdenes que gobiernan aparentemente las relaciones en las cosas. Un elemento crucial fue la consideración de ellas como objetos de la experiencia empírica. Otro fue la constitución del sujeto humano como pivote fundamental en la construcción de las categorías del conocimiento.
Elemento estratégico en los poderes humanos ante la Naturaleza comenzaron a ser las afirmaciones acerca de la verdad. La posesión de la verdad ha sido asunto de innumerables trabajos y luchas. Las nuevas teorías han debido conflictuar entre ellas para acceder a las coronas de la verdad del conocimiento. Debían también desplazar los saberes tradicionales y acostumbrados, a veces de miles de años de uso e historia, y que existían, y existen, profundamente en las mentes y los corazones de pueblos enteros en la misma Europa y en las tierras de los otros continentes.
Las ciencias comenzaron por la Naturaleza. Se trató de ejercicios intelectuales que combinaban el saber con la dominación de las condiciones dadas. Conocer fue comprendido como describir, conceptualizar, conquistar y controlar. La Naturaleza debía abrirse y rendir sus secretos. Un resultado clave en estos movimientos consistió en la producción de nuevas tecnologías que aparecieron a un mundo optimista de las capacidades de la civilización.
Las ciencias llegaron a las sociedades y al espíritu de los seres humanos como ciencias sociales y psicológicas. Surgieron las polémicas alrededor de las diferencias entre la dominación de las fuerzas naturales y la comprensión de los procesos humanos. La pretendida, y múltiples veces lograda, exactitud matemática de los conocimientos del entorno, contrastó con los esfuerzos cualitativos, y tantas veces contradictorios, respecto de los fenómenos en nosotros mismos.
Las psicologías emergieron y muy pronto se multiplicaron en distintas escuelas. El conocimiento que empujaba los enigmas en los espíritus y las conductas de las personas, el conocimiento de los actos mismos de conocer, de las fuentes de la emoción y las pasiones, ha consumido los aportes de muchos y se ha acumulado como los saberes que hoy nos permiten comprender tantas cosas, así como las que aún faltan. Conocer también ha significado transformarse, ponerse como limitaciones las mismas que estructuran lo que nos es posible.
Así pues, los tiempos han evolucionado. Incluso dentro de la modernidad se ha comenzado a hablar de una posmodernidad que vendría a mostrarnos una culminación de procesos, unos curiosos obstáculos y desconocidas posibilidades. La existencia humana se nos da en mezclas de seguridades e incertidumbres, como si ella también se constituyera esencialmente en la permanente convivencia de ambas. Lo que llamamos salud mental se conforma en una sostenida e íntima experiencia de los sufrimientos y las alegrías, y todos parecemos estar navegando esas aguas. Hijos de la modernidad, los conocimientos de las psicologías nos acompañan y proponen orientaciones. Cada cual debe tomar decisiones en la comprensión de sus procesos vitales, escuchando lo que nos hablan desde muchas partes, y asumiendo las libertades que siempre se abren a nosotros.
Los conocimientos han crecido y se han acumulado en las lógicas y reglas que he intentado señalar. Las sociedades continúan cambiando y nosotros cambiamos con ellas. Nos tiran y arrastran; nos acogen y abrazan. Las filosofías se han sucedido como insaciable sed de respuestas, y la infatigable emergencia de nuevas y otras preguntas. La lucidez brilla y se oscurece y vuelve a brillar.
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