Las teorías actuales de las estructuras simbólicas o de sentido de la política moderna, tienden a comprenderlas de modo que los diferentes grupos humanos muestran o poseen “intereses” –o sea, se dice, finalidades de acción racionalmente coherentes con su posición en la estructura social–. Y que dadas unas estructuras de dominación social es fundamental para estos “intereses” transformar su carácter particular –vinculado a cierto grupo social–, en valor universal de la sociedad como un todo, y en calidad de cultura simbólica colectiva.
En estas concepciones esa transformación implica, por supuesto, relaciones de poder. Lo que llamamos aquí “ideologías” puede señalar el enmascaramiento moderno de unos intereses particulares en valores universales. Las “ideologías” en sí mismas contendrían fórmulas simbólicas del poder social, cuya finalidad es deformar la comprensión de los intereses para la universalización de algunos.
Por otro lado, la elaboración simbólica o de significados tiene una de sus caras en la calidad universal de la producción de sentido en las relaciones sociales: la existencia humana, dice este imaginario, es en todas partes existencia en los lenguajes (como el que ensayamos en este texto). Es común a todos los grupos e individuos la creación de formas de sentido, y la pertenencia entonces a estructuras de sentido que se presentan y aprenden, se socializan, por ejemplo, en todas las modalidades de las comunicaciones y en las formas de conocimiento o saber.
En la modernidad, agrega la teoría, la sociedad se da de tal modo que la totalidad de las relaciones sociales, la totalidad de la existencia humana, aparece atravesada por relaciones de poder. De esta manera la sociedad es siempre un campo de lucha de fuerzas, donde es preeminente posicionar los intereses particulares como interpretación general del valor de las estructuras simbólicas. Se trata de dominar el sentido en los lenguajes. En este ámbito, “legitimidad” significa la realización y puesta en obra de ese dominio. El sentido que entonces elabora la sociedad toda articula la “legitimidad” del poder de unos sobre otros.
“Autoridad” significa la transposición legitimada de los intereses de ciertos grupos de manera que aquellos cuyos intereses han quedado subordinados, actúan y comprenden el mundo y la sociedad con los lenguajes de los primeros. La sociedad moderna, se dice, está atravesada por efectos de dominación correspondientes con la realización de complejas estructuras simbólicas.
En la “ideología” el sentido de la coacción posiciona a los grupos dominados de manera que reproduzcan por si mismos las propias relaciones de dominación. La teoría dice que el sentido de los discursos de lo socialmente “justo”, “verdadero”, “bueno”, “adecuado”, “ordenado” o “normal”, depende de una definición y obediencia simbólica de modo que los grupos dominantes consiguen en los grupos subordinados la invisibilidad de esa obediencia.
Las transformaciones históricas modernas corresponden, se agrega, con cambios en las estructuras de dominación. Estas transformaciones instalan nuevos símbolos, por ejemplo, como imposición revolucionaria de los nuevos sentidos de la “libertad”, de la “igualdad” o de la “democracia”.
Las instituciones sociales educan en las estructuras simbólicas. Según Foucault, en la formación de la sociedad moderna destacan como instituciones de transmisión de la obediencia la escuela, la familia, la iglesia, el ejército, los establecimientos fabriles, los hospitales y cárceles. La “lógica” moderna como la estructura de un sentido capitalista de la vida, significa la integración, a veces dócil e imperceptible, a veces violenta y represiva, de los grupos e individuos a las normas de la producción social de interés para el grupo dominante en el capitalismo.
Poder, obediencia, coacción, legitimidad, constituyen la moralidad y una verdad fundamental de la sociedad moderna. Las “ideologías” funcionan aquí como estructuras de sentido para la legitimidad universal en la totalidad de un orden social
Por “lógica” de la sociedad moderna se dice su figura de sentido en un orden convencional internalizado por todos los grupos sociales (“clases”). Sociedad significa reglas de obediencia, normas que se imponen a la conducta, donde hay quienes las producen y quienes las acatan, diferencia que resulta de una lucha por el poder oculta en la tradición y las costumbres.
Poder, obediencia, coacción, legitimidad, constituyen la moralidad y una verdad fundamental de la sociedad moderna. Las “ideologías” funcionan aquí como estructuras de sentido para la legitimidad universal en la totalidad de un orden social. Ellas son discursos de la verdad. Así de las diferencias entre lo que se considera verdadero y lo que se toma como falso, o entre lo bueno y lo malo, entre lo normal y lo desviado. El poder, pensamos, necesita un discurso de la verdad; el poder se corresponde con un saber. Y con las normas y dispositivos que se encargan de afirmar precisamente lo que funciona como verdadero.
Las “ideologías”, aquí, delimitan ciertos rituales de la verdad. Ella hace del poder una red productiva más que una instancia negativa con la función de la represión. Opera volviéndose estructuras de sentido inconscientes, que se independizan de los posibles intereses sociales divergentes. El poder social se presenta como distribución de las motivaciones y de los beneficios, como disposiciones a pertenecer al orden.
Morales son las normas sociales legítimas, los modelos de referencia, las reglas socialmente relevantes de lo que se comprende como el bien. Y como presuposiciones de un mundo en tanto “realidad” y «verdad» ordenada de las costumbres. Las “ideologías” economizan la necesidad de poseer respuestas para las situaciones e interacciones, suspenden la necesidad de proponer alternativas, señalan hacia aquello que funciona por su misma repetición. Aquí las “ideologías” se constituyen como mundo cotidiano, modos de lo habitual, explicaciones que sancionan lo evidente. También, por tanto, como encubrimiento o invisibilidad de las formas de dominación. Las “ideologías” seleccionan lo que se experimenta como la tradición.
Esta normalidad moderna del poder, su universalidad respecto de las formaciones sociales, puede también hacernos pensar en un pesimismo general de este imaginario: la dominación deviene la respuesta social a las preguntas por la existencia humana.
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