Raúl Zurita ha sido el gran poeta de la tragedia chilena del siglo XX. Su mejor obra hace cantar, entre otras, a nuestras cordilleras, a los desiertos, a las playas. Pero, últimamente, su nueva producción produce pocas consecuencias. Creo que ella es, poéticamente, tan buena como la de la primera etapa. Es cierto que recibe los premios merecidos para la lengua española. El Reina Sofía en España. Entonces, ¿qué pasa? ¿Qué le pasa a Chile?
“Verás auroras como sangre” dice un magnífico título de su obra posterior. ¿Es, tal vez, que ya no las vemos? Zurita se ubica, y quiere ubicarse, como el gran hablante desde las imágenes del golpe de 1973. Pasó por la tortura. Y luego se torturó a si mismo –lanzándose ácidos al rostro, para ya no ver o tal vez por ver demasiado.
Después nos hizo contemplar las cordilleras como estupendos aullidos gélidos del norte al sur, derramándose en los valles. Los desiertos reflejaron el drama chileno como desolación, soles inmisericordes y sangres secas.
Y tanto más.
Y nos ha sucedido el antigolpe. Casi, se diría, como la figura del reflujo de las herencias malditas. El antigolpe: el desastre de la nueva Constitución, nacida de un proceso deliciosamente democrático. El primero jamás ocurrido en toda la historia de Chile. Una posible aurora. Un ejemplo, de la posibilidad de hacer la historia de la comunidad chilena sin la tutela de dominio de la oligarquía de siempre, culturalmente más arraigada que todas las burguesías que han aparecido después.
Como un símbolo inevitablemente eminente: la Constitución contra la dictadura derrotada por los chilenos. Casi, se diría, una segunda tragedia. La derrota con sorpresa. La derrota que Daniel Muñoz, en medio de sus cuecas, ha llamado “la puñalada por la espalda que…(y se pausa) nos la dimos nosotros mismos”. Y, entonces, sigue cantando con una banda cuequera que se llama (todavía) Los 30 pesos.
Los productores de razones y sin razones nos recubren de causas y culpables. Como sea, algo profundamente decisivo nos ha ocurrido como Chile. La poesía, quizás, debiera notar cuántos tiempos y eras han pasado desde 1973. Y cuántas cosas han sucedido, importantes, a los pueblos chilenos –o a lo que queda de ellos. Pero eso mismo es un dato de la realidad de ser y existir como chilenos en el siglo XXI.
¿La poesía de Zurita habla todavía a los corazones y las almas? Eso imponente que nos dijeron, ¿en qué consiste hoy en día? ¿Es que ya no podemos con unas auroras sangrantes? Pero, tal vez, al drama social y comunitario, y sangriento, del siglo XX, ha sucedido una figura poética que se reconoce precisamente en esa forma del arte que se llama la tragedia.
En la tragedia ática, el exceso de la catástrofe del destino en la existencia humana, también decía siempre: el destino no es justicia. Toda justicia humana le es escasa. En verdad, pareciera que el nombre mismo de “justicia” resultaba extraño para las fuerzas de la Naturaleza.
¿La poesía de Zurita habla todavía a los corazones y las almas? Eso imponente que nos dijeron, ¿en qué consiste hoy en día? ¿Es que ya no podemos con unas auroras sangrantes?im
Las muertes y condenas sin compasión de los héroes y heroínas de la ciudad, parecían señalar que las finalidades y valores humanos superiores debían someterse al orden no-humano de las cosas. Y no porque fuera aquel algo como “malo”, indiferente, impredecible. Es lo que es; la manifestación de lo que excede que es el exceso mismo respecto de toda filosofía.
La inadecuación de la magnitud de las consecuencias, parecía comunicar a los atenienses el dato de su finitud compartida. La derrota de la nueva Constitución pudiera comunicar, también, a su manera, cierto fin entre nosotros de la voluntad insistente de humanización del orden del mundo. Los tiempos chilenos –por supuesto, no solo nuestros– pudieran estar abriendo la necesidad de una reconsideración del sentido, llamemos, metafísico, de la experiencia humana.
La historia se nos va. Se va todos los días. Y no hay palabra de poeta que lo impida. En lugar de buscar/encontrar las palabras para determinar lo que realmente hemos vivido, incluso lo que estamos viviendo, abrir esas palabras a los sentidos de eso grandioso también que fluye como la manifestación de lo que existe por sí mismo. Eso que los griegos de los más antiguos llamaban la physis, y que, tal vez, en un lenguaje occidentalizado –y vuelto más bien bondadoso—ha sido llamado “providencia”.
El asentimiento humano, en el arte, parece requerir reconocer una continuidad de sentido allí donde tal vez sólo deberíamos actuar como silencio.
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La imagen es del Tupungato derramándose sobre el valle del Aconcagua.
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María Elena Van Yurick
La tragedia chilena es la pobreza del espíritu, es la propia desesperanza aprendida, es la profunda desconexion con el Eden de la naturaleza, pobre pueblo mio que camina sin rumbo, sin amaneceres que iluminen su camino
Fernando
Abrazo para ti Marìa Elena
Gonzalo Vicuña
Raúl Surita lo señaló muy preclaramente
“Un país que emerge de una dictadura es bastante detestable. Puedas entender que quieras olvidar, pero emergió un país arrogante, insolidario y vulgar”.
viveroscollyer
Gonzalo,
me parece que en la cita de Zurita que refieres, todavìa el asunto
de lo que he llamado el «antigolpe», permanece en los planos
de las interpretaciones sociales e històricas.
En cambio, yo planteo que esta derrota polìtica es de una significaciòn
tal, que deberìamos comenzar a pensar en la Naturaleza. No en la
cultura –y sus innumerables diferencias.
Una «fuerza» de esta Natiraleza habrìa, tal vez, operado en este acontecimiento.
Y de esas fuerzas, me parece, habla la tragedia como forma poètica
clàsica Griega –es decir, del exceso continuo e inconmensurable
de lo que llamamos «Naturaleza» para la existencia humana.
Reconocer este fenòmeno y acercarse a la forma tràgica
consiste todo mi intento
Abrazo.
Fernando Viveros
Un saludo comunitario para quienes hacen y piensan poesía.
Esta visión de dos tiempos, de dos almas.
Y un contrapunto de poesía estética y decir popular