Cuando cualquiera de nosotros dispone el presentar algo -un objeto, un bien, una obra de arte, una teoría acerca de un real-, a la consideración pública, la de su comunidad o de una comunidad ampliada, es decir, la instala en escenarios sociales, políticos económicos o culturales, tiene ante sí dos cuestiones a las que responder :
*las características o la calidad del objeto que se pone en medio o delante de los otros
*los contenidos de consciencia que se dan en este proceso de interacciones de uno mismo como generador de la situación, y de las consciencias de quienes reciben el objeto o la cosa que se pone en medio o delante de ellos.
Por ejemplo, uno escribe y produce un libro (de filosofía, de poesía, de fotografía). Por ello, lo entrega a una editorial y esta lo pone en la comunidad mediante el proceso económico de disponerlo en los mercados del libro y de la cultura.
El fenómeno nos muestra un objeto cultural y una comunidad en interacciones complejas. El autor normalmente desea que su obra sea conocida, y entonces, para ser realizada como obra en una lectura y visión, que sea adquirida y comprada en los mercados de objetos culturales. La editorial desea que su producto industrial, en el que ha invertido insumos y recursos, sea adquirido recuperando en ello los gastos de producción, y acumulando ojalá capital por medio de las llamadas ganancias de la compra/venta.
El público desea, en todo momento (eso afirma la teoría) adquirir lo que estima le conviene, le gusta, le interesa, le aporta a sus vidas algo que las mejora (o empeora a veces: teoría económica general de la «utilidad subjetiva»), y, en algún sentido entonces, completa…
El autor de la obra de arte o de pensamiento (o del producto industrial: un automóvil), no conoce a casi ningun@ de los individuos de las comunidades que podrían hacerse de su obra (a lo más conoce un puñado de personas que son sus “amigos y enemigos”). Los individuos de las comunidades apenas tienen algunas noticias de quién es ese creador y productor, y qué intenciones podrían motivarlo a esa creación.
Pues un inmenso flujo de contenidos de consciencia transcurre en las consciencias del creador y de los destinatarios posibles de la obra creada. Flujos ocupados fundamentalmente en estimarse mutuamente: ¿quién es y qué busca este autor? (al menos esta persona que ha sido identificada públicamente como el autor y responsable de este objeto que acabo de conocer).
O, ¿qué pensarán y que esperarán esas personas de mí y de mi obra-objeto, al comprender que entre ese objeto y yo hay una relación de intimidad creadora-productora?
El objeto del intercambio posee algunas características por sí mismo. Si se tratara, por ejemplo, de un libro de filosofía-poesía-fotografía, contendría presumiblemente esos materiales. Y si el autor ha creído que valen la pena de pasar a ser impresos en un libro (o aparecer en una pantalla como ebook), también ha debido considerar los motivos y razones que podrán movilizar o no movilizar a los públicos ante esos materiales.
“Calidad intrínseca” de la obra en el intercambio social y comunicabilidad de motivos y razones (o sinrazones) que acompañan al objeto u obra. Esencia de un objeto y representaciones mentales acerca de un objeto.
Pues una cosa -a veces (y hasta: a menudo)-, y la otra: objeto material y representaciones del objeto, se influyen mutuamente. Lo “intrínseco” de la cosa también está contenido en lo comunicado por el mensaje alrededor de la cosa. Lo comunicado, las palabras acerca de la cosa del intercambio, entran rápidamente a conformar el objeto producido. A veces (a menudo) entre la cosa y la interpretación de la cosa apenas hay límites de discernimiento (recordemos: discernir dice precisamente, poder y saber distinguir, descubrir las diferencias).
Una obra mía como un libro de filosofía-poesía-fotografía al modo del que se titula : “Estudio del sol”, es un objeto que contiene palabras y fotografías y reproducciones visuales de pinturas (de William Turner y del sol). Lo que las personas (lo que ustedes) piensen o imaginen de este objeto cultural apenas lo conozco (tampoco sé si de conocerlo voy a comprenderlo), pero imagino que algunos de esos pensamientos serán muy positivos y favorables, y por eso he recorrido gustoso todo el proceso de su producción.
Pues entonces he estimado que al objeto-libro debiera proseguir un objeto comunicacional que “se ponga en el lugar” de los posibles públicos lectores, y realice un poco de esas estimaciones de lo imaginado e imaginable por ellos –y entonces responda algunas de esas ideas que asumo en las expectativas.
Si yo quiero comunicar algo, unos contenidos, debiera hacer lo posible por facilitar esa comunicación. Debiera traducir esos contenidos a otras fórmulas que acercaran e introdujeran a los otros a lo mío.
Si aceptamos este razonamiento como razonable, entonces el objeto-libro debiera ser acompañado por un objeto discursivo: por un “relato” que intenta recorrer la distancia entre las subjetividades de los demás (de ustedes ahora mismo), y la mía (la que alcanzo a recuperar y establecer de entre el flujo incesante de las ideas en mí mismo y acerca de «todo lo que hace mundo»).
Pues entonces está ahí, para tod@s, el libro. Y aquí mismo, en las líneas que estoy ahora mismo escribiendo y dando, ha comenzado mi relato de ese libro. Con el peligro de que mi relato poco tenga que decir del libro –por ejemplo, que este relato resulte en la pura transformación representativa del libro en “objeto de consumo masivo”, donde poco importa el objeto mismo, y solamente aparecen como relevantes los dineros que fluyen por sus alrededores: un relato “comercial”, un relato que vuelve el libro en un puro “valor de cambio” como habría dicho, seguramente, el buen Marx).
O, en un cierto opuesto, puede resultar que este relato le parezca a alguien “mejor” que el objeto-libro que se había propuesto, precisamente, “relatar”. Una consciencia habría producido un nuevo objeto lingüístico que opacaría el que antes quería relevar. Por supuesto, yo mismo no sabría decidir cómo decidir entre si esto es para mejor o para peor en mi trayectoria vital (“nadie sabe para quien trabaja”).
Ese libro –“Estudio del sol”— trata del sol desde su portada hasta la última página. Bastante autoconsciente esta página pues consiste en la fotografía de una mano que pareciera estar despidiéndose del sol (de un cierto sol)…, y agrega un poema de apenas seis líneas que, en resumen, solamente dice: “Adiós”…
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viveroscollyer
Esa obra literaria-visual –Estudio del sol– està comunicando algo.
Si hago un «relato» de esa obra, pareciera que comunico acerca de lo que
he comunicado..
Asì, una obra de una obra de una obra. En filosofìa algun@s dicen
entonces, por ejemplo, traducciòn, o re-presentaciòn, o recursividad,
o simulacro. O, simplemente, tradiciòn o laberinto (asì Borges)
–y, entonces, un audaz talvez, dirà: una obra-cosa, lo que dice
por sì mismo y solo comunica lo que tiene: que el Estudio del sol
son hojas y palabras-rayas, y colores… En fin, seguimos ….