Después de años de encierro forzoso, caminaba por el callejón Santa Elena envuelto por un frío húmedo. Mis ojos estaban clavados en mis pensamientos. El camino iba ser largo antes de llegar a la casa del reconocido hombre de las mil pajas.
El viento movía las ramas con fuerza y sentía miedo de mirar para atrás. Dicen que el pasado aparece en este callejón en las noches de vientos de abril. De pronto una idea me vino de golpe y solté una carcajada que rompió con el silencio de la noche. Fue como un estruendo que hasta los perros más fieros corrieron gimiendo y votando las latas de basura.
Recordé que hace exactamente cinco años en este mismo lugar me encontré al payaso del pueblo jugando con sus pelotas peludas, de esas que venden en los mercados. Sus bolas parecían kiwis y le gustaba hacer bromas de doble sentido en relación a éstas. Eso me pareció gracioso, pues los bufones en estos tiempos han perdido mucho el sentido del humor. Muchos de ellos ahora trabajan como asistentes de fiscales o burócratas carcelarios.Jezabel ladró tan fuerte que el monstruo se le acercó para acabar con su vida. Ella saltó y de una mordida acertada le sacó su tercer ojo. La bestia cayó al suelo y con mi hoz le desarraigué cada uno de sus tatuajes obscenos.
Pero mi amigo, el payaso, hace cinco años atrás, me dio un consejo. Me dijo que si seguía en este camino podría llegar a la casa del hombre de las mil pajas. Yo le pregunté de qué me serviría conocer a un tipejo que solo le interesaba estar jugando con pajas.
El payaso me aseguró que era un mago y que en entre tanta paja había una aguja mágica. Yo reflexioné y entendí que era una buena oportunidad para iniciar una fantástica y extraña aventura.
Mi concentración volvió a mí y esa escena del pasado quedó en pausa. Un suave golpe me despabiló. Un perro sentado en dos patas me golpeaba con su patita como queriendo decirme algo.
– ¿Dime ansioso cachorro en qué te puedo ayudar?-, le susurré. El can solo me miró y dijo -Llevo años caminando sola por este oscuro callejón. Hoy te vi pasar y pensé que podíamos hacernos compañía- .
– Bueno puedes acompañarme. Viajo solo pero ligero. Creo que como eres una perra nos daremos mutua compañía y hasta calor con este frío infernal.
–Claro que sí. ¿No somos los mejores amigos o amigas del hombre?-, dijo al mismo tiempo que me guiñaba un ojo.
De esa forma nos hicimos compañía. Llevamos una hora de caminar cuando nos encontramos a un pobre tipo tirado ebrio en la calle. Los gorriones hacían nido en su cabeza, lo cual es una muy mala señal por estos lares. De seguro, su alma ya no pertenecía a este mundo. Tratamos de pasar sin hacer mucho ruido para no despertarlo y menos a los pájaros.
Su ojo se abrió con violencia y se movía en busca de algo que diera su propia luz. Me causó lástima pero no podía esperar que se levantara del suelo. En este mundo que vivimos solo el más vivo puede respirar un hora más. Tomé la primera piedra que vi y la lancé con fuerza hacia su frente. Cayó de bruces al suelo y mi fiel compañera perruna de una buena mordida le arrancó la cabeza.
Me senté en el suelo y lloré de la impresión. Mi perra se acercó y puso su cabeza en mi hombro.
– No debes preocuparte. No tenemos tiempo para ser buenos en un mundo tan malo-, me dijo. Yo la miré y le pregunté su nombre. Ella me respondió: Jezabel. -Es un hermoso nombre para una perra-, le confesé. Ella movió la cola y me lamió.
Teníamos como diez horas de caminar. Me sentí más seguro junto a Jezabel debo confesarlo. Es raro pues les temía a los perros. Cuando era niño me mordió uno y tuve que vacunarme. Sentí mucho dolor y la cicatriz era muy evidente en mi pierna izquierda.
Un sonido muy suave se nos acercó. Venía de atrás de una gran roca blanca. Nos quería hablar aunque fuimos desconfiados y nos quedamos en silencio. Volvió a llamarnos pero está vez nos remeció. Dijo: “Ustedes que van escondidos tras el silencio de la noche tienen que ver esto. Les va encantar conocer esta pequeña confusión. Tengo muchas emociones que regalar. Vengan les vendo barato el amor sin compromiso.”
Tomé mi hoz y le respondí: “Desde acá puedo ver tus ojos. Muéstrate espíritu maligno de la noche. No encontrarás temor en estos cuerpos. Revela tu rostro y veremos si no te puedo cortar a la mitad como se rebana la mantequilla. ”
Tengo la impresión que fue un error pedirle que se revelara. Jezabel se metió entre mis piernas. He visto demonios y criaturas nocturnas muchas veces, pero esta aberración era repugnante. Solo tratar de describirla me provocaba vómitos y diarrea.
Me gritó desde sus seis bocas: “¿Ahora me puedes ver bien?”, y una gran carcajada remeció el planeta completo. Desde sus hocicos, un olor fétido emergía y mil criaturas trataban de salir de su interior.
Mi valor se trataba de escapar del lugar. No lograría derrotar a esta bestia. No podría cumplir mi objetivo. Todo fue un gran fracaso. Me arrodillé y pedí al Salvador que amparara a Jezabel de tan cruel destino.
Jezabel ladró tan fuerte que el monstruo se le acercó para acabar con su vida. Ella saltó y de una mordida acertada le sacó su tercer ojo. La bestia cayó al suelo y con mi hoz le desarraigué cada uno de sus tatuajes obscenos. Sus pedazos quedaron pegados en la misma pared donde estaban escritos los nombres de sus víctimas. Nos dimos cuenta que tenía hijos en su morada y exterminamos a cada uno de ellos. Nos llevó diez días acabar con todos esos engendros paganos.
–Este fue un hermoso logro-, me dijo Jezabel.
– Lo fue. La maldad no debe tolerarse.
– ¿Nos dirán asesinos?- preguntó.
– Sí- , respondí.
– ¿Nos debe importar?
– En absoluto. No se puede ser bueno en mundo tan malo. Tú lo dijiste.
Nos acercamos a la casa del mago. Quería ver esa aguja mágica. No me importaban cuántas pajas haya que pasar por encima. Esta vez no daría un paso atrás. Jezabel está junto a mí y lleva una armadura que se hizo con la piel de la bestia. Una voz emerge desde el suelo.
–Veo que han venido a buscar la aguja.
–Muy cierto, estimado amigo. Estamos seguros que no será problema que nos habrás la puerta antes que tengamos que tirarla.
– ¿Tirarla? No será necesario. Yo mismo la abriré.
La puerta se agrietó y pude ver al payaso del pueblo.
– ¿Y las pelotas peludas no las tienes acá?, le dije con rabia.
– Bueno no están acá en este momento-, se sonrió.
– ¿Que deseas de mí? ¿Para qué me hiciste venir hasta acá? Espero que no sea una broma o te pesará.
–La verdad es que yo soy el hombre de las pajas. Estoy muy solo y siempre me gusta invitar amigos que me vengan a ver. Tanta paja seca me ha convertido en un ser áspero y necesito del contacto con otros seres para sentirme que todavía estoy vivo. Yo sé que me entiendes. Desde que te vi desde el otro lado del camino pude ver que eras especial. Hace cinco años atrás.
– Yo no te vi pero… ¿Qué otro lado del camino? No te entiendo-, le advertí con mi puño cerrado.
–Sabes es complicado para muchos saber que están en el otro lado. Al final todo lo que ves está en ti mismo. Eres inmortal en cierta manera. Toma esta aguja dorada y cose la herida en tu pierna. Nos duele a ambos.
El cielo se abre de pronto y la lluvia cae con fuerza. Jezabel me murmura: “Solo somos momentos”.
……….
Camino por el callejón Santa Elena. Hace mucho frío otra vez. Una lágrima rueda por mi mejilla y cae sobre Jezabel. Ella me mira, mueve su cola y me dice: “por allá van los valientes”, señalando un sendero. Le acaricio la cabeza y me voy en sentido contrario. Después despierto y estoy todavía metido en este encierro.
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