Es fácil condenar. Es mucho más bien visto e incluso da mejores réditos cuando uno es implacable frente a cualquier tema. Sobre todo cuando se trata de la delincuencia y buscar lo antes posible meter a la cárcel a personas. Mientras más gente presa, pareciera que más felices nos sentimos nosotros los buenos, los justos, los ciudadanos ejemplares.
Nos sentimos constantemente en peligro y los medios no hacen un mal trabajo para que sintamos miedo frente a cualquier persona que pueda hacernos daño. Cualquier criminal que pueda atentar en contra de nosotros o algún familiar. Es natural: nadie quiere ser víctima de la delincuencia. Nadie quiere verse en una situación vulnerable frente a quien quera obtener un dinero o un objeto preciado que nosotros tengamos. Decir lo contrario sería mentira.Nos aterra la humanidad. Por eso nos alejamos de ella y, cuando nos dan a elegir, optamos escondernos del otro. O esconderlos de nosotros. Nos recuerdan lo que somos y lo que realmente hemos construido. Verlos nos causa pánico y cualquier esfuerzo por ocultarlos nuevamente lo apoyamos aprovechando de seguir sintiéndonos mejores personas; grandes ciudadanos de un país que se tiene miedo y no se entiende.
Sin embargo, y una vez conocidos los beneficios carcelarios con los que salieron a las calles una gran cantidad de reos, no solamente mostramos miedo de que atenten en contra de nosotros, sino que nos volvemos a subir en nuestros podios morales para así condenar a los que ya fueron condenados y así expulsarlos de nuestro proyecto de mundo perfecto. Nos escandalizamos porque haya gente que vuelva a formar parte de nuestra sociedad. No creemos en los reformados. El que es malo es malo simplemente. No hay matices, eso es para los blandengues, y hoy en día es mejor ser duro y tajante.
Por lo mismo es que en estos días vemos constantemente a gente indignándose con la decisión de la Corte Suprema. Vemos también a políticos como Felipe Harboe aprovechándose de la situación para mostrar el ceño fruncido y exigir más mano dura y poner sobre la mesa el tema de la “seguridad ciudadana” como tema principal de la agenda nacional.
Pero bueno, así es la única manera en que quienes carecen de doctrinas en las cuales refugiarse, puedan salir en la televisión. Da más ventajas políticas acudir al efecto que detenerse en políticas sociales reales. Saca más aplausos en una parte de la sociedad que se detiene poco a pensar y que lamentablemente ocupa más tiempo en condenar. Y es que hay veces en que preferimos desplegar nuestros fundos mentales que incluir a más gente en nuestro individualismo.
Pensar en las vidas de quienes delinquen nos parece mal. Pero no necesariamente porque delincan, sino porque nos cuesta mirar hacia abajo. Y eso sucede debido a que curiosamente, en un país mestizo como este, seguimos creyendo que lo moreno es lo malo, lo feo, lo que nunca podrá recuperarse de esa maldad que trae la piel oscura.
Más que condenar particularmente los hechos por los que están en las insalubres cárceles chilenas, los que nos molesta es que vuelvan a caminar por nuestras mismas calles. Que manchen nuestra pureza modernista e idealista. Porque no solamente se liberan personas, sino también a los fantasmas de un subdesarrollo que muchas veces queremos considerar parte de un pasado cuando realmente son los signos de un presente contundente.
Nos aterra la humanidad. Por eso nos alejamos de ella y, cuando nos dan a elegir, optamos escondernos del otro. O esconderlos de nosotros. Nos recuerdan lo que somos y lo que realmente hemos construido. Verlos nos causa pánico y cualquier esfuerzo por ocultarlos nuevamente lo apoyamos aprovechando de seguir sintiéndonos mejores personas; grandes ciudadanos de un país que se tiene miedo y no se entiende.
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