En su ensayo “Don Quijote y la muerte”, el filósofo y escritor español Fernando Savater dice que para combatir a la muerte hay que escoger una empresa, una cruzada, generalmente ética, en pos de la cual cabalgar por la faz de la tierra, identificar el mal y romper lanzas contra él. A ello agrega que muchas veces comprendiendo lo inútil que resultan los empeños humanos, algunos dejan de cabalgar y se echan a morir. Don Quijote -nos dice- muere cuando renuncia al quijotismo.
Contradiciendo a Savater al parecer existen algunos pocos seres humanos, que nunca renuncian a sus luchas, especialmente éticas, esas que los llenaron de vida y llenaron sus vidas, pero que pese a ello, y sin dejar de cabalgar ni echarse a morir, se pasan al desconocido territorio de la muerte para seguir desplegando nuevas causas que los siguen manteniendo vivos.Para variar, queda la sensación de que cada vez somos más olvidadizos de nuestros héroes. Que Manuel Almeyda merecía y merece una mayor atención de nuestra parte. No solo para recordarlo, sino, más importante, para presentárselo y legárselo a las futuras generaciones de chilenos y de socialistas.
Uno de ellos es fue don Manuel Almeyda Medina, quien decidió pasarse, el 15 de Enero de 2014, a los 89 años, a los campos de batalla ligados a la ausencia de vida, sin dejar de permanecer junto a nosotros, llenado nuestras modestas historias con su ejemplo, energía, pasión, compromiso y valentía.
Y es que don Manuel, hermano menor de otro grande, Clodomiro Almeyda, don Cloro, fue un hombre que hoy muchos catalogarían como “de bajo perfil”, cosa que para él no era más que el ejercicio de una humildad y una sencillez verdadera, ejercida desde la modestia de quien asume las tareas como aportes, y los cargos como responsabilidades y no como medallas.
Don Manuel fue para los socialistas, para los militantes de la izquierda antidictatorial y para miles de chilenos un ejemplo de consecuencia y valor. Fue secretario general del Partido Socialista y el primer presidente del Movimiento Democrático Popular que algunos ya no recuerdan (o no quieren recordar) y que otros han sacado de la historia oficial de la lucha contra Pinochet y la transición a la democracia, como si eso fuera posible.
Debió vivir la clandestinidad entre 1984 y 1987 y estuvo detenido e incomunicado por casi un mes en uno de los centros secretos de la siniestra CNI, para posteriormente ser trasladado a la cárcel de Valparaíso de entonces. Regresó de un exilio forzado a comienzos de los 90.
Médico cirujano, obtuvo también el título de especialista en salud pública. Fue director general de sanidad en San Antonio y director del hospital de Rancagua. Ejerció sus labores en el hospital José Joaquín Aguirre hasta diciembre de 1973, fecha en la que fue exonerado, como se estilaba entonces con quienes tenían ideas distintas a la junta militar golpista.
Participó activamente también el Comité Pro Paz y luego en la Vicaría de la Solidaridad.
Pero cuatro décadas de fumar dos cajetillas diarias le pasaron la cuenta. Insuficiencias cardiacas y respiratorias lo condenaron en el otoño de su vida a ser, como él mismo dice en su última carta, una persona “oxígeno dependiente, con incapacidad para movilizarse”.
Esto gatilló en él, como buen hombre de la ciencia y la filosofía, una profunda reflexión de su parte acerca del sentido de la dignidad de la vida humana y la validez de debatir y aceptar opciones para poner, voluntariamente, término a la propia vida. De esa reflexión surge su carta al Colegio Médico que firmó el día antes de partir, pidiendo conformar una “comisión de hombres justos” para estudiar la mejor forma de poner fin a la vida de las personas que estén en estado terminal. Lamentablemente, esa organización gremial respondió negativamente solo después de nueve meses de la partida de Almeyda.
Consecuente, como siempre, don Manuel predicó con el ejemplo. En una conversación con sus familiares les explicó las razones para una dura y difícil decisión que había tomado: no estaba dispuesto a prolongar su vida en esas condiciones de salud. Por ello había decidido dejar de alimentarse, de manera de acelerar el desenlace inevitable. Por supuesto, pese al dolor y la tristeza, su familia aceptó su decisión, que además de solo ingerir agua implicaba no ir a un hospital, sino quedarse en su hogar.
El miércoles 15 de Enero, rodeado por sus hijas dejó de vivir, tranquilo, solo lamentando no ver crecer a sus nietas. Partió, tal vez como durante muchos años en su “vieja y leal citroneta con olor a tabaco”, como dijo su hija Rubí en el cementerio general al despedir a Manuel, a descubrir nuevos horizontes y causas por las que luchar.
Como un último legado nos dejó el ensayo “De la partícula-Dios al hombre nuevo”, publicado por la editorial de la Radio de la Universidad de Chile, en julio de 2014. Al partido, además de su vida y su compromiso inquebrantable, les dejó los documentos que tenía, entregados junto con un adiós en las manos de los compañeros Anita Lagos y Ernesto Benado.
Para variar, queda la sensación de que cada vez somos más olvidadizos de nuestros héroes. Que Manuel Almeyda merecía y merece una mayor atención de nuestra parte. No solo para recordarlo, sino, más importante, para presentárselo y legárselo a las futuras generaciones de chilenos y de socialistas. Porque como decía José Martí: «se es más cuando se vive entre buenos, y con cada bueno que se va se es menos«. Desde la partida de este verdadero hombre bueno, sin duda somos menos.
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