¿Cuántas veces no has escuchado aquella voz, como invocando la tempestad, que aconseja el orden, llama a la gradualidad, para detener los fundamentales procesos de transformación?
¿En cuántas ocasiones no te han tildado de extremo, frontal, por exigir imperiosos cambios al orden social vigente?
¿Has contado las oportunidades en que desde el cómodo sitial de quien se siente grato en el statu quo tilda de problema cualquier postura que considera radical?El planeta, esta Gaia que nos acoge, ha evolucionado a lo largo de millones de años, producto del ensayo y el error, alcanzando un equilibrio natural que difícilmente como especie podremos algún día emular. Sus ciclos y procesos son combinación de infinitas variables y sinergias, en una armonía vital que permite la vida, nuestra existencia.
El concepto no es nuevo. Se ha utilizado indistintamente para desautorizar tanto la profundidad como la velocidad de la evolución que se reclama, por quienes forman parte de la visión hegemónica busca mantener el orden establecido. Si así no fuera, no serían necesarios contrapesos para cambiar el estado de las cosas. Estos se producirían por obra y gracia de la inercia.
Todo depende del enfoque. Esencial es el lugar desde donde miramos los procesos para saber si tal o cual exigencia o movimiento es extremo. Si cambiamos el objetivo, algo de luz llega a la discusión.
Chile es un buen punto de partida.
Hemos llegado a tal nivel de desarrollo de ético de la humanidad que ya entendemos al agua como un derecho fundamental. Sin ella la vida como la conocemos (no solo nuestra, en todo caso) es inviable. ¿Es lógico, entonces, que esté en Chile privatizada, donde quienes han aprovechado el sistema tienen posibilidades de especular y acaparar, para lograr sus fines económicos, mientras comunidades enteras sufren por su escasez e, incluso, sequía total?
En todo momento escuchamos que la educación es esencial para una sociedad. Más aún, nos sentimos orgullosos de tener en la historia patria un presidente cuyo lema fue “gobernar es educar”. ¿Es aspirable, entonces, contar con educación de primera y segunda categoría, condicionada al poder adquisitivo, donde para tener una buena enseñanza para sus hijos los padres deben hipotecar sus vidas ante empresarios de la educación y las finanzas que han visto en esto solo un lucrativo nicho de negocios?
El planeta, esta Gaia que nos acoge, ha evolucionado a lo largo de millones de años, producto del ensayo y el error, alcanzando un equilibrio natural que difícilmente como especie podremos algún día emular. Sus ciclos y procesos son combinación de infinitas variables y sinergias, en una armonía vital que permite la vida, nuestra existencia. ¿Tiene sentido, entonces, que vivamos de espaldas a sus tiempos y derroteros, donde vivir en sincronía con ella es visto como un problema más que como lo normal, como lo natural?
El sistema que nos hemos inventado es el que no está en el lugar que corresponde. Lo que están pidiendo muchos es simplemente volverlo a su centro. Uno donde el interés público, ligado al bienestar social y el equilibrio ecosistémico, sea lo fundamental.
¿Piensas aún que este impulso sigue siendo lo radical?
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