Provengo de una familia de clase media, de esa mañoseada clase media; de abuelos con escasa educación formal o más bien nula, que en base a su trabajo y por qué no decir, a soportar estoicamente las humillaciones propias de ser obrero en aquellos tiempos, pudieron sacar adelante con mucho esfuerzo a sus hijos. Primera o segunda generación de universitarios, de orgullosa madre dueña de casa y un padre que vio truncado sus estudios por tener la valentía y el coraje de declararse abiertamente contrario a la dictadura militar, y que con impotencia fue testigo de cómo sus compañeros de universidad eran detenidos en las aulas de la Católica del Norte y no volvieron nunca más
Mi padre nunca fue alguien que validara la violencia, su lucha siempre tuvo que ver con las ideas, con lo valioso para la democracia de disentir, de no estar de acuerdo, pero respetar siempre la posición del otro.Las fiestas clandestinas en barrios y balnearios acomodados no tiene tanto que ver con la desigualdad, tiene que ver sobre todo con la falta de empatía
Gracias al esfuerzo de nuestros padres pudimos crecer, recibimos educación formal por sobre el promedio, pero hay algo mucho más importante que recibimos de ellos, el respetar al otro sin importar su condición, el solo mirar hacia abajo para ayudarle a los demás a tomar impulso y lo más importante; a ser empáticos.
Las fiestas clandestinas en barrios y balnearios acomodados no tiene tanto que ver con la desigualdad, tiene que ver sobre todo con la falta de empatía, porque la Isi, la Tere o el Pablo, probablemente estén bien alimentados y gocen de buena salud, y en cualquier caso, el enmarañado de redes que poseen les permitan que, de contagiarse, el contagio no sea más que un simple resfrío, pero quien les ayuda con el aseo del hogar, quien los cuidó y les dio cariño mientras sus padres trabajan, esa persona que dejó de ser madre para atender a los hijos de otro, esa persona que debe viajar todos los días cuatro horas entre micros y metros porque debe atravesar la ciudad de lado a lado para llegar a su lugar de trabajo, ante un contagio probablemente no sobreviva, y es precisamente ahí donde opera la desigualdad.
La culpa no es de la Isi, la Tere o el Pablo, ellos son jóvenes con todas las posibilidades de la vida, con el mundo a sus pies, incluso muchos con la vida resuelta, y que fueron educados, criados y formados en un contexto de amor al prójimo, lamentablemente de un prójimo que no somos todos.
Comentarios
13 de enero
excelente!!!!!!
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