Esa dimensión santificada de la política, constructora de los mega-relatos, generalmente atribuida a asociar su ejercicio a los asuntos de la virtud y la prudencia y que la tiene pagando todos los costos de la desacralización de su rol, tiene por momentos un correlato simplemente sorprendente en la expresión de la ciudadanía y su marcha por nuestras líneas de tiempo.
Así, por ejemplo, en mayo pasado la media marea (porque solo es la mitad la que se expresa) apuntó a una contundente necesidad de cambio de ciclo en la elección plebiscitaria, cuya opción Apruebo alcanzó un 78% de las preferencias. Luego, la siguiente media marea (nadie se baña dos veces en el mismo río, decía Heráclito), expresó una inteligente distribución de escaños, brindando una fotografía donde ninguna de las partes alcanzó un protagonismo tal que le permitiese organizar por si sola la fiesta y aprovechó de pasar el recado: busquen acuerdos. Por último, ahora, una tercera media marea (desde luego, en parte distinta a las anteriores) definió una conformación del parlamento que no da mayoría a nadie y, de paso, condicionó el futuro de la discusión constituyente aterrizándola al encargo original (una reiteración del recado…) y fijando el marco para el próximo gobierno sin mayoría en el Congreso Nacional (como en los tiempos de la vapuleada Concertación y de los últimos 30 años). Qué ironía ¿no?La ciudadanía no tiene forma de ponerse de acuerdo ni de generar procesos de conocimiento agregado o innovación abierta para disponer de estos resultados que operan como verdaderas carambolas.
La ciudadanía no tiene forma de ponerse de acuerdo ni de generar procesos de conocimiento agregado o innovación abierta para disponer de estos resultados que operan como verdaderas carambolas. En su sentido original el voto apunta al objetivo individual del elector, pero su consecuencia acumulada es múltiple, mostrando que eso que se ha denominado como la pulsión de la calle, ese sentido común de la ciudadanía o del pueblo, o de los clientes o el público (las acepciones son variadísimas), encuentra siempre una manera de reírse tras de la puerta al ver la cantidad de incordios que producen las decisiones populares. Y vaya que lo saben en la Convención Constitucional, en el parlamento y en los partidos políticos.
Recordé un libro de Ferdinando Scianna, fotógrafo italiano que estuvo en Puerto de Ideas hace algunos años, y que ha teorizado sobre los efectos y significados de las selfies. Dice entre sus páginas “Con la práctica de la autofoto y de compartir continuamente instantes de nuestra vida, delegamos en los demás la delicada construcción de nuestra identidad y su existencia misma…” Y continúa, citando al psiconalista Recalcati, quien ve en esta imagen un símil con la figura de Zelig de aquella película de Woody Allen, atribuyéndole un síndrome que sirve para “huir de la depresión a través de inyecciones continuas de narcisismo”.
Y claro, el gesto de la selfie con la mano extendida no constituye un saludo político de alguno de los postulantes de turno y menos es la identificación de aquel por quién optaremos el próximo 19 de diciembre. El gesto es más universal que partisano y lo propio nuestro, lo que nos identifica mucho más que esa selfie que busca el juego como unidad, es esa búsqueda del like, de aquel me gusta que refuerza la identidad, aunque por momentos esa identidad no tiene diversidad alguna y solo nos hablamos entre iguales o grupos de referencia a los que adherimos, siendo ese hecho mucho más habitual de lo que podemos imaginar.
¿Narcisismo? Si claro. Pero no es solo eso. También es bajo interés por la acción reflexiva y un disminuido deseo de encontrarse con el otro distinto, lo que Agustín Squella llamaría la práctica de la tolerancia activa, aquella que no es un juego de suma cero y que busca una convivencia armónica y comunitaria, sobria, constructiva.
Verse en el espejo es un ejercicio cada día más complejo, al menos en términos de la vida en común. Corremos el riesgo de no ver nada o que el reflejo no sostenga lo que pretendemos sostener y eso corre para cada uno de nosotros, para nuestros proyectos colectivos y también para las instituciones que suelen no reconocer esta nueva pulsión ciudadana que se entremezcla con una sabiduría popular que pareciera jugar de memoria, como la roja dorada. Atentos.
Comentarios