Aunque los seres humanos acostumbramos tropezar con la misma piedra, no ocurre lo mismo con el curso de las aguas que fluyen. Podemos ir una y otra vez a su encuentro, pero nunca será el mismo cauce y nunca nosotros seremos los mismos que se enfrentan a esa experiencia. Es la esencia del cambio y del tiempo que bien sabía Heráclito, el griego que consagró la frase que titula este texto.
Y lo traigo a colación por el fallecimiento de Eduardo Cavieres, académico, porteñista, Premio Nacional de Historia (2008). Dentro de sus atributos múltiples, consignando el de educador en primer lugar, se encuentra en particular el de historiador que motivó su pasión y sus enseñanzas a generaciones de alumnos que pasaron por su sala de clases.
Reconocer e investigar el pasado para conocer y entender el presente, es una máxima del investigador de la Historia que con su trabajo nos ofrece una oportunidad para dar lectura a un tiempo anterior que nos constituye. Para quien usa los saberes de esa disciplina, especialmente quienes ejercen funciones de liderazgo, abren la posibilidad de hacer un ejercicio de honestidad necesario, contingente y pedagógico, particularmente hoy en tiempos de noticias falsas, ausencia de educación cívica, pasión por titulares que impiden caer a la bajada o al cuerpo del mensaje y, menos aún, a los afanes de chequear, comparar o preguntar. A veces queda la sensación que son tiempos vacíos donde los mega-relatos que dan sentido y forma a matrices de pensamiento, se escabulleron de un momento a otro y quedaron olvidados en algún rincón de internet.
Por ejemplo, enseñar a los hijos de donde vienen como una contribución para comprender el presente y de ese modo poder afirmar su propio destino, el propio, y también el del conjunto del que forman parte desde la memoria social y cultural que les da identidad. A ratos, los objetivos profesionalizantes o esta carrera por obtener resultados, se han unido en un pacto con la pantalla que funciona como oráculo y que nos acompaña día a día como el objeto más preciado con que contamos a la vista, banda ancha mediante.
Las llamadas fake news se han consolidado para debilitar la Historia y por eso su rol es tan fundamental hoy como una disciplina que ayuda a saber pensar, a discernir, a distinguir. Eduardo Cavieres no iba por el camino corto como corresponde y sabía, por razones obvias, que el mundo no comenzó con la generación de moda, ni que ella constituyó su estrellato demoliendo la anterior y borrándola del mapa de un plumazo. Eso no existe y es un simple fenómeno pasajero, hojarasca diría algún líder, pues todo vuelve a la sustancia y siempre nos levantamos apoyando un pie en lo que viene desde atrás. ¿Y cómo una disciplina que nos habla del pasado puede ser piedra angular para construir el futuro? Porque es necesario para apoyar luego, los dos pies, para entender el presente como diría el profesor Cavieres, pero fundamentalmente para sentar las bases del próximo cambio en una sociedad que fluye y no se detiene, como el cauce de un río.
Eduardo Cavieres no iba por el camino corto como corresponde y sabía, por razones obvias, que el mundo no comenzó con la generación de moda, ni que ella constituyó su estrellato demoliendo la anterior y borrándola del mapa de un plumazo.
Como investigador y educador, el profesor tuvo en la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso y en su Instituto de Historia, el pedazo de cielo que todas las personas de buena voluntad requieren para ejercer su vocación, y ese pedazo de cielo le asigna un valor al sistema de educación superior como agente que puede propiciar un desarrollo que sea endógeno y que promueve ambientes de innovación y generación de nuevas respuestas a viejos problemas. En un sentido, el eslabón que ofrece el historiador es una pieza necesaria para administrar el presente y dibujar el futuro de un modo tal que cruce a las disciplinas para cultivar un espíritu de cambio.
Podemos conquistar el futuro a partir de quienes somos, pero saber quiénes somos importa también un desafío, una dedicación, un esfuerzo fuera de las estridencias de quién levanta con mayor fuerza la voz y así, intentar discernir y distinguir cuál es nuestra próxima tarea.
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