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¿Será la ciencia nuestro próximo asteroide?

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Dice Ludwig Wittgenstein, filósofo austríaco nacionalizado británico (1889-1951): «Aunque todas las preguntas de la ciencia recibiesen respuesta, ni siquiera rozarían los verdaderos problemas de la vida«.

Una frase extraña, tal vez desmesurada. La ciencia se hace dominante y todo el mundo espera de ella la solución de todos los problemas. En muchos ámbitos la ciencia va resolviendo cuestiones de gran importancia. ¿Cómo podría sostenerse hoy esta afirmación? ¿Podría tener alguna actualidad?

No se trata de un decir irrelevante, de alguien sin méritos y que podríamos pasar por alto. Estamos hablando de un filósofo por muchos motivos notables. Wittgenstein fue también un matemáticolingüista y lógico destacado, muy cercano a Bertrand Russell (1872-1970), filósofomatemáticológico y escritor británico, ganador del Premio Nobel de Literatura.


El acelerado avance de la ciencia y su asociación con riesgos extremos permite pensarla como eventual causa de nuestra posible extinción, similar a la de los dinosaurios, con la diferencia que en la nuestra seríamos los directos responsables

Se dirá: lo malo es que no le hacemos caso a la ciencia. Los políticos, los líderes de opinión, los medios serían los culpables, pero los científicos están fuera de toda sospecha. Cuestión discutible pero cae fuera del objetivo de este escrito.

Wittgenstein vivió en otra época, es cierto. Su afirmación podría haber envejecido, caducando su veracidad. Estudiemos el asunto. Actualicemos los datos.

Parece haber consenso entre los interesados que los problemas más graves de la humanidad son las amenazas a la sobrevivencia de nuestra especie y de la vida en la Tierra debido a nuestras propias actividades.

Entre sus causas se mencionan el calentamiento global, las armas nucleares, la inteligencia artificial, la biotecnología, la pérdida de biodiversidad y otros igualmente graves. El hambre y la pobreza de una parte considerable de la humanidad, la desigualdad, la violencia y la guerra están también entre los problemas más graves hasta ahora sin solución.

No obstante se da la paradoja que mientras la ciencia contribuye a descifrar las causas de estos fenómenos, también es origen de su aumento y crea día a día nuevas y peores amenazas, mostrándose impotente ante los riesgos existenciales.

La comunidad científica tiene por verdad indudable que las ciencias y tecnologías emergentes son de doble faz: grandes beneficios junto a peligros extremos. No hay modo de evitarlo. Parece pertinente entonces hacer la comparación entre dos situaciones traumáticas relativas a la extinción de especies en la tierra.

El acelerado avance de la ciencia y su asociación con riesgos extremos permite pensarla como eventual causa de nuestra posible extinción, similar a la de los dinosaurios, con la diferencia que en la nuestra seríamos los directos responsables. Estaríamos ante una fuerza enorme sin posible control dado que es el puntal de avance de las mayores industrias del mundo y del poder en todas sus formas.

Siendo pequeño el saber en cantidad y calidad en los siglos pasados no amenazó nuestra natural evolución. Ahora adquiere una masa y densidad tal que su gravitación sobre nuestra trayectoria evolutiva pasa a ser preocupante. Puede que llegue a interrumpirla, tal vez a causa de uno de esos procesos acumulativos de cambios cuantitativos que saltan a cambios cualitativos con consecuencias inesperadas. No lo sabemos. Estamos como el día anterior a la extinción de los dinosaurios. Si no actuamos a tiempo el choque podría ser una catástrofe.

Hasta ahora estos avances cognitivos han sido beneficiosos y su cronología coincide con el desarrollo de la civilización, pero podemos estar cruzando sin advertirlo una línea roja, un punto de inflexión sin retorno.

En el mundo global que vivimos, ni su dirección, ni su fuerza, ni su impacto transversal estarían a nuestro alcance. Una situación ingobernable dadas las contradicciones y conflictos que nos caracterizan. Todos buscan aumentar su poderío y la ciencia es su palanca mayor. Nadie piensa en las consecuencias globales y acumuladas a largo plazo; si las exploran guardan con sigilo sus resultados.

¿Estará en nuestras manos detener o desviar la trayectoria de esos avances? ¿Cuánto control real tenemos de estos fenómenos?

Trabajamos intensamente en aumentar nuestra capacidad de sentir, almacenar y procesar información, de crear inteligencia artificial, aumentando la masa, la densidad y el poder gravitante de este núcleo poderoso. ¿Estamos seguros de que será en nuestro beneficio o existe el riesgo de que lo perdamos todo? ¿No se está inclinando la balanza hacia su lado más peligroso?

Es perfectamente posible que esté surgiendo dentro de nosotros un poder que no logremos controlar y si ese poder es suficientemente poderoso puede llegar a ser mortal no sólo para nosotros.

¿Son procesos naturales o antrópicos? Puede parecer extraña la pregunta porque nadie dudaría que la ciencia es nuestra creación.

Pero ¿cuánto dominio real tenemos sobre los grandes acontecimientos de nuestra historia? ¿Cuánto de nuestra naturaleza de Homo Sapiens? ¿Cuánto control real tenemos, por ejemplo, sobre la expansión y el desarrollo del capitalismo? ¿Cuánto somos capaces de controlar nuestra naturaleza agresiva, de purgar nuestros odios, nuestra arrogancia, nuestras luchas fratricidas, la guerra y la ambición de conquista y dominio? ¿Podemos controlar siquiera nuestra ansias de consumo?

¿Cuánto dominio tenemos de la industria del conocimiento convertida en la base del éxito de todas las demás? ¿No podríamos tomar su lado bueno apartando lo peor? ¿Cómo evitar que sirvan a la industria bélica y otras que implican nuevos y peores riesgos existenciales?

Estamos en el Antropoceno, logro gigante de cambios tectónicos, resultado de lo más grande que tenemos, pero también un poder que nos anuncia algo que podría ser aterrador.

El control de nuestra inteligencia y nuestro poder global parecen estar fuera de nuestros alcances. Así ha sido siempre y siempre será: el poder constructivo de las grandes invenciones humanas va acompañado de poderes autodestructivos en la gran manada humana y contra las otras especies.

Los dos más influyentes filósofos del mundo occidental de hoy se alinean con las leyes mayores de nuestra evolución. Nietzsche define el objetivo primordial de la humanidad como Voluntad de Poder terrenal. A ello deben conducirse todas las ciencias, la filosofía y las artes, y reordenarse en esa dirección todos los valores. Marx define la ley básica de la humanidad como desarrollo de las fuerzas productivas, incluyendo la ciencia y la tecnología. Todas las revoluciones de la historia de la humanidad han tenido ese objetivo y lo han alcanzado con total necesidad.

A los dinosaurios los extinguió el golpe de un asteroide que venía de muy lejos; no podían tener ninguna advertencia ni posibilidad de control. Nuestro asteroide va naciendo dentro de nosotros. Trabajamos intensamente para ampliarlo con medios industriales. La Inteligencia Artificial es su proyecto estrella al que conducimos los mayores esfuerzos e inversiones.

Nuestra “Inteligencia” es nuestro máximo orgullo. Nuestra estrella distintiva dentro de la tierra. Nos ha permitido conquistarla y también destruirla. Hasta ahora hemos sobrevivido. Vamos orgullosos a velocidad acelerada. No esperamos ni podríamos aceptar que esta inmensa virtud se transforme en la palanca más poderosa de nuestra extinción. Sin embargo, hay pruebas convincentes de que vamos en esta dirección.

Reflexionamos: debe haber algún error. Alguien o muchos deben estar equivocados. No puede ser que las cosas sean así. Alguna magia rara nos nubla la vista.

No resultaría extraño que cometiéramos este tipo de errores. Hay transformaciones enormes en la historia que por su lento desarrollo permanecen ocultas por largo tiempo. La masa y complejidad de conocimientos acumulados por la humanidad y el caudal gigante y poderoso que genera diariamente hace muy difícil retirarse para percibirlo, observarlo y analizarlo. Esa masa enorme ejerce gravitación y a estas alturas de la historia humana y con la industria del conocimiento funcionando con la mejor tecnología es imposible para quien se encuentre dentro de alguna ciencia dura retirarse para contemplar el proceso en su conjunto.

Los grandes agregados del saber tienen su magia, su poder de atracción y de distorsión. Lo fueron los viejos dioses de las antiguas mitologías que no permitían ver más allá de su imagen y sus divinas relaciones. Lo fueron también las grandes religiones cuyos ídolos sólo permitían adorarlos. Eran territorios extraños para el pensamiento racional que conquistó sus derechos a costa de sacrificios, censura, Inquisición y fanatismo religioso.

Esta ceguera es mayor en la actualidad para quienes están atrapados dentro de las ciencias naturales y sus poderosos paradigmas. En esto el filósofo, al contrario de lo que pensaba Stephen Hawking, aún sin dominar las matemáticas indispensables que requiere la física, tiene claras ventajas. Obviamente el filósofo no podrá dialogar de igual a igual con los físicos o con cualquier científico de ciencias duras. Sin embargo, tiene la ventaja clave de la mirada amplia y transversal que le permite detectar y hacer el escrutinio básico de fenómenos de nivel macro que escapan a cualquier científico.

El saber científico acumulado y su aumento constante es una fuerza física como el sol o cualquier astro luminoso de tamaño mayor que impide acercarse demasiado. No podemos pasar más allá de la radiación de superficie. Quienes están dentro atrapados por la fuerza de esa bola de fuego, lo han hecho pausadamente en aprendizajes largos, difíciles y tediosos, con instrumental adecuado. Desde luego con matemáticas y con medios computacionales y virtuales, en espacios físicos o cibernéticos. Pueden excavar en algún punto o conectar una vena para examinar su interior, sacando lenta y delicadamente datos e información, acumularlos en aparatos externos y compartirlo con sus iguales.

Estarán lejos de poder pensar y opinar con algún grado de certeza sobre lo que este proceso significa. No tendrán capacidad de percibir las grandes transformaciones del magma global en que están sumergidos ni de proponer reales soluciones.

Si esta fuera la situación ¿Tenemos posibilidad de escapar? Se hace necesario explorar caminos. Será oportunidad de pensar por qué poderosa virtud el pensar racional podría haber escapado al poder de ocultar algo esencial a los humanos para no revelar su íntima contingencia histórica, determinante de todas las anteriores concepciones del pasado mundo.

TAGS: #Antropoceno #CienciaYTecnología #ConocimientoCientífico #CrisisGlobal #Extinción

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14 de septiembre

La sola expresión tuya «fanatismo religioso», me hace pensar que es posible que veamos al mundo venidero desde dos perspectivas diferentes.
La tuya se parece a un mundo moderno inquietante que ves como precursor de nuestra autodestrucción y entiendo tu preocupación; quieres poner luz de atención para mover la tuerca de «hicimos algo a tiempo» porque pensamos correctamente, lo que se verificaría preservando la especie y el ambiente un tiempo más.

Comprendo tu punto. El mio, más cierto para mí que la incerteza que te provoca el tuyo, usa un objeto de interés distinto. Tu objeto de interés es la especie, el mio, el individuo. El individuo existe por un breve período de tiempo y luego, al fallecer el cuerpo, el alma, el ser, entra a un sueño. Al despertar, ya no habrá memoria de este planeta que atormenta a tus preocupaciones.

Esta teoría pone al planeta como uno que se envejecerá como se envejece un vestido. Habrá fin de este planeta. Habrá otro.

Esta teoría pone al ser humano frente a un juicio y lo que se rinde y recibe es personal. No es colectivo, como tampoco lo es el atravesar el umbral del fin de la vida terrenal, ya que se atraviesa solo en ese momento.

Nos llevamos lo bueno que hicimos. Mientras más bueno sea lo que ahora hagamos, mejor nos irá a todos.

Como el día del juicio espera por la misericordia de Dios, lo alejamos si hacemos lo bueno y mantenemos bien al planeta. Lo acercamos, si hacemos lo malo y destruimos al planeta.

Eso es lo que me parece racional

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