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Que Chile es un país tallero no es novedad, que nos gusta la chacota y aprovechamos cualquier situación, incluida las tragedias, para hacer gala de la picardía, es parte de nuestra idiosincrasia. Sin embargo, algo ha cambiado en este último tiempo al amparo de las redes sociales. La burla masiva y persistente se ha vuelto una práctica común.
Se trata de tomar a alguien de “casero” y darle como bombo en fiesta. Ahora la “vístima” elegida, fue una chilena común y corriente. Una pobladora que pertenece a ese populoso sector llamado, y nunca asumido, clase baja. Una de tantas y tantos marginados que sobreviven en este “reino de la desigualdad”.
¿Cuántos chilenos y chilenas hablan bien, cuántos pronuncian bien? (Ni que decir de cómo escribimos) . Se habrán preguntado esos burlescos; ¿Hasta qué curso llegó la señora, por qué razones no siguió estudiando? ¿Cuánto gana, en qué trabaja, tiene casa propia?, ¿cotiza, cuánto tiene ahorrado, qué AFP le está robando su plata? ¿En qué consultorio “socializa”?
Nada de eso nos interesa. No nos importa mirar críticamente las causas de la miseria y la marginalidad, sólo reírnos de los “caídos y perdedores”. Tal vez así obviamos, que también somos parte de esos perdedores y marginados.
La cruel paradoja, es que esa burla nos pone del lado de los abusadores y explotadores; que sin saberlo le seguimos el juego al sistema, que en esa burla lo justificamos, o lo que es peor, lo normalizamos
La cruel paradoja, es que esa burla nos pone del lado de los abusadores y explotadores; que sin saberlo le seguimos el juego al sistema, que en esa burla lo justificamos, o lo que es peor, lo normalizamos. Eso somos, tristes “vistimarios” de pacotilla.
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Lṉcǝm Animosus
claro porque la palabra víctima sólo se escucha en las aulas educativas